La sensación de derrumbe y vacío que suele acompañar una pérdida significativa es una de las experiencias más difíciles de sostener. El duelo no nos ofrece redención, sino que es la emoción que marca el encuentro con lo terminal, con los límites de la vida que no podemos traspasar.
En nuestra cultura, hemos ido perdiendo los rituales que nos acompañaban en transitar esta experiencia universalmente humana, rituales que colocaban el duelo al centro de nuestras comunidades y les otorgaban un tiempo fuera del tiempo, donde poder recomponernos y procesar. Hoy en día nos encontramos por la mayor parte solas en este tránsito y muchas veces con la presión de tener que volver a estar operativas cuanto antes. Los portales del duelo En su maravilloso libro "El lado salvaje del duelo" el autor Francis Weller nos propone la tarea de recuperar el duelo y sus ritos como un proceso fundamental para nuestro desarrollo y maduración, aceptando su desafío en lugar de huir de él, y honrando los regalos que nos trae, aunque sean envueltos de negro. Para Weller, nos puede ser útil entender que el duelo es un aspecto que acompaña muchas experiencias de pérdida, lo que él llama los 5 portales del duelo. El primer portal consiste en las pérdidas vinculadas con la muerte o la enfermedad, experiencias que nos recuerdan, de manera abrupta y repentina, nuestra inpermanencia y la de todos los seres vivos en este planeta. Son las que más nos cuesta sostener, y, a la vez, las que templan nuestro pensamiento mágico de inmortalidad y, si las transitamos con humildad y apertura, nos recuerdan de manera irrefutable lo precioso que es cada instante de vida. El segundo portal se refiere a las experiencias de no haber recibido lo que todos seres humanos llegan al mundo esperando: aceptación, cuidado, protección, cariño, valoración y pertenencia. Al no vincular estas experiencias con el duelo, muchas veces lo que ocurre es que se llenan de vergüenza, llevándonos a pensar que algo está terriblemente mal con nosotros por no haber recibido aquello que esperábamos. El tercer portal tiene que ver con el duelo que nos invade cuando miramos el dolor y la destrucción de nuestro planeta. La palabra solastalgia fue cuñada por el filósofo Glenn Albrecht para designar el profundo dolor que nos sobrecoge al ver que la belleza y armonía de nuestros ecosistemas está siendo violentada y destruida por un sistema económico basado en la explotación y en la objetificación de todo aquello que para las culturas ancestrales era sagrado. El cuarto portal incluye el dolor de vivir en un mundo atomizado, individualizado, donde nuestras necesidades básicas y primordiales de vivir en armonía con nuestro entorno, sintiéndonos parte de él, son casi imposibles de satisfacer. Nuestros organismos mamíferos necesitan sentirse parte de un entorno donde la vida se manifiesta en toda su belleza a través de la multitud de especies vivas que lo componen. Nuestras ciudades y estilo de vida nos niegan la posibilidad de satisfacer este anhelo ancestral y nos condenan a vivir con un vacío existencial que no sabemos identificar. El quinto portal es él del duelo de nuestros antepasados, la larga línea de dolor acumulado durante siglos de guerras, genocidios, dominación, represión y explotación. Este dolor nos acompaña en las sombras de nuestra psique y nos conecta con la historia y destino de nuestras comunidades. Cómo transitar los portales del duelo. Tal vez el primer paso tenga que ver con reconocer y validar la existencia de estos 5 tipos de duelo. Negarlos, menospreciarlos o trivializarlos no hace nada más que perpetrar el dolor y nos impide avanzar en el camino de integración. Permitirnos sentir el dolor y reconocer que hemos perdido mucho, que llevamos unas cicatrices y unas heridas invisibilizadas por nuestro entorno social, nos puede ayudar a recuperar el sentido y el valor de estas experiencias. También necesitamos recuperar los espacios comunitarios donde el duelo no es una experiencia anómala e individual, sino un altar sagrado al cual acudimos para compartir nuestra vulnerabilidad, nuestro profundo amor por la vida y nuestra humanidad. Para transitar el duelo, necesitamos aprender a no huir del dolor, a no aplacarlo con falsos remedios y adicciones. Necesitamos hacernos expertos en el arte de acompañar nuestros cuerpos y sus sensaciones, para volver renovadas y más completas, desde nuestros descensos en el mundo de la oscuridad. Si te interesa explorar más en profundidad este tema, te invito a participar en el próximo seminario online el 27 de octubre 2024, de 11.00h a 14.00h. Toda la información en el botón aquí abajo.
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"Para vivir en este mundo, hay que aprender a hacer 3 cosas: amar lo que es mortal, apretarlo contra tus huesos sabiendo que tu propia vida depende de ello, y cuando llega el momento de dejarlo ir, dejarlo ir" Mary Oliver La muerte es un proceso vital que se ha barrido bajo la alfombra del las sociedades así dichas "civilizadas". ¿Cuando es la última vez que has podido mirar un cuerpo sin vida, quedarte con ello, llorar, hacerte con la idea que este cuerpo ya no es lo que era hace pocos instantes, horas, día? ¿Cuando fue la última vez que te dejaste romper todos los esquemas por este suceso incomprensible? Hoy en día lxs muertxs de envían lo más rápido posible a los lugares escondido donde se encuentra la manera de hacerlos desaparecer, bajo tierra o en el fuego. No hay tiempo, no hay espacio para quedarse a mirar la muerte, para dejarse tocar, para dejarse sacudir. Y así, cuando la muerte inevitablemente viene, estamos muy poco preparadxs para recibirla y para acompañarnos en el proceso del duelo. Hablar del duelo quiere decir entrar en uno de los territorios más delicados del corazón, sin embargo, el duelo ha progresivamente desparecido de nuestra cultura, dejando es un su paso un vacío peligroso. Cuando hablo de duelo no me refiero únicamente al proceso conectado con la muerte física de un ser querido. Cualquier evento que presupone la muerte de algo, aunque a nivel metafórico, como una separación, la perdida de un trabajo, una enfermedad que nos deja cambiad@s, un robo, un cambio de casa etc. necesita un periodo de integración y re estructuración, que es precisamente la función sanadora del duelo. No permitirnos pasar por ello quiere decir dejarnos en un estado de des-integración, más vulnerables y heridxs. Por esta razón me gustaría explorar las funciones sanadoras del duelo y como apoyarnos a pasar por ellas. En todas culturas podemos encontrar rituales muy elaborados para enfrentarnos y acoger la experiencia de la muerte. Generalmente estos rituales necesitan varios días, son celebrados en comunidad, y de alguna manera conectan el evento de la muerte con una realidad más amplia y trascendente, ubicando la muerte en un contexto espiritual. A lo largo de la vida, nos vamos encontrando en situaciones donde nos entregamos a un “algo más que yo”, como por ejemplo a una relación de pareja, un proyecto o un trabajo. A través de nuestra entrega, este “algo más que yo” se convierte en “algo parte de mi”. Esto quiere decir que la energía que ponemos en construir, o dar vida, a este “algo” también sirve para vincularnos con él, para incorporarlo en nuestra percepción de quienes somos. Esta entrega es una fuerza maravillosa que nos permite crear, visionar, creer, construir, en fin, vivir! A la vez, también estamos aceptando poner algo de nosotrxs en riesgo porqué como es inevitable, todo lo que vive también muere. Este proceso de vinculación tiene una componente emocional pero también una componente fisiológica. El cerebro está constantemente organizando las percepciones que recibimos desde el exterior y el interior en una imagen coherente y más o menos estable de nosotrxs y nuestro entorno. Esto implica toda una arquitectura neuronal que se construye a través de experiencias reiteradas. Cuando hay un cambio radical en esta imagen, a través de una muerte, una separación etc. el cerebro necesita reorganizarse para construir una nueva imagen que sea coherente con la nueva situación. El proceso de duelo es precisamente lo que el cerebro necesita para hacer este trabajo. Por esta razón en muchas culturas, el primer paso del duelo es sentarse toda una noche con el cadáver de la persona que ha muerto. Necesitamos tomar consciencia y literalmente enfrentarnos con la nueva realidad porqué si no,el cerebro tiende a querer mantener la estabilidad de sus percepciones aunque cuando estas no corresponden a la realidad y por lo tanto entra en lo que se define como negación, o sea, “esto no es posible, no ha pasado, es una pesadilla”. Aunque esta es una reacción normal al principio, si nos quedamos allí no estamos logrando integrar la nueva experiencia y adaptarnos a ella. Para establecer una nueva estructura neuronal el cerebro necesita tiempo y también necesita revisar una y otra vez “lo que era” antes, y “lo que es ahora”, por esta razón cuando estamos en duelo repetimos pensamientos que nos reafirman: “si, esto fue, pero ya no es así.” A través de este proceso se generan las nuevas estructuras neuronales capaces de contener la nueva información. Este proceso necesita mucha energía, por esta razón cuando estamos en duelo nos sentimos muy cansadxs. Bloquear este proceso, intentar acelerarlo o simplemente negarlo es muy peligroso porqué no permite que nuestro cerebro, y por lo tanto nuestros procesos mentales y emocionales, se actualice. Esto nos deja en una situación de inmensa vulnerabilidad, porqué el trauma de la muerte no acaba integrándose en nuestra vida, permitiéndonos seguir adelante con más experiencia y sabiduría, sino se queda “congelado” en algún rincón de nuestro ser, pululando. Esto puede dar pié a fenómenos de depresión, adicción o cualquier otra manera que nuestro organismo encuentre para hacer frente a esta situación de falta de integración. Entonces, ¿que necesitamos cuando “algo muere”? Primero de todo entender la función del proceso de duelo, y después permitirnos pasar por ello, aunque no sea para nada agradable. Para esto necesitamos tiempo, descanso y apoyo por parte de personas que también entienden el valor de este proceso y no intentan distraernos, trivializar o acelerarlo. ¿Cuanto dura un duelo? No hay manera de decirlo, depende de muchos factores que lo hacen un proceso totalmente personal. Es cierto que aceptarlo y pasar por ello con el apoyo cariñoso de otras personas lo hace mucho más fácil. "Los que no se deslizarán por debajo de la superficie inmóvil, en el pozo de la pena, bajando a sus aguas negras, al lugar donde no podemos respirar nunca conocerán la fuente de la cual bebemos el agua secreta, fría y clara ni encontrarán, en la oscuridad, las pequeñas monedas de oro lanzadas por los que deseaban algo diferente." David Whyte ![]() Tras estos días de fiestas, me ha llamdado la atención el tema de la muerte. Supongo que el punto de partida ha sido la pregunta: ¿Porqué no se celebra la Pascua con la misma intensidad que la Navidad? No me considero una persona religiosa pero las tradiciones espirituales del mundo siempre me han interesado como la manifestación del intento de varias culturas de dar sentido a la existencia, y por esta razón me interesa reflexionar sobre ellas. Hay razones que parecen bastante obvias por esta falta de celebración, la Pascua no ofrece las mismas posiblidades de consumo, por ejemplo, pero no he podido evitar preguntarme si no hay algo también que tiene que ver con la actitud hacia la muerte. De hecho, me parece que entre un nacimiento y una resurreción, la segunda debería llamar bastante más la atención (aunque el nacimiento sea virgen). La Pascua celebra un evento que aparece en otras mitologías, como por ejemplo la Egipcia con el míto de Osiris, y que parece dar respuesta a la pregunta: "¿Hay vida más allá de la muerte?". Lo que me parece muy curioso es que hay una diferencia fundamental entre la respuesta que las culturas así dichas no civilizadas han dado a esta pregunta y la respuesta de la mayor parte de las culturas así dichas civilizadas. La diferencia consiste en la idea de la reincarnación. En las culturas no civilizadas, encontramos muy a menudo la idea de la reincarnación, y muchas veces una reincarnación que contempla la posibilidad de volver en la forma de animal o árbol. En cambio en las culturas civilizadas hay la idea que será el individuo mismo que volverá, tal y como se conoce en esta vida. Lo que me parece tan interesante es la diferencia entre una cosmovisión dónde el individuo se desarma y vuelve a ser parte de su entorno y una donde se mantiene la individualidad más allá de la muerte. Entiendo que una de las aportaciones más significativas de lo que llamamos civilización es el concepto de la individualidad, una individualidad separada del mundo natural, muchas veces en un rol de control de la naturaleza y también en una relación de competición con otras individualidades. Este concepto de individualidad genera una cisión dolorosa en la psique humana, una percepción de soledad y separación que probablemente nuestro sistema nervioso no es capaz de asumir, alimentando una sensación de inseguridad y falta de sentido que pone en peligro el equilibrio de nuestra organización psicofísica. Me pregunto si, en esta época donde la ciencia es la nueva religión, la idea de una resurreción tal y como la propone la tradición Cristiana ya no puede aportarnos ningún tipo de alivio y consolación y por lo tanto la celebración de su fiesta correspondiente ha perdido mucho sentido. Inevitablemente, estas reflexiones me han llevado a considerar el hecho de mi propia muerte y mi posición en relación a ella. Personalmente no me preocupa tanto decidir cual es la respuesta más verdadera, sino entender cual es la respuesta que ha ido organizando mi percepción de mi misma. Quiero decir que, aunque mi mente adulta tenga sus propias ideas al respecto, las creencias que he recibido de manera subliminal a lo largo de mi vida mediante la cultura de mi entorno, siguen determinando muchas de las maneras en las que organizo mi experiencia a nivel visceral. Lo primero que me llama la atención es mi incredulidad frente al fenómeno de mi muerte. Por mucho que mi parte racional insista que es un hecho absolutamente cierto, hay una parte más profunda y visceral que realmente no se lo cree. Miro mi mano e intento asumir la realidad de que, en algún día, esta misma mano será reducida a huesos o cenizas y no hay manera que lo consiga. No siento miedo exactamente, sólo me cuesta abarcar esta información de la misma manera que me cuesta abarcar la idea de la infinidad del universo. Supongo que esto tiene que ver con haber tenido muy poca exposición a la muerte, en un entorno cultural donde se mantiene una actitud evitativa al respecto. También detecto que hay una cierta sensación, muy muy en el fondo, de que mi persona, por ser tan individual y por lo tanto especial, tiene una exención de este particular paso en la existencia. Tomar consciencia de todo esto me hace pensar que no estoy muy bien preparada para enfrentarme con la muerte de la manera que me gustaría, con consciencia y tranquilidad. Pero también me hace pensar que, al no tener una relación con la muerte, tampoco estoy vivendo de la manera más plena, quizás. Mi vida se desarrolla en una especie de sueño despierto donde no hay el contrapunto de la muerte para darle más veracidad. En un par de ocasiones he tenído un encuentro más o menos cercano con la muerte y recuerdo como toda mi percepción de la vida se hizo más nítida y brilliante, solo para volver a un cierto entumecimiento en la medida en que la experiencia de la muerte se iba disolviendo. Lo que quiero decir es que percibo un vacío a la hora de contemplar la muerte, algo que me provoca mucho más miedo que la muerte en sí. Un vacío de cosmovisión. La idea de que mi individualidad dejará de exisitir y que mi cuerpo, sus átomos y partículas, ofrecerán sostén a otras formas de vida, por muy bonita que sea, no me llega. No me llega porque solo consigo relacionarme con esta idea desde una perspectiva materialista, de atomos y párticulas, pero he perdido la conexión vital, visceral, anímica con mis relaciones en el mundo natural. Me doy cuenta de lo profunda que es la herida que se ha generado en mi gracias a esta cultura de la separación, de la obsesión con la joventud, los estrechos estandarés de belleza, la humanidad enfrentada constantemente con la naturaleza, las manias de grandeza e idolatría del yo. Me siento huerfana de mis relaciones. El viento, la tierra, el agua y el fuego se han reducido a meros fenómenos, sin alma, sin hermandad con mi ser. Y es esta la muerte que me llena de horror, mi vida es una isla a la cual me aferro sabiendo que finalmente las olas de la vida/muerte la engullerán, pero no tengo mapa para transitar este pasaje. ¿Cómo puedo recuperar mi sensación de hermandad con el mundo natural? ¿ cómo puedo recostruir mi concepto de individualidad para que no se convierta en una jaula que me aisla del mundo.? ¿Cómo puedo vivir mi vida plenamente para enfrentarme con mi muerte? Me llama la atención que la celebración de la Pascua llegue justamente en el momento en que toda la naturaleza se despierta en sus colores más brilliantes para desfilar su belleza. Me parece una decisión bondadosa colocar esta reflexión sobre la muerte en el momento de más vida alrededor, como si la naturaleza nos llamara a recordar algo fundamental que hemos olvidado a cerca de nuestra relación con ella, algo que nos permita vivir con plenitud antes de morir. Tatiana Sibilia es formadora certificada de Comunicación NoViolenta, facilitadora del proceso de Integración Relacional y practicante del método Hakomi (Mindfulness aplicado al autoconocimiento). Ofrece formación, acompañamiento individual y un curso online para aprender a practicar la Integración Relacional en el día día. |
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