Desde mi punto de vista, el crecimiento personal y la política van de la mano.
¿Para qué queremos desarrollarnos como personas? En general, para sentirnos mejor con nosotras mismas y con las demás personas. Encontrar maneras saludables de relacionarnos es, aunque no lo parezca mucho, el propósito fundamental de nuestra organización social. Hacer política debería querer decir saber encontrar maneras saludables de crear relaciones entre personas con necesidades y estrategias muy distintas. Hacer política debería ser, en mi opinión, un ejercicio de empatía, creatividad y mediación. Pero, en la realidad, es todo lo contrario. Tal vez recuerdas estudiar los romanos en la escuela. El imperio tan devastador que nos trajo, entre otras cosas, el circo. En este espacio de supuesto entretenimiento, algunos esclavos se ganaban su única y penosa oportunidad de libertad a través de un combate a muerte entre ellos, mientras los otros miembros de una sociedad altamente opresiva, descargában sus emociones de frustración y privación de derechos en el espantoso voyeurismo de tal espectáculo. No me parece que la situación haya cambiado mucho. En las últimas semanas he prestado una atención esporádica y francamente demoledora a los discursos electorales, y me he preguntado ¿Qué entendemos por democracia? La lucha a muerte entre gladiadores, cuya única expectativa es la destrucción del otro. Ganar la batalla, aniquilar al oponente. Y todas nosotras ahí mirando, animando y aplaudiendo a nuestro gladiador preferido. Un circo, un partido de fútbol. Tal vez nos olvidamos que lo que estamos viendo es la miserable muestra de nuestra incapacidad, como cultura y sociedad, de evolucionar hacia relaciones basadas en la comprensión y la colaboración. La victoria del Partido Popular en Madrid se ha analizado de mil maneras. Como se hace con los partidos de fútbol, se ha analizado la estrategia de cada equipo. Nadie pone en cuestión que tal vez no deberíamos hacer política como si se tratara de un partido de fútbol. Si la democracia quiere decir una lucha para ver quien tiene el derecho de imponer sus estrategias sobre otras personas, sin tener que prestar la más mínima atención a sus necesidades, preferencias y peticiones, yo, personalmente, no tengo ningún interés en ella. Estoy cansada, desanimada, asustada y profundamente frustrada con este circo. Estoy cansada de escuchar nuestros supuestos representantes tomar la palabra en un espacio que debería ser de negociación y colaboración, para insultarse, humillarse y atacarse en un intercambio totalmente estéril. Lo más frustrante es ver como los representantes de partidos que se declaran progresistas, a favor de la tolerancia, la inclusión y la multiculturalidad, juegan exactamente según las mismas reglas, no traen nada nuevo, no ejemplifican ninguno de los valores que declaran en sus manifiestos. Siguen con la retórica de siempre. Es aplastador ver que, al día de hoy, con las cuestiones complejas que tenemos que enfrentar en la convivencia planetaria, no sabemos hacer nada más que pelearnos. No me convence tampoco la narrativa de : "Con ellos no se puede hablar", "Ellos no se merecen un espacio, una plataforma". No creo que se pueda combatir al racismo, la codicia, la intolerancia y la rigidez simplemente diciendo: "Vosotros no deberíais existir y no tenéis un lugar aquí". ¿Qué esperamos de este discurso? ¿De verdad pensamos que el otro bando dirá "ah, pues vale, nos vamos."? ¿Qué nivel de esfuerzo y represión se tiene que ejercer para mantener estas ideologías fuera de los espacios comunes? Si realmente fuéramos un poquito más coherentes con nuestros valores haríamos el esfuerzo de entender de dónde vienen ciertas posturas, qué necesidades hay detrás, qué creencias, experiencias y referencias las han formado. Y haríamos el esfuerzo de encontrar respuestas que puedan contemplar las necesidades ajenas. Cuando una representante de un partido de derecha dice: "Quiero elegir a quien invito a mi casa", con referencia a las políticas sobre la immigración ¿no podríamos recoger ahí una preocupación legítima sin tacharla de fascismo y de odio? No podríamos decir, "Entiendo que esto te preocupe, no es tan sencillo lidiar con esta situación. Quiero cuidar de estas necesidades de seguridad y a la vez ofrecer ayuda y apoyo a personas que vienen de entornos más desfavorecidos. ¿Cómo lo podríamos hacer juntes?". Presta atención a la voz en tu cabeza que dice: "Ay, qué ingenua esta Tatiana." Esta voz te dice que no es posible salir del paradigma de la lucha. Tal vez sea ingenua, pero cómo me gustaría probar a responder de esta manera y ver qué pasa en lugar de hacer lo de siempre. Estoy desilusionada con la política y a la vez no me convence la posición abstencionista. Pensar que sea posible abstraernos del contexto colectivo y vivir en una burbuja, esto sí que me parece muy ingenuo. El abstencionismo es el privilegio de quien no tiene que vivir en su propia piel las consecuencias de políticas opresivas y de marginalización. ¿Qué podemos hacer para convertir nuestros espacios políticos en lugares de real transformación cultural y social, donde forjar la colaboración y la creatividad para encontrar soluciones que puedan satisfacer el mayor número de necesidades? Para mi, el primer paso, es dejar de normalizar el circo como si fuera politica de verdad.
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