Primera parte
Hace ya un mes desde que publiqué el articulo "Cuando me muera: reflexiones sobre la vida en tiempos de Corona virus". No estoy muy segura si ya se puede hablar de una vida "post corona virus", y aun así quiero compartir en este artículo las reflexiones que me están guiando hacia el futuro, sea lo que sea. Son reflexiones que van entramando distintos temas pero que tienen un hilo conductor claro: el deseo de vivir esta experiencia con el mayor grado de consciencia posible. Quiero poder tomar decisiones que me ayuden a participar en la creación de realidades donde esté presente la empatía, el cuidado, la solidaridad y la colaboración. Ya no hablo de crear "un mundo", sino "realidades" dentro de este mundo. Espero que estas reflexiones te aporten algo valioso y te ayuden a elaborar otras, tuyas, capaces de sostenerte en tus decisiones. Meditar para no huir Voy a empezar por aquí, aunque pueda parecer un lugar muy extraño para hacer una reflexión sobre la situación actual, porque la meditación es una práctica muy central en mi vida y en el trabajo que ofrezco. Es una práctica que intento utilizar para orientarme, para entender y actuar. A la vez podría estar hablando de cualquier práctica dirigida al crecimiento personal. Lo que yo entiendo por meditación, y lo que intento practicar, es la creación de un espacio que me permita observar con honestidad y precisión lo que está pasando en mi experiencia presente, lo cual incluye mis pensamientos, emociones y sensaciones físicas. No tengo la expectativa de que esta actividad me conduzca a un estado de animo concreto, no pretendo relajarme ni dejar de pensar, no tengo la ambición de iluminarme ni de tener experiencia místicas o transcendentales. Lo único que intento facilitar es el darme cuenta de lo que me está ocurriendo, sea lo que sea. Me propongo explorar mis experiencias, ver como se articulan en la interacción de pensamientos habituales, percepciones, interpretaciones, deseos y la multitud de voces que habitan mi interior. Intento no huir ni aferrarme a lo que me ocurre. Es cierto que, en muchas ocasiones, un efecto colateral de estas exploraciones es un estado de más calma, más claridad. Pero esto no quiere decir que mis dificultades se hayan resuelto. La meditación no es un refugio en el cual evadir la realidad en la que me encuentro y que me rodea. De ser así, no me serviría mucho más que cualquier otra manera de evadir. Observar lo que me pasa es un primer paso valioso, me aporta claridad, honestidad y una conexión profunda con las necesidades que motivan mis emociones. En la aceptación de mis emociones encuentro compasión, alivio y también la información que necesito para orientar mis acciones en el mundo. Esto me invita a mirar el mundo y lo que ocurre en él con claridad, precisión, cuestionando mis creencias y pensamientos además de los de otras personas. Particularmente cuestionando aquellas creencias que pretenden adormecer mi sentido crítico, que me invitan a aceptar las construcciones sociales que generan sufrimiento como si fueran fenómenos naturales inalterables. Meditar como privilegio A veces, encuentro propuestas que aparentemente ofrecen la meditación como una práctica que pueda ofrecer sanación y resolución en momentos de crisis. Hay algo en esto que me preocupa mucho. Especialmente ahora, en la situación de confinamiento, la práctica de la meditación me parece una propuesta que necesita ser acompañada de un marco de referencia solido y claro. La meditación como práctica requiere, inherentemente, de un cierto estado de tranquilidad para empezar. Aunque hay varias tradiciones que proponen practicar en lugares ruidosos y concurridos, para desarrollar la capacidad de mantener la mente centrada, la imagen más típica que tenemos es la de un monje o monja en un lugar natural de cierta belleza, en soledad. No viene a la mente la imagen de alguien en un barrio marginal, meditando en la calle, rodeado de miseria. Uno de los más grandes maestros de meditación fue el Buda, y era un príncipe. Es cierto que dejó su vida de lujo y privilegio para dedicarse a la búsqueda de un camino hacia la cesación del sufrimiento, pero me imagino que su infancia le había proporcionado unas bases sólidas desde las cuales salir al mundo. Nuestra sociedad está corroída por injusticia, desigualdad y pobreza inimaginable. Hay personas que no han conocido mucho más que precariedad, violencia y desamparo en su vida. Hay personas por la cuales el confinamiento está representando una verdadera tragedia. La idea de proponer la meditación como remedio a esta angustia me duele profundamente. Lo veo como un planteamiento que no tiene en consideración la profunda desigualdad desde la que estamos partiendo. Una mirada ciega a su propio privilegio. Lxs que nos estamos tomando el confinamiento como una especie de "retiro", revisando nuestra vida, dedicando tiempo a nuestro crecimiento y bienestar, lo hacemos, en la grande mayoría, porque tenemos ciertas necesidades básicas cubiertas. Estas necesidades se llegan a cubrir porque hemos tenido la suerte de pertenecer a una clase de personas a las que se otorga el derecho de acceder a ciertos recursos que se mantienen inaccesibles para otras. No quiero sentirme culpable. No he elegido nacer donde he nacido (por lo menos que recuerde), en muchos casos no he aprovechado de los beneficios que mi posición me ha ofrecido. Simplemente he ocupado mi lugar en el mundo. Y tal vez intento, desde ahí, ponerme al servicio de otras personas. Mi reflexión no pretende culpar, sino recordarnos algo que considero importante y del cual no me quiero olvidar. Lo que no quiero olvidar cuando medito No quiero olvidar que soy parte de una red de vida, una red que a veces es invisible y sin embargo tiene leyes inalterables, por mucho que mi intelecto quiera construir explicaciones y filosofías alrededor de ellas. No quiero olvidarme lo fácil que es reducir mi mundo a mis experiencias, mi entorno cercano y perder el contacto con otras realidades, proyectar mis interpretaciones y perspectivas en lugar de acercarme con interés y respeto a otras experiencias. No quiero olvidarme lo fácil que es utilizar la meditación o cualquier práctica de desarrollo personal, para aislarme del mundo y sus incomodidades, para preservar mi rinconcito de bienestar, para hacer más llevadero algo que necesita un cambio profundo y radical. Entonces meditar de por si, para mi, no es suficiente si no me ayuda a actuar de forma diferente para abordar las profundas heridas que están desangrando el mundo. La posibilidad de desarrollarme es, ahora como ahora, el privilegio que he recibido por mi pertenencia a una clase social completamente arbitraria y artificial. Un privilegio que quiero extender a todos los seres humanos, lo cual me insta a no darlo por sentado y no pensar que sea la solución adecuada para quien no comparte mis privilegios. Mis reflexiones siguen explorando las acciones que podrían ser coherentes con este deseo. Con el fin de no hacer de este artículo algo demasiado exigente para la capacidad de atención que tenemos en la era de la tecnología de la información, voy a seguir con ellas en otro artículo. Te agradezco mucho leer hasta aquí, espero que hayas encontrado en estas palabras algo de valor. Espero tener el honor de recibir tu atención en el siguiente artículo, lo publicaré en los próximos días así que puedes volver aquí para encontrarlo.
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