Llega el 8 de Marzo y me siento cansada.
¿Qué me pasa? Me pregunto. Escucho. Un lamento. No, varios, hay varios lamentos, es un coro que me cuesta descifrar. Lamento que me cueste posicionarme en este día que exige posicionarse. Lamento sentirme dividida, confusa. Soy mujer y por una vez debería resultarme sencillo y natural pertenecer a un movimiento de mujeres y, no, carajo, ni esto me viene fácil. No es el deseo de autonomía, respeto, integridad, igualdad que me confunde sino el proceso mediante el cual queremos realizar estos deseos. Quiero sumarme a la ola que trae cambio y a la vez me inquieta la manera en la que las olas, a veces, arrasan con todo. De que forma impulsamos el cambio me parece tan importante como el cambio en si. Ser mujer, ahora mismo, me parece como ser un enunciado político con patas, un alguien que mira y se mira de reojo, dudando de todo: las emociones, las relaciones, las necesidades, las palabras, los deseos, los pensamientos. Todo, me dicen, está construido desde fuera. ¿Quién soy yo entonces, desde dentro? ¿Un alguien que debería estar enfadado con alguien? Pero es que no me sale ahora mismo enfadarme. Me sale pena, mucha. Me salen lagrimas si pienso en las imágenes, las historias, los recuerdos de mujeres que han vivido en su carne lo que ocurre cuando la vulnerabilidad se concibe como debilidad, y por lo tanto, algo que no merece respeto. Lo que ocurre cuando la fuerza vital es simplemente demasiado grande para no dar miedo y el miedo a menudo conlleva el deseo de controlar. Que ocurre cuando el impulso de controlar genera conceptos-cajas-prisiones que nos atrapan a todxs y nos impiden vivir con apertura cada momento. Que ocurre cuando no puedes, o no sabes, o no quieres defenderte en un juego donde las reglas son la fuerza, la dureza, la competencia. Que ocurre cuando ya no se percibe lo sagrado, cuando la carne es materia, la materia es una cosa y las cosas se ponen y se quitan se montan y se desmontan, se compran y se venden. Hay algo en mi que se niega a ser victima, a ser una construcción. Hay algo en mi que quieres hacerse cargo de mis elecciones, mi crecimiento, mi libertad. Hay algo en mi que sigue buscando porque tiene la intuición que hay algo más profundo del genero en la construcción de la realidad. Hay algo en mí que duele porque ya no puede más con tanta confrontación, división, quien tiene la razón, quien sabe la verdad, quien es victima y quien es culpable, quien sabe lo que hay que hacer en esta confusión y te lo dice aunque no le hayas preguntado. Algo en mi que siente miedo por no saber articular aquello que es borroso, oscuro, visceral, incoherente, incapaz, emergente, confuso. No me digas que no quiero ver. He visto. He sentido. He escuchado. Y aún así no estoy convencida de que haya un culpable en esta historia, más allá del miedo. No me digas que no quiero luchar. He luchado todo lo que he podido. Y todavía sigo, pero ya no es lucha. Quiero dar voz a lo que duele, pero sin atacar, quiero transformar mi lucha en una escucha profunda de lo que quiere decir ser humana, humano. Quiero poner mi propio cuerpo entre las manos que agreden y el cuerpo que recibe el golpe, pero sin convertirme yo misma en un golpe. No sé como hacerlo, lo confieso. Aún así sigo.
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