El título de este artículo hace una pregunta que te invito a considerar unos momentos. Hay capacidades, deseos, potenciales y cualidades tuyas que probablemente están siendo limitadas por la vergüenza crónica. También hay una serie de experiencias como la autoexigencia, la ansiedad, la falta de autoestima, la dificultad con tomar decisiones, el bloqueo y la depresión que, muchas veces, son el resultado de la vergüenza que se ha instalado en las profundidades de nuestra psique y de nuestro organismo. Vergüenza adaptativa y vergüenza crónica La vergüenza adaptativa es un proceso biológico que algunos de los mamíferos compartimos por una razón muy concreta, nos ayuda a generar cohesión social. Vemos este tipo de vergüenza en los perros y en los monos, que crean estructuras sociales, no tanto en los gatos, que tienden a tener vidas más bien independientes, incluso cuando están en grupo. La vergüenza adaptativa actúa como un freno para desactivar aquellos comportamientos que no encajan con el orden social del grupo y esto es necesario si se quiere mantener una estructura social cohesionada. En los animales este proceso no tiene muchas más consecuencias, el individuo que se sale de los parámetros establecidos experimenta esta sensación, se reubica, y vuelve a su funcionamiento en el grupo. En los humanos la situación es más compleja porque, a diferencia de los animales, hemos desarrollado dos cosas muy abstractas y elaboradas: el Yo y la cultura. Aun así, lo que realmente nos dificulta la experiencia de la vergüenza y la transforma en algo crónico y dañino, no son el Yo y la cultura en sí, sino ciertas maneras de interpretar estos fenómenos. Identificación y rigidez La cultura occidental se ha ido desarrollando a lo lago de los siglos en una dirección muy concreta, a diferencia de otras culturas: construyendo una percepción de separación (entre seres humanos y naturaleza, entre un ser humano y el otro, entre mente y cuerpo, entre arte y ciencia, etc.), una consecuente rigidez en mantener estas separaciones, lo cual lleva a la construcción de categorías mentales como "correcto/incorrecto", "bueno/malo", "mejor/peor" a través de las cuales vamos encasillando toda nuestra experiencia. A esto se suma la glorificación de la individualidad y del Yo, que genera una identificación muy fuerte de los individuos con sus propios pensamientos, emociones y acciones. Las consecuencias de todo esto en la experiencia de la vergüenza son bastante nefastas y aunque siguen teniendo una función social, el tipo de sociedad que la vergüenza crónica promueve es una basada en la dominación, la competitividad, la represión, la desigualdad y el autoritarismo. Repensar la vergüenza Aunque la vergüenza es una experiencia principalmente fisiológica, al ser criaturas tan altamente influenciadas por nuestra cultura, nos puede venir bien empezar a cuestionar las bases conceptuales de esta experiencia. Podríamos empezar con separar lo que somos de lo que hacemos, por ejemplo. Si actúo con rabia y acabo diciendo algo que puede ser dañino para otra persona, en lugar de pensar "soy mala persona", me sirve más pensar "no me gusta actuar de esta manera, quiero aprender a gestionar mi rabia de otra forma para no hacerle daño a las otras personas". Esto ya de entrada denota que me importan las demás personas, por lo tanto, tal vez, no soy tan mala persona. También, esta manera de pensar me invita a entrar en un proceso de aprendizaje y transformación, en lugar de atraparme en una percepción rígida sobre quien soy. Sanar la ruptura La vergüenza crónica es el resultado de una ruptura que se generó a lo largo de nuestra infancia y adolescencia cuando nuestro entorno social, en lugar de ayudarnos a reconducir nuestro comportamiento, nos atacó directamente en el centro de nuestra esencia, etiquetándonos de mil maneras y, muchas veces, retirando el afecto como forma de castigo. Esta ruptura se manifiesta con una voz crítica interna que no nos deja en paz, con inseguridades, miedos, ansiedad y con la sensación de que "algo está mal conmigo". Esto hace que nuestra experiencia social sea marcada por muchas dificultades y mecanismos protectivos y defensivos. Nuestra espontaneidad, creatividad, apertura y confianza son también víctimas de la vergüenza crónica, que las sustituye por hipervigilancia, crítica, rigidez, culpa, orgullo y tensión. Si podemos ver que, detrás de todo esto, hay alguna parte de nosotras que ha sido dañada por una mala gestión de los mecanismos sociales de nuestra cultura, tal vez nos resulte más fácil empezar a recuperar la confianza en nuestra integridad como personas, aunque queramos cambiar algunos de nuestros patrones de comportamiento. Para ello, necesitamos traer algo de comprensión, compasión, cariño y aceptación en nuestra manera de relacionarnos con nosotras mismas y convertirnos en buenas aliadas de nuestro proceso de aprendizaje y desarrollo en lugar de ser nuestras peores enemigas. Si te ha gustado este artículo, te invito a suscribirte a mi boletín mensual donde encontrarás meditaciones guiadas e información sobre mis cursos y formaciones. También te agradezco compartirlo con otras personas, ya que he decidido retirarme de las redes sociales comerciales. Es una manera muy sencilla de apoyar mi trabajo y te lo agradezco de corazón. ¡Gracias!
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