La autoestima es un concepto muy presente en el ámbito del crecimiento personal, con una multitud de recursos dedicados a enseñarnos cómo aumentarla. En general definimos como autoestima el conjunto de creencias que tenemos sobre nuestra propia valía, y la manera concreta que tenemos de hablarnos y acompañaros en el día a día. De por sí, este concepto no es problemático, ya que su intención es ofrecernos una relación más amable con nosotras mismas, a la vez, hay ciertos mecanismos culturales y sociales que pueden interferir con este propósito. La condicionalidad de la pertenencia La pertenencia es una necesidad fundamental para todos seres humanos, ya que nuestra biología nos define como mamíferos, y por lo tanto sociales y gregarios. La construcción de nuestra identidad se desarrolla en un delicado proceso de interacciones con los miembros de nuestra "tribu", nuestro entorno social. Desde muy pequeñas, nos encontramos con toda una serie de normas y expectativas que nos guían en este proceso y nos dan referencias sobre quienes somos, lo que se espera de nosotras y lo que podemos esperar de las demás personas. Este proceso es necesario para generar cohesión y coherencia en el grupo social en el que nos encontramos, sin embargo, las sociedades occidentales tienden a generar normas bastante limitantes que acaban dificultando la percepción de pertenencia e instalando la creencia de que "para pertenecer tengo que demostrar algo". En general, son pocas las personas que han tenido la experiencia de pertenecer, de ser aceptadas y valoradas por el mero hecho de existir. Por lo tanto, se ha creado una percepción muy arraigada de la pertenencia como algo condicional, algo que tenemos que ganar y merecer. Por supuesto, la pertenencia se asocia con el amor, el cariño y la seguridad que esperamos encontrar, en primer lugar, en nuestras familias de origen. Ahí es donde se empieza a construir nuestra identidad, y donde se ponen las bases para nuestra relación con nosotras mismas y con las demás personas. Si en nuestras primeras experiencias hemos recibido mensajes reiterados que nos han hecho cuestionar el cariño de nuestras familias, por ejemplo en relación con como se expresaban nuestras emociones, nuestras preferencias y nuestras dificultades, es bastante probable que hayamos internalizado la idea de que "no estoy bien tal y como soy" y que, por lo tanto, hayamos aprendido a considerar el cariño y la pertenencia como algo condicional, algo que solo merecemos si "lo hacemos todo bien", nos esforzamos para ser mejores personas y cumplimos con las expectativas de nuestro entorno. Querernos sin condiciones Podríamos imaginar cómo sería separar la pertenencia de la educación, para acercarnos a un concepto más útil de autoestima. Si la pertenencia fuera un hecho, un supuesto de nuestra existencia, entonces nuestra valía no estaría en cuestión y no estaría vinculada a lo que hacemos y cómo lo hacemos, sino que esto sería el dominio de la educación. La pertenencia sería el suelo inalterable que nos sostiene en cada paso, y la educación sería el proceso a través del cual aprendemos a vivir en sociedad, a caminar. Esta separación es muy útil para entender el tipo de acompañamiento que nos podemos ofrecer, especialmente en los momentos difíciles, cuando nos equivocamos o no somos capaces de alcanzar el mejor resultado. Por un lado, nos podríamos decir: "Te quiero, por el simple hecho de que existes" y, por otro lado, "Veo que necesitas ayuda en aprender (la cosa en cuestión), y voy a intentar apoyarte en ello". No caer en la trampa de la autoestima Si no hemos diferenciado entre pertenencia y educación, puede que nuestro concepto de autoestima sea condicional y que, por lo tanto, estemos atrapadas en el bucle de intentar demostrar que somos merecedoras de amor. Entonces nuestra autoestima se convierte en el premio que obtenemos cuando hacemos las cosas bien. Y cuando no las hacemos bien, o nos castigamos, retirando nuestro propio cariño y reemplazándolo con críticas y juicios, o intentando minimizar nuestros errores para mantener una imagen de éxito. El amor incondicional no intenta maquillar nuestras limitaciones y carencias, no intenta distraernos del dolor que se genera cuando vemos que no somos capaces de hacer algo que nos gustaría hacer. El amor incondicional nos quiere independientemente de lo que conseguimos y, a la vez, nos apoya y nos guía para seguir creciendo y aprendiendo. El amor incondicional no tiene miedo de nuestros fracasos, no los esquiva, los aceptas como parte inevitable de la vida y de la imperfección humana. Si quieres profundizar en la práctica del amor incondicional hacia ti misma, puedes suscribirte al Círculo de Integración Relacional, donde compartiré contigo prácticas, ejercicios, reflexiones y meditaciones que te ayudarán a construir una relación sana y amorosa con todo lo que eres. También puedes apuntarte al próximo seminario online "Más allá de la autoestima", el 12 de abril 2025, de 11.00 a 14.00. Toda la información aquí. Si te ha gustado este artículo, te agradezco compartirlo y compartir tus reflexiones en los comentarios aquí abajo.
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La sensación de derrumbe y vacío que suele acompañar una pérdida significativa es una de las experiencias más difíciles de sostener. El duelo no nos ofrece redención, sino que es la emoción que marca el encuentro con lo terminal, con los límites de la vida que no podemos traspasar.
En nuestra cultura, hemos ido perdiendo los rituales que nos acompañaban en transitar esta experiencia universalmente humana, rituales que colocaban el duelo al centro de nuestras comunidades y les otorgaban un tiempo fuera del tiempo, donde poder recomponernos y procesar. Hoy en día nos encontramos por la mayor parte solas en este tránsito y muchas veces con la presión de tener que volver a estar operativas cuanto antes. Los portales del duelo En su maravilloso libro "El lado salvaje del duelo" el autor Francis Weller nos propone la tarea de recuperar el duelo y sus ritos como un proceso fundamental para nuestro desarrollo y maduración, aceptando su desafío en lugar de huir de él, y honrando los regalos que nos trae, aunque sean envueltos de negro. Para Weller, nos puede ser útil entender que el duelo es un aspecto que acompaña muchas experiencias de pérdida, lo que él llama los 5 portales del duelo. El primer portal consiste en las pérdidas vinculadas con la muerte o la enfermedad, experiencias que nos recuerdan, de manera abrupta y repentina, nuestra inpermanencia y la de todos los seres vivos en este planeta. Son las que más nos cuesta sostener, y, a la vez, las que templan nuestro pensamiento mágico de inmortalidad y, si las transitamos con humildad y apertura, nos recuerdan de manera irrefutable lo precioso que es cada instante de vida. El segundo portal se refiere a las experiencias de no haber recibido lo que todos seres humanos llegan al mundo esperando: aceptación, cuidado, protección, cariño, valoración y pertenencia. Al no vincular estas experiencias con el duelo, muchas veces lo que ocurre es que se llenan de vergüenza, llevándonos a pensar que algo está terriblemente mal con nosotros por no haber recibido aquello que esperábamos. El tercer portal tiene que ver con el duelo que nos invade cuando miramos el dolor y la destrucción de nuestro planeta. La palabra solastalgia fue cuñada por el filósofo Glenn Albrecht para designar el profundo dolor que nos sobrecoge al ver que la belleza y armonía de nuestros ecosistemas está siendo violentada y destruida por un sistema económico basado en la explotación y en la objetificación de todo aquello que para las culturas ancestrales era sagrado. El cuarto portal incluye el dolor de vivir en un mundo atomizado, individualizado, donde nuestras necesidades básicas y primordiales de vivir en armonía con nuestro entorno, sintiéndonos parte de él, son casi imposibles de satisfacer. Nuestros organismos mamíferos necesitan sentirse parte de un entorno donde la vida se manifiesta en toda su belleza a través de la multitud de especies vivas que lo componen. Nuestras ciudades y estilo de vida nos niegan la posibilidad de satisfacer este anhelo ancestral y nos condenan a vivir con un vacío existencial que no sabemos identificar. El quinto portal es él del duelo de nuestros antepasados, la larga línea de dolor acumulado durante siglos de guerras, genocidios, dominación, represión y explotación. Este dolor nos acompaña en las sombras de nuestra psique y nos conecta con la historia y destino de nuestras comunidades. Cómo transitar los portales del duelo. Tal vez el primer paso tenga que ver con reconocer y validar la existencia de estos 5 tipos de duelo. Negarlos, menospreciarlos o trivializarlos no hace nada más que perpetrar el dolor y nos impide avanzar en el camino de integración. Permitirnos sentir el dolor y reconocer que hemos perdido mucho, que llevamos unas cicatrices y unas heridas invisibilizadas por nuestro entorno social, nos puede ayudar a recuperar el sentido y el valor de estas experiencias. También necesitamos recuperar los espacios comunitarios donde el duelo no es una experiencia anómala e individual, sino un altar sagrado al cual acudimos para compartir nuestra vulnerabilidad, nuestro profundo amor por la vida y nuestra humanidad. Para transitar el duelo, necesitamos aprender a no huir del dolor, a no aplacarlo con falsos remedios y adicciones. Necesitamos hacernos expertos en el arte de acompañar nuestros cuerpos y sus sensaciones, para volver renovadas y más completas, desde nuestros descensos en el mundo de la oscuridad. Si te interesa explorar más en profundidad este tema, te invito a participar en el próximo seminario online el 27 de octubre 2024, de 11.00h a 14.00h. Toda la información en el botón aquí abajo. |
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