En el camino del desarrollo personal, podemos encontrarnos con algunas ideas como la de que "no vamos a tener una relación satisfactoria hasta que no hemos sanado la niña interior". De pronto esto se puede convertir en un enigma, una misión, como podría ser encontrar el santo Graal. O en un hechizo que tenemos que romper. Entonces nos volcamos en la búsqueda de esta niña, y nos preguntamos cómo hacer para sanarla. Yo he pasado muchos años vagabundeando por los senderos impenetrables de mi psique, y a momentos he tirado la toalla, sintiéndome completamente incapaz de encontrar, y mucho menos sanar, esta mitológica parte de mi ser. Si te apetece leer, te cuento lo que he aprendido por el camino. No existe una niña interior Parece obvio, pero no hay una niña escondida en algún rincón oscuro de nuestro interior. Lo que hay son mecanismos de protección que se han desarrollado frente al dolor reiterado que hemos vivido cuando éramos niñas, y por ende, vulnerables. El dolor de no ser entendidas o de no entender, de no ser aceptadas, valoradas, de no ser bienvenidas, escuchadas, apoyadas, de no ser perdonadas, de no pertenecer o encajar, incluso a veces, el dolor de ser agredidas. Los recuerdos de estas experiencias se quedan grabados en el cuerpo y, con el tiempo, nos acostumbramos a protegernos de ellos, o bien con agresividad, luchando y controlando, o bien con pasividad, bloqueándonos o desconectando. Con los años tal vez nos olvidamos de donde viene todo esto o, si lo recordamos, ya no nos parece para tanto. Ya deberíamos haberlo superado. Pero algo se activa, en los momentos menos oportunos, y nos trae emociones de tristeza inconsolable, enfado, ansiedad o apatía que parecen venir desde un lugar profundo e impenetrable. Tal vez, podemos empezar a mirar todo esto con cierta compasión, sabiendo que detrás hay mucha vulnerabilidad. La vulnerabilidad es nuestra fortaleza Cuando podemos ver esta vulnerabilidad con ternura, sin juzgarla, castigarla, ridiculizarla, ignorarla o ahogarnos en ella, empezamos a aprender a sostenerla. Nos quedamos con ella sin tener que inmediatamente entrar en una reacción automática de protección. La escuchamos, recordamos que nos habla de heridas antiguas, tenemos paciencia con su manera de entrar en escenarios catastróficos y absolutistas. La acompañamos y le damos lo que no pudo tener en el pasado: cariño, comprensión, apoyo, tiempo y espacio. Cuando aprendemos a hacer esto, y dejamos de culpar las demás personas por nuestra incomodidad, algo cambia en nuestras relaciones. En lugar de estar a la defensiva, podemos entrar en intimidad, con nosotras mismas y las demás, podemos abrirnos a la empatía y al cuidado. Cuando las demás personas no sienten exigencia por nuestra parte, es más fácil que quieran atendernos. También, empezamos a ser más hábiles en reconocer las personas que quieren y pueden tener este tipo de relación con nosotras, y las que no. Nos hacemos menos dependientes de las demás y aprendemos a recibir con agradecimiento y a sostenernos a nosotras mismas cuando esto no se da. Disminuye el resentimiento, aumenta la ternura y la compasión. El mito de la recompensa Lo que me parece preocupante de estas ideas sobre la sanación de la niña interior como un prerrequisito para tener relaciones satisfactorias de cuidado y respeto, es que se basan todavía en el principio de castigo y recompensa. "Si no hemos encontrado una relación amable es porque no hemos sanado la niña interior”. «Cuando habremos sanado la niña interior, entonces encontraremos la buena relación». La idea de que tenemos que hacer algo, cambiar algo, para ser merecedoras de amor es, probablemente, como empezó todo el problema, así que me parece importante no alimentar esta creencia. Si no hemos encontrado una relación satisfactoria, tal vez sea porque, en esta sociedad tan traumatizada que tenemos, son pocas las personas que han hecho el trabajo necesario para ser buenas compañeras de viaje. O tal vez sea por mala suerte. Probablemente, el hecho de que nosotras también tengamos asuntos pendientes será un factor, pero no necesariamente el más determinante. Me gustaría proponer que la motivación para sanar estas partes dolidas y vulnerables, sea el cariño que le tenemos y no la recompensa que, supuestas¡mente, recibiremos por cuidarlas. Nuestra luz y nuestra sombra Aunque estas partes de nosotras nos ponen en contacto con experiencias dolorosas, también son ellas mismas las que nos permiten sentir alegría, espontaneidad, curiosidad, apertura y resiliencia. Si todavía nos apetece bailar o jugar, si nos emocionamos con una peli o un atardecer, es porque esta parte inocente y sensible todavía está viva. Reconocerla y celebrarla, hacerle espacio y compartirla con otras personas es, también, una manera de sanar la niña interior, recordándole que es preciosa y necesaria. Maternaje Fundamentalmente, lo que estamos aprendiendo es a convertirnos en buenas madres para nuestras niñas interiores. Una buena mamá escucha, intenta entender, ofrece apoyo y también pone límites cuando hace falta, con amor. En otras palabras, estamos aprendiendo a ser adultas, maduras y enteras. Te agradezco compartir este artículo si lo has encontrado útil. En mi página encontrarás más recursos para tu desarrollo y crecimiento.
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