Alimentarse es uno de los procesos más fundamentales de cualquier organismo vivo, sin embargo, para muchas de las personas que viven en las sociedades occidentales, es un proceso cargado de emociones a veces muy complejas como la culpa, la ansiedad, el miedo y la frustración. Es frecuente pensar en esta relación compleja con la comida en términos de “trastornos”, como si de una enfermedad se tratara. Sin embargo, hay cada vez más estudios y evidencias que nos invitan a mirar la relación "des-ordenada" con la comida como la punta del iceberg de un sistema nervioso traumatizado. Esta mirada nos permite abordar la relación con la comida desde un lugar de compasión, apertura y, fundamentalmente, afecto, que nos permite transformar los patrones de control, desborde y privación en oportunidades para recuperar un vínculo seguro con nosotras mismas. Las mil facetas de la relación con la comida. Comer es un proceso que nos involucra a muchos niveles: fisiológico, emocional, afectivo, social y cultural. Por lo tanto, no podemos mirar la relación con la comida desde un solo punto de vista. Necesitamos ampliar la mirada y preguntarnos muchas cosas, como por ejemplo:
Recuperar la confianza en nostras mismas Una componente muy fuerte en la relación des-ordenada con la comida es la creencia de que nuestra manera de alimentarnos tiene que estar regulada por normas externas, de lo contrario, nuestros impulsos se descontrolarán y nos llevarán a la perdición, lo cual equivale a: comer demasiado, demasiado poco, comer alimentos “equivocados”, subir de peso, bajar de peso, enfermar. La "cultura de la dieta" es endémica en nuestra sociedad. Aunque se disfrace de "alimentación saludable", es un constructo que se rige sobre la premisa de que no podemos dejar nuestra alimentación a nuestros instintos. No podemos confiar en nuestro cuerpo, en nuestra intuición, no sea que nos desvíen hacia el descontrol. ¿En qué clase de cultura puede generarse este tipo de creencia? En una cultura que nos quiere separar de nuestros propios cuerpos y convertirlos en objetos que deben estar bajo el estricto control del raciocinio, del intelecto y del poder externo. Una cultura que no valora la emoción, la intuición, las curvas, los imprevistos, la vulnerabilidad y el descanso. Por lo tanto, una de las componentes necesaria de la sanación de la relación con la comida, es la sanación de nuestro vínculo con el cuerpo, y todo lo que esto simboliza. El placer de sanar la relación con la comida. Nuestros cuerpos se orientan y aprenden a través del placer. Es el placer que nos hace aprender a levantarnos y caminar cuando somos pequeñas, es el placer que nos guía en conocer el mundo. El placer va de la mano de la satisfacción, y la satisfacción marca el límite entre un ciclo de exploración y el siguiente. Cuando estamos cómodas con sentir y seguir nuestro placer, entonces también podemos experimentar la satisfacción de este placer y saber que ya podemos descansar y digerir la experiencia. Es la escucha atenta a esta señales internas de nuestro organismo que nos ayuda a regularnos y orientarnos. Cuando nuestra relación con el placer está distorsionada, por la intervención de creencias moralistas, por la intrusión de normas sociales rígidas y ajenas a nuestras necesidades, el organismo pierde la capacidad de orientarse a través del placer y este se convierte o bien en una obsesión o en un tabú. Reparar nuestra manera de experimentar el deseo, el placer y la satisfacción es una de las maneras más profundas de sanar la relación con la comida, y por ende, con nosotras mismas. Si quieres explorar más, puedes acceder a los materiales del seminario Transformar la relación con la comida: la gravación, los audios de las prácticas, los apuntes y el manual de ejercicios.
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