Nos hemos acostumbrado a vivir en un entorno cultural que nos propone métodos y pautas para aprender a relajarnos, sin tal vez tener en cuenta que la relajación es algo completamente innato al organismo, algo que no debería necesitar ser aprendido. Pensar que tenemos que aprender a relajarnos puede reforzar la idea que el estado natural del organismo sea uno de no relajación y que la relajación sea algo ajeno que se tiene que aprender como ir en bicicleta. Pero esto normaliza el estado de no relajación, que es, en mi opinión, parte del problema en el que nos encontramos hoy en día.
La relajación es nuestra esencia Si piensas en un grupo de chimpancés ¿qué imagen te viene a la mente? O, si piensas en un grupo de personas pertenecientes a una comunidad indigena, todavía vinculados con su tierra y sus costumbres ¿cómo te las imaginas? Incluso si pienso en mis abuelos, que no tuvieron una vida muy fácil, los recuerdo, y los imagino de jóvenes, pasando los ratos que podían charlando con sus familiares o amigos, jugando a cartas, paseando o leyendo. Relajación no quiere necesariamente decir falta de actividad, es más bien el estado desde el cual entramos en acción. Los organismos vivos tienen ciertas características en común: quieren reproducirse de alguna manera e interactúan con sus entornos para obtener los recursos que les permitan mantenerse en vida hasta llegar, por lo menos, al punto de reproducirse. Para poder alcanzar estos objetivos, un organismo necesita estar en un estado de relativo equilibrio, o homeostasis, donde todas las funciones vitales puedan ocurrir sin demasiada interferencia. Podríamos llamar este estado de homeostasis relajación o paz. El organismo humano también busca naturalmente este equilibrio, en un diálogo constante con su entorno. un diálogo cuyo lenguaje son las impresiones sensoriales externas e internas. Cuando el entorno nos ofrece estímulos e información que transmite un mensaje de paz y seguridad, el organismo naturalmente se orienta hacia la relajación. Si has tenido la oportunidad de observar un bebé o niña pequeña, entre 0 y 3 años, tal vez te habrás percatado del exquisito estado de relajación de su cuerpo, aunque en el medio de la actividad. La musculatura permanece blanda, haciendo el esfuerzo mínimo necesario para realizar las acciones elegidas, la cara se mantiene abierta y suave, los ojos atentos y curiosos, las emociones frescas y móviles. Esto es, por supuesto, si el entorno propicia suficiente paz y seguridad. Interferencias en nuestra esencia ¿Cuándo fue la primera vez que fuiste consciente de estar en un estado de estrés? Para algunas personas, desafortunadamente, esta experiencia vino muy pronto, tal vez incluso al nacer. Transitar un estado de estrés no es, de por si, algo negativo, siempre y cuando el organismo tenga suficiente tiempo y oportunidades para recuperarse después. Esta recuperación incluye todos los aspectos del ser humano: cognitivo, emocional y corporal. Si el entorno no favorece esta recuperación, porqué los estímulos estresantes permanecen, porqué no hay suficiente tiempo o porque no hay un acompañamiento cariñoso y empático, el organismo poco a poco va perdiendo su capacidad de orientarse hacia la relajación y empieza a generar estrategias adaptativas a la situación de estrés permanente. Estas estrategias buscan alivio y descanso pero de una manera poco congenial para el organismo, por ejemplo: utilizando sustancias como el tabaco, la comida, el café, el azúcar, las sustancias psicotrópicas; o a través de comportamientos como la búsqueda del riesgo, de la sobreestimulación, el colapso, la desconexión. Es importante que podamos ver tods estas estrategias como un intento desesperado de nuestro organismo de buscar algo que ya no sabe como encontrar. La cultura del esfuerzo En los últimos 100 años, o más, un tema general de nuestra sociedad ha sido el desarrollo de la tecnología para supuestamente liberarnos del trabajo manual, lo cual nos daría más tiempo para disfrutar y relajarnos. ¿Qué te parece el experimento, ha sido exitoso? Es paradójico, desde mi punto de vista, escuchar que una de las quejas más frecuentes en las personas que viven en las sociedades "desarrolladas" es la de no tener tiempo. Los niveles de estrés, ansiedad y depresión parecen estar a niveles sin precedentes, entre muchas otras dolencias. Nuestra sociedad promete grandes recompensas a quien está preparado para esforzarse mucho, en la línea del famoso sueño americano. Incluso las personas que hemos intentado desvincularnos de este modelo para redimensionar nuestras vidas, reduciendo nuestras expectativas de ganancias materiales, nos vemos afectadas por la mentalidad del esfuerzo en aspectos más sutiles. Un ejemplo de esto sería la incapacidad de parar y descansar porque tenemos la sensación de que "debería estar haciendo algo" aunque no sepamos qué. Es como si nuestro sistema nervioso se hubiese quedado atrapado en "on", considerando de valor únicamente las actividades que producen algo, aunque sea intangible como "la iluminación". Estamos muy condicionadas hacia la idea de lograr, cumplir, alcanzar, mejorar, desarrollar, y esto no nos permite descansar. Recuperar la relajación ¿Por dónde podemos empezar? Muchas veces, el mejor lugar es el más cercano, en este caso, nuestra mente. Relajarse no es equivalente a no hacer nada. ¿Cuántas veces estamos tumbadas en el sofá o en la playa y aún así todo el cuerpo está en tensión? Para poder ofrecernos la posibilidad de relajarnos necesitamos calmar la mente primero. Podemos aprender a reconocer las señales de nuestra agitación en los pensamientos que nos empujan a permanecer en acción, en alerta, en urgencia. La exigencia es una modalidad que podemos aprender a suavizar cada vez que aparece. "¿Y si no lo hago, qué pasa?" Sería una buena pregunta a hacernos cuando vemos que estamos priorizando la acción sobre el cuidado de nuestro ritmo. Esto no quiere decir irnos al otro extremo y convertirnos en personas perezosas y descuidadas, quiere decir aprender a encontrar el equilibrio. Fundamentalmente, el mensaje que podemos empezar a contemplar sería: "Soy suficiente, con mis limitaciones y faltas, soy digna de vivir mi vida con suavidad y cariño.". Desde este lugar, todo lo que nos proponemos hacer tiene otro sabor, es un añadido, algo que elegimos desde la amplitud y el deseo de enriquecer, no desde la ansiedad de llenar una carencia. El cuerpo, entonces, puede empezar a recuperar sus ritmos: descansar cuando tiene sueño, comer cuando tiene hambre, movilizarse cuando tiene energía. Escuchar los mensajes del cuerpo es fundamental en recuperar nuestra capacidad de relajarnos, y confiar en la sabiduría de nuestro organismo. Aprender a escuchar nuestra musculatura e invitarla a hacerse más blanda, escuchar nuestras vísceras y aprender a traer suavidad, escuchar nuestra respiración y permitir la amplitud y la exhalación. Todos estos son caminos hacia la recuperación de nuestra capacidad innata de estar en paz con nosotras mismas. Este artículo es un extracto desde el módulo de Julio del curso Cuid-arte, una propuesta que te invita a explorar distintos temas relacionados con el bienestar a través de artículos, meditaciones, ejercicios y poesias. Si quieres saber más ssobre esta propuesta haz click aquí.
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