Después de unos meses, vuelvo a sentirme removida por este caso que está impactando tan emotivamente el país. Más allá de reflexionar sobre los 5 hombres y sus acciones, ahora estamos llamadxs a reflexionar sobre nuestro sistema judicial y sus mecanismos, valores y paradigmas. Reflexionar sobre nuestra sociedad y la fragmentación que la atraviesa. Aunque mi artículo anterior se centraba en Buscar la Empatía para el caso de La Manada, ahora mi inquietud es otra: entender lo que esta sentencia dice de nuestra cultura y plantearme respuestas, propuestas, un nuevo imaginario. Lo que comparto aquí es un trozo de mis pensamientos tratando de lidiar con algo tal vez demasiado complejo como para ponerlo en pocas palabras. Lo ofrezco como punto de partida para más reflexiones. No voy a hablar de la cultura machista en si, ya mucho se está diciendo sobre ella, sino de la cultura de la fragmentación, la cultura que hace posible que se de una sentencia como la que hemos recibido el Jueves pasado. En primer lugar, mientras reflexionamos sobre esta sentencia podríamos detenernos a considerar el sistema judiciario en el cual ocurre. Esta sentencia no me satisface no solo por su clasificación del delito sino por el hecho de centrarse meramente en un castigo. No me satisface no por la brevedad de la condena, sino por la insignificancia de la condena. Ningún tipo de cambio cultural se produce, en mi opinión, meramente a través del castigo, porque el castigo no favorece la reflexión, ni la comprensión, ni la empatía, ni la reparación. Este tipo de justicia que tenemos, considera que su trabajo está hecho cuando a deliberado el tipo de castigo adecuado, en base a cavilosas formulas. Me ha impactado enormemente leer frases como "(...) la Audiencia explica por qué los hechos no se produjeron ni con violencia ni con intimidación. La violencia, aseguran, debe medirse en base "a criterios cuantitativos y no cualitativos" o "(...)Las lesiones que presentaba la víctima en los genitales y por las que fue atendida hospitalariamente "no revelan la existencia de violencia" que cumpla con el requisito de la agresión sexual, dice el texto, sino que son compatibles con una penetración vaginal "en la que hubo un rozamiento en la zona".(artículo aquí) o la frase que me produce escalofríos, pronunciada por el el juez Ricardo González " "(...)Tampoco aprecio en ella esa 'ausencia y embotamiento de sus facultades superiores' que se afirma por la mayoría de la Sala; por el contrario, lo que me sugieren sus gestos, expresiones y los sonidos que emite son de excitación sexual". (artículo aquí), Lo que me impacta es la aplicación de estos criterios "cuantitativos" al proceso de establecer la naturaleza del asunto y en cambio criterios "cualitativos" al establecer la experiencia interior de la mujer que sufrió esta agresión. Hay algo que me parece violento y cruel en decirle a alguien como fue su experiencia, y en este caso decirle a la mujer que sus gemidos eran de placer me parece de una crudeza realmente desproporcionada. ¿Qué ocurre cuando queremos enfrentarnos a los sucesos de la vida de una manera parcial, sin interpelar todas nuestras facultades humanas? Me parece que lo que ocurre es la fragmentación, lo que suele producir una sensación muy angosta de que algo no está bien. Creo que la ola de indignación que ha atravesado las calles esta última semana puede tener que ver, entre otras muchas cosas, con el hecho que, fundamentalmente, algo humano se rebela a que se apliquen criterios meramente cuantitativos a un evento que es predominantemente relacional, emotivo, personal, intimo, delicado. Nuestra cultura está muy acostumbrada a segmentar y apartar cosas que en la realidad no se pueden separar. No se puede separar el cuerpo de la mente, la emoción del intelecto, lo subjetivo de lo objetivo. El resultado, cuando intentamos actuar como si esta separación fuera posible, es casi siempre nefasto. Leyendo los transcritos de los interrogatorios, me sorprende la cantidad de preguntas sobre detalles que no tienen nada que ver con el estado emocional de ninguna de las personas presentes. La justicia, como la ciencia, pretenden ofrecer una mirada "objetiva" del mundo, negando la realidad de lo emotivo, de lo subjetivo. Entiendo que una justicia subjetiva presenta unas cuantas dificultades, el propósito de un proceso judicial es precisamente traer una mirad externa y alejada de los eventos que pueda aportar objetividad y ecuanimidad. A la vez, una justicia que se sostiene en criterios matemáticos para establecer si las lesiones vaginales ocurridas en el caso de Pamplona representan violencia o no, creo que está muy, muy peligrosamente alejada de lo que es humano. Intentar deliberar de manera objetiva sobre un asunto tan sumamente complejo como la sexualidad humana presenta un grado de dificultad extremo, a mi parecer. La sexualidad es un acto relacional en el cual entran en juego elementos inconscientes, culturales, emotivos e incoherentes, ¿cómo podemos abordarlos de una manera puramente objetiva? Me parece que nuestra sociedad se queda desprovista de estructuras que puedan realmente hacer frente a esto. A esto se suma el contexto cultural en el cual el sexo mismo se ha ido fragmentando cada vez más de su componente emotiva y relacional, convirtiéndose en un acto casi puramente mecánico y centrado en la satisfacción de impulsos individuales, dónde "el/la otro/a" es meramente un "aparato". Solo cuando esta concepción del sexo está normalizada, alguien puede llegar a creer que una chica de 18 años, a los diez minutos de conocer 5 hombres ya está dispuesta a tener relaciones sexuales con ellos en un portal de una ciudad desconocida. Y la cuestión del consentimiento. Pongamos que esta chica sea de temperamento muy extraordinario y efectivamente consiente a tener relaciones sexuales con 5 hombres ¿ lo que ocurre después queda validado por lo tanto? Si yo consiento a tener relaciones sexuales no me espero que me tiren en el suelo, que me empujen para hacer fellaciones, que me graben sin mi permiso, que me dejen tirada desnuda y que me roben el móvil. No tengo experiencia personal pero me consta que incluso en la escena sado-maso hay más cuidado y respeto. ¿O es que este tipo de relación es lo que nos parece "sexo normal"? Es una re-calificación de lo que entendemos por sexo, por relaciones sexuales lo que nos haría falta ahora mismo. Y no es terreno fácil de navegar. El lema actual :"No es no" me parece sacrosanto y a la vez un no a veces es parte de un juego. O quizás no llego a decir no porque estoy demasiado desconcertada. Necesitamos fomentar una cultura mucho más hábil en calibrar los estados emocionales, en mantener conexión con lo sutil y poco "cuantitativo" del ser humano. Una cultura donde el bienestar del/a otro/a es inequívocamente ligado con el propio. Necesitamos una justicia que sea capaz de enfrentarse con esta complejidad. La visión de un sexo despojado de la parte relacional ha sido apoyada también desde los frentes feministas de la sociedad, donde tristemente, a veces me parece que la trayectoria es apropiarse de las barbaridades que surgen desde el mundo patriarcal y hacerlas en femenino. El patriarcado es un paradigma de la fragmentación, donde se establecen criterios, valores, normas y creencias en base a un fragmento de la totalidad, y donde se ponen los otros fragmentos en un lugar de inferioridad, opresión y negación. El problema, desde mi punto de vista, no es si el fragmento que se está tomando como referente es el masculino o el femenino, sino que no hay integridad, integración, unidad. Me parece que solo en un contexto dónde esta visión fragmentada es endémica se puede llegar a pensar que el tipo de sexualidad ocurrida en aquel portal de Pamplona podría ser otra cosa que violenta. Si se considerara la trascendencia psico-física de lo que quiere decir entrar en contacto sexual con otra persona creo que no cabría duda. Si se considerara la subjetividad de las personas implicadas en este acto, no cabría duda. Si nuestra cultura fuera una cultura de la empatía, dónde no se le pregunta a la mujer si dio su consentimiento sino se le pregunta al hombre si en algún momento le importó saber si la otra persona estaba bien, si estaba a gusto, si disfrutaba, si daba señales de relajación y tranquilidad, si en su visión de la sexualidad entra la noción de mutualidad y de placer compartido, no cabría duda. Entonces, sin negar la relevancias de reflexiones sobre el machismo, lo que me preocupa es que no cuestionemos el marco fundamental dentro del cual se están dando estos sucesos. Que no recuperemos un sentido del ser humano y sus relaciones como algo fundamental en nuestra sociedad, que seguimos respondiendo con castigos a las tragedias relacionales de nuestro mundo en lugar de favorecer la empatía y la reparación. El modelo que nos ofrece la Justicia Restaurativa me parece sumamente necesario como propuesta integradora, generadora de nuevos paradigmas. Una justicia que no niega lo emocional y subjetivo sino lo integra y lo acoge como parte necesaria en un proceso de reparación. Traduzco desde un artículo de la organización estadounidense VAW (Violence Against Women) que propone la implementación de métodos restaurativos en casos de agresión sexual; "La conceptualización de la justicia restaurativa involucra a tres grupos: (a) sobrevivientes / víctimas y, en segundo lugar, familiares y amigxs victimizadxs que sufren angustia junto con su ser querido; (b) miembros de la comunidad que experimentan menos seguridad y conexión social cuando perciben altos niveles de delincuencia y baja disuasión, pero que a la vez pueden estar contribuyendo a un ambiente que apoye la violencia sexual; y (c) los delincuentes, así como sus familiares y amigos, que experimentan culpa y vergüenza que se asocian con ser acusados de un delito sexual o pertenecer al contexto de la relación interpersonal del cual surgió la ofensa. Las opciones restaurativas incluyen círculos de intercambio, diálogo víctima-delincuente, paneles que estudian el impacto sobre las víctimas, encuentros de reparación de la comunidad, círculos de apoyo, círculos de sentencia, conferencias con menores y adultos, y disciplina restaurativa en entornos educativos (Umbreit et al., 2006). Mientras que los procesos judiciales y el encarcelamiento apuntan principalmente a la disuasión y el castigo del delincuente, la justicia restaurativa puede responder tanto a las necesidades de supervivencia de los sobrevivientes como a la validación, el empoderamiento y la reparación del daño y la prevención de futuras agresiones sexuales." Algunos de los gritos feministas en estos día me han dejado muy preocupada con esta tendencia a la proyección del dolor que es muy típica de las personas que han sufrido duramente. Es normal querer que quien te ha provocado dolor también sufra, es un deseo de equilibrio en un sentido muy visceral, pero me inquieta pensar que no hay lugar donde puedan quedar los hombres ahora que no sea en la caja "machista", y que nos fragmentemos en nuestra búsqueda de comprender lo que está fundamentalmente descolocado en nuestra sociedad. Recuperar un sentido de integración, de encuentro y apertura entre lo masculino y lo femenino, lo intelectual y lo emocional, lo objetivo y lo subjetivo me parece un camino muy rico a perseguir en este sentido
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Hay veces que los acontecimientos de la actualidad cogen una fuerza que los plantea en mi mente como algo urgente, algo que sacude la tranquilidad de mis pensamientos ordinarios, la familiar organización de mis valores y opiniones. Uno de estos acontecimientos ha sido esta semana el caso de la (presunta) violación de San Fermín. Cuando hablo de buscar la empatía para este caso quiero decir la empatía para los hombres, porque la empatía para la chica me sale como un río en invierno, no la tengo que buscar. Me parece muy bien hablar de empatía cuando estoy lidiando con mi día día, dónde no aparecen problemas más grandes que un desacuerdo con mi pareja, un enfado con mi madre, mi propio sufrimiento con las cosas que no he resuelto en mi vida. Sin querer trivializar estos asuntos, me parece que están en otra "liga". Luego viene una situación como esta de San Fermín y me digo:"¿Ahora qué, dónde está tu compasión y tu no violencia, dónde está tu empatía?". Para algunas personas el hecho de que me plantee encontrar empatía para estos hombres podría parecer absurdo, incluso ofensivo. Lo siento si os llega así. Tengo una firme creencia que el camino que nos llevará a salir de la barbaridad en la cual todavía estamos sumergidxs es el camino de la compasión y la empatía y siento el compromiso de recorrer este camino, siempre que pueda. Tengo que reconocer que mi mente ha estado muy ocupada con pensamientos violentos esta semana, mis emociones han estado surfeando las olas del dolor, la indignación, la frustración y el miedo. Aún así, por debajo de todo esto se ha mantenido vivo el deseo de mirar más allá, de encontrar algo de comprensión, de enfrentarme con el desafío de buscar la compasión. Cada vez que me he encontrado con algún comentario en las redes sociales por el estilo de: "animales, monstruos, no os merecéis ser considerados humanos" se ha producido en mi una dúplice reacción : por un lado el alivio y la descarga de poder ver expresado mi enfado, mi deseo de dañar, de "hacerle pagar". Hay algo tremendamente satisfactorio en llamar a estos hombres "animales" y exiliarlos desde la comunidad de los seres humanos. Por otro lado, algo dentro de mi también se siente incómodo con este tipo de satisfacción, la entiende pero me invita a no quedarme ahí. Porque hay una pregunta que se asoma en mi mente: "¿De verdad no son seres humanos?" y quizás lo que me inquieta es que sé, de manera inequivocable, que si que lo son y por lo tanto tienen algo que ver conmigo. Y aquí me encuentro con mi primer rompecabezas, porqué los seres humanos estamos repartidos en dos: hombres y mujeres. Y además estamos existiendo en un entorno y contexto específico, a nivel cultural e histórico. Así que me pregunto: "¿Cómo me puedo relacionar con esta situación desde mi perspectiva como ser humano, mujer y miembro de esta sociedad?". Es una pregunta que me catapulta en un paisaje muy complejo dónde tacharle de animales a estos 5 hombres me parece un poco simplista. Esta complejidad me llama a utilizar otros criterios que no sean los de "culpa", "castigo" o "juicios moralistas" sino algo que me ayude a entender y entrar en una relación de poder y autenticidad con esta situación. Aquí es donde encuentro un deseo muy vivo de conocer a estos 5 hombres y hablar con ellos. Me despierta muchísimo interés la posibilidad de un encuentro con esta parte de la humanidad. Reconozco que este interés se sostiene en una creencia casi obstinada que tengo desde que soy niña: "no existen personas malas". Quizás me equivoco con esto, pero me motiva seguir viviendo con esta hipótesis y ver hasta que punto se aguanta. Soy consciente que esto de buscar la empatía para los 5 hombres es algo que puedo hacer desde la posición privilegiada de observadora. Me he imaginado varias veces como sería mi experiencia de esta situación si la chica violada fuera mi hija y lo que siento es una emoción desgarradora de impotencia, miedo y rabia. La empatía me hace posible conectar con la profundidad del dolor porque la experiencia de esta chica re-estimula mi propia experiencia de vulnerabilidad y miedo como mujer y las múltiples y reiteradas experiencias de abuso y agresiones soportadas por mi genero a lo largo de miles de años. Cuando conecto con esto, veo como se enciende en mi el impulso de hacer daño, de castigar al "otro", de sentirme justificada en mi deseo de venganza por la legitimidad que mi estatus de "victima" me ofrece. Y poder expresar este dolor y este deseo de venganza es lo que creo que las personas directamente afectadas por esta situación necesitan, no estar intentando ser "comprensivas, razonables, buenas". No señores, para sanar y para sacar a la luz lo que está haciendo nuestro mundo más oscuro hace falta darle un lugar a estas emociones y reconocerle su función. Cuando el dolor y el trauma de quien ha sido oprimido no encuentra un lugar dónde expresarse y recibir reconocimiento, se puede convertir muy fácilmente en una energía opresora a su vez, como ilustra tan claramente el caso de Israel y Palestina, entre muchos otros. Cuando conecto con el dolor desde mi lugar de mujer, veo que yo también quiero ser parte de una "manada" que me ofrezca refugio, solidaridad, identidad, seguridad y validez. Las mandas son muy buenas para satisfacer estas necesidades. quizás no son tan buenas para permitirnos conectar con nuestra autenticidad individual, con nuestra manera única y compleja de vivir la vida. A la vez, está claro que estamos organizadxs en manadas: hombres, mujeres, de izquierda, de derecha, blancxs, negrxs, del sur, del norte y lo típico de estas manadas es que se reafirman internamente a si mismas y muy pocas veces suelen abrirse a la experiencia de otras manadas. A nivel social a veces es necesario que una manada le diga a la otra: "Ya basta! Mirad que nos está ocurriendo aquí a raíz de vuestras acciones.". Lo que no suele pasar es que la otra manada le responda: "Si, lo vamos a mirar, gracias por llamar nuestra atención a algo que nos había quedado desapercibido". No suele pasar justamente porque la manada se ha construido para si misma, para cuidar de sus intereses bajo sus criterios. Falta la Manada Universal. También falta, desde mi punto de vista, la capacidad de expresar necesidades insatisfechas sin demonizar a las personas que no han hecho posible su satisfacción, sin entrar en una postura exigente, de enfrentamiento. Lo que suele ocurrir, muy lógicamente, es que la manada que se encuentra en el estado de más opresión y dolor empiece a utilizar las mismas estrategias de violencia, de imposición, de venganza. Por un lado porqué necesita una salida para su dolor y por el otro porque a nivel "político" no le queda otra, especialmente cuando la Ley (esta entidad que últimamente ha logrado el estado de divinidad suprema e incuestionable) ha sido diseñada por la manada con más poder. Entonces ahora yo me veo dividida entre mi deseo de darle apoyo a "mi manada", de reconocer su dolor, su anhelo de respeto y valoración, de autonomía y libertad y a la vez hay algo en el concepto de manada que al final no me convence. Supongo que hay momentos para estar con la manada y punto, a pesar de las diferencias que se puedan tener internamente, y este es uno de aquellos momentos para mi. No hay cuestiones en mi opinión con respecto a como se está llevando este caso en los medios de comunicación, los argumentos que intenta utilizar la defensa hablan de una cultura trágica que está totalmente acostumbrada a la opresión, la imposición, la violencia y la legitimación de usarla contra aquellas personas que se han identificado como "menos de", sean mujeres, personas transgénero, de otras etnias u otra clase social. La frialdad y arrogancia de lxs que se toman el derecho de opinar sobre algo tan delicado como el consentimiento sexual, la mentalidad de "seguro algo habrás hecho"... todo esto me hace querer posicionarme firmemente con mi manda y decir: "Ya basta!", pero luego, en mi rincón personal, me sigo preguntando: "¿Pero esto cómo puede ocurrir?". Una lectura que me ha resultado útil en estos días, ha sido el blog de una de mis formadoras de Comunicación Noviolenta preferida, Miki Kashtan, una mujer muy implicada en el trabajo social con el tema del privilegio y con un firme compromiso a la noviolencia. En uno de sus post habla de la violencia como "una respuesta inevitablemente relacionada con la impotencia". Esta frase me ha dado a que pensar. Primero me ha hecho recordar que la agresión, la lucha, es uno de las respuestas a las que recurrimos cuando estamos en estado de activación simpática en nuestro sistema nervioso, en otras palabras, cuando nos sentimos amenazadxs y no nos parece que la opción de "solucionarlo por las buenas" va a funcionar. Así que me parece muy lógico que si me percibo como sujeto impotente, la violencia me pueda salir muy fácil. Esta violencia me puede salvar la vida. No voy a entrar en el eterno debate de lo que haría yo si alguien viniera y me arrastrara en el portal de un edificio a las 3 de la mañana con la intención de violarme porqué no lo sé. Supongo que mi sistema nervioso tomaría el mando automático y pasaría por las opciones: luchar, huir, congelarse. (Qué bueno sería si los jueces y abogados conocieran los fundamentos de nuestra fisiología, así nos ahorraríamos las preguntas tipo:" Y porqué no te defendiste?"). Lo que me ha costado ha sido intentar identificar que tipo de sensación de impotencia puede hacer que la violencia sea un recurso tan habitual entre los hombres y específicamente en contra de las mujeres. De hecho algo dentro de mi se ha rebelado con esta pregunta. "No hay razón para esta violencia, es mala y punto, no le busques más explicación, ya estás entrando en tu papel de mujer oprimida justificando al opresor" es lo que me he dicho. Bueno, quizás es así, pero déjame seguir el hilo un poquito más, nunca se sabe a donde podríamos llegar... De hecho, hay tantos hilos a los que seguir que se me hace difícil escoger por donde empezar. Un hilo muy concreto es lo que se me ha presentado en un artículo de El Diario donde encuentro este párrafo: "esta perentoria necesidad de reafirmar una masculinidad tradicional acosada en todos los espacios gracias al empuje del feminismo, se une ahora un determinado proyecto histórico muy vinculado al capitalismo. Dice Segato: "Para esta fase del capital es indispensable que las personas se vuelvan menos empáticas, que sean menos vinculadas. Que el sufrimiento del cuerpo que tengo al lado no vibre en mí. Que se anule la solidaridad que es consecuencia de la empatía. Nos están entrenando para ser menos empáticos y tolerar el presente". Aquí me acuerdo del porqué en los últimos años me he distanciado de las posturas feministas más "mainstream". Aunque repito, puedo entender la rabia y la agresividad que se manifiestan ahí como respuesta a miles de años de sufrimiento ocultado y trivializado y puedo reconocer que a mi personalmente me ha servido mucho en darle cabida a mi propia rabia durante muchos años, al final no me satisface. No me satisface convertir mi rabia y mi trauma en un plan de acción a nivel social. No me convence asumir las posturas de intimidación, de superioridad moral, de venganza y dureza como mi manifiesto. No a largo plazo, no más allá de haber sacado a la luz lo que quería sacar. No quiero reducir el feminismo a esto pero es un aspecto que me genera desconexión con algunas tendencias del movimiento. Fundamentalmente me genera rechazo porque, más allá de la manada, me reconozco ser humano y creo que la estrategia de priorizar las necesidades de una manada sobre otra siempre nos dejan atrapadxs en el mismo bucle de violencia y opresión. Con esto no niego la urgencia imperante de que las necesidades insatisfechas del genero femenino se sigan poniendo sobre la mesa con firmeza, aún así me pregunto: "¿De qué manera este tipo de feminismo no ha seguido la tendencia patriarcal de concebir las cosas dentro del marco de "bueno/malo", "castigo/recompensa", generando una imagen de "enemigo/victima" dentro del cual organizar su discurso?". Mi impresión es que no hemos conseguido todavía, como humanidad, salir de este paradigma, y por esto seguimos sufriendo las consecuencias de las trágicas estrategias que cada cual encuentra para salir del paso y dar satisfacción a su necesidad de seguridad, reconocimiento, validación y pertenecía. Siempre que alguien se queda excluido, va a generarse algún problema, tarde o temprano, en el sistema. A esto, como de manera muy lucida expresa el párrafo citado, se añade el capitalismo como estrategia suprema del masculino desorientado, del patriarcado. Está claro que nuestro sistema judicial está diseñado para obliterar la empatía. Basándose únicamente en los conceptos de culpa y castigo no se preocupa por un momento de poner la parte que ha cumplido la agresión en contacto con el sufrimiento de la persona que la ha recibido. Cualquier tipo de vulnerabilidad que pudiera generarse a raíz de esta empatía está profundamente bloqueada por el miedo al castigo. Estos chicos siguen repitiendo que son inocentes y me pregunto hasta que punto esto es el resultado del miedo a los 22 años de cárcel que les esperan y hasta que punto es una mezcla de creencias y vivencias muy distorsionadas que se han infiltrado en sus mentes a lo largo de muchos años. Me preocupa que pongamos más énfasis en la violación como delito penal que como un acto de profunda quiebra con lo que es inherentemente humano. Aún reconociendo la necesidad de una legislación coherente y protectora con respecto a la violación, relegar este asunto al ámbito judicial me parece reducir su magnitud. Me pregunto ¿qué tipo de sistema judicial podríamos crear si nuestra postura fundamental fuera la empatía? La mejor respuesta que he encontrado hasta el día de hoy es la Justicia Restaurativa, que os invito a investigar. Si la estrategia del capitalismo es obliterar la empatía, me propongo desarrollarla en su nivel más alto: encontrando algo de empatía con quien me hace daño, porqué empatizar con lxs que sufren ya me sale bien. Muchas veces nos confundimos y creemos que empatizar llevará a justificar, legitimar, acabar "todxs felices". No me imagino en ningún momento llegar a legitimar lo que ocurrió en aquella madrugada en Pamplona. Ni siquiera si la mujer hubiese dado su consentimiento me quedaría tranquila con lo que ocurrió y no eximiría de responsabilidad los hombres por su conducta. ¿A caso si me encuentro con alguien que me pide pegarle lo voy a hacer? No, lo que hicieron aquellos 5 hombres queda, para mi, definitivamente en el ámbito de una conducta trágica e inadmisible. Pero mi pregunta inicial sigue empujándome a buscar una manera de encontrar empatía para ellos. Estoy segura de que si pudiera tener suficiente tiempo para hablar con cada uno, no descubriría relatos de personas que han recibido aceptación, cariño, respeto, valoración, acompañamiento, seguridad emocional y empatía. Siendo hombres, en este contexto socio cultural, me imagino que le ha resultado muy fácil aprovechar de sus privilegios para encontrar salida a sus experiencias dolorosas a través de la violación de mujeres, que es, tradicionalmente, una estrategia favorita de algunos hombres y por la cual, tradicionalmente, no tienen que asumir ninguna responsabilidad. Me parece indispensable que se vuelva a repetir una y otra vez que esta estrategia no la queremos nunca más, ni para nosotras ni para ellos, porque en definitiva nos hace daño a lxs dos. A la vez, mientras me conecto con estos pensamientos escucho una voz que me dice: "Ya, pero las mujeres llevan como mínimo 10,000 años siendo violadas sistemáticamente, esto ¿cómo te lo explicas? Dónde está la impotencia que puede haber generado esta violencia en primer lugar?". Esta pregunta me inquieta profundamente porqué no consigo tener ni la más mínima intuición de una respuesta. Intento mirar las cosas desde una perspectiva arquetípica: ¿Habrá algo en la esencia de lo femenino que el masculino percibe como amenazante? Su apertura, su movilidad, su imprevisibilidad, su creatividad, su misterio? He pasado a estas categorías, masculino/femenino, porqué indudablemente la dinámica de opresión, objetificación y agresión ocurre más allá de los hombres y las mujeres. Existe, por ejemplo, entre algunos seres humanos y la naturaleza, entre algunas mujeres y sus hijxs y entre algunos hombres. Esto me hace pensar que entonces esto no es solo un problema de genero, que también, sino un problema de como se relacionan ciertas fuerzas, ciertas cualidades. Yo sé que he utilizado el acoso, la agresión, la imposición y el castigo en algunos momentos de mi vida. Es cierto que no he llegado a violar ni a matar a alguien, pero es como si pudiera vislumbrar cómo podría llegar a ello si algunos astros se alinearan. ¿Soy yo inmune a la violencia, el odio, el egoísmo, la crueldad? Diría que no. Este vídeo que he encontrardo en internet me ha impactado. Recogo las preguntas que plantea sin satisfacerme con la primera respuesta que se construye en mi mente: "Es porque algo está muy mal con vosotros". Me motiva la invitación de seguir investigando las telarañas que hay en todas nuestras mentes. Así me encuentro ahora al principio de un camino muy largo que me hace mirar muy atrás en el tiempo y en la esencia del ser humano. Veo que es un camino que no he recorrido lo suficiente para seguir hablando sobre él ahora. No estoy segura si, al final de mis reflexiones, puedo decir haber encontrardo empatía para estos 5 hombres. Siento mucha empatía para el sufrimiento que todos seres humanos estamos experimentando a raíz de las experiencias de profundo desequilibrio, conflicto, alienación, materialismo y exclusión que imperan en este mundo. Seguir este hilo me aporta el reconocimiento que estas dinámicas me pertenecen por ser un ser humano y comparto con otros seres humanos la responsabilidad de encontrar nuevos caminos para gestionarlas, reconociendo responsabilidades pero sin culpar, expresando el dolor y la rabia pero sin convertir a los demás en monstruos, poniendo limites claros pero sin castigar, colaborando para encontrar nuevas estrategias que satisfagan las necesidades de todos seres vivos. Si te ha gustado este artículo quizás quieres suscribir al boletín mensual con artículos, meditaciones y noticias sobre la Integración Relacional. Tras estos días de fiestas, me ha llamdado la atención el tema de la muerte. Supongo que el punto de partida ha sido la pregunta: ¿Porqué no se celebra la Pascua con la misma intensidad que la Navidad? No me considero una persona religiosa pero las tradiciones espirituales del mundo siempre me han interesado como la manifestación del intento de varias culturas de dar sentido a la existencia, y por esta razón me interesa reflexionar sobre ellas. Hay razones que parecen bastante obvias por esta falta de celebración, la Pascua no ofrece las mismas posiblidades de consumo, por ejemplo, pero no he podido evitar preguntarme si no hay algo también que tiene que ver con la actitud hacia la muerte. De hecho, me parece que entre un nacimiento y una resurreción, la segunda debería llamar bastante más la atención (aunque el nacimiento sea virgen). La Pascua celebra un evento que aparece en otras mitologías, como por ejemplo la Egipcia con el míto de Osiris, y que parece dar respuesta a la pregunta: "¿Hay vida más allá de la muerte?". Lo que me parece muy curioso es que hay una diferencia fundamental entre la respuesta que las culturas así dichas no civilizadas han dado a esta pregunta y la respuesta de la mayor parte de las culturas así dichas civilizadas. La diferencia consiste en la idea de la reincarnación. En las culturas no civilizadas, encontramos muy a menudo la idea de la reincarnación, y muchas veces una reincarnación que contempla la posibilidad de volver en la forma de animal o árbol. En cambio en las culturas civilizadas hay la idea que será el individuo mismo que volverá, tal y como se conoce en esta vida. Lo que me parece tan interesante es la diferencia entre una cosmovisión dónde el individuo se desarma y vuelve a ser parte de su entorno y una donde se mantiene la individualidad más allá de la muerte. Entiendo que una de las aportaciones más significativas de lo que llamamos civilización es el concepto de la individualidad, una individualidad separada del mundo natural, muchas veces en un rol de control de la naturaleza y también en una relación de competición con otras individualidades. Este concepto de individualidad genera una cisión dolorosa en la psique humana, una percepción de soledad y separación que probablemente nuestro sistema nervioso no es capaz de asumir, alimentando una sensación de inseguridad y falta de sentido que pone en peligro el equilibrio de nuestra organización psicofísica. Me pregunto si, en esta época donde la ciencia es la nueva religión, la idea de una resurreción tal y como la propone la tradición Cristiana ya no puede aportarnos ningún tipo de alivio y consolación y por lo tanto la celebración de su fiesta correspondiente ha perdido mucho sentido. Inevitablemente, estas reflexiones me han llevado a considerar el hecho de mi propia muerte y mi posición en relación a ella. Personalmente no me preocupa tanto decidir cual es la respuesta más verdadera, sino entender cual es la respuesta que ha ido organizando mi percepción de mi misma. Quiero decir que, aunque mi mente adulta tenga sus propias ideas al respecto, las creencias que he recibido de manera subliminal a lo largo de mi vida mediante la cultura de mi entorno, siguen determinando muchas de las maneras en las que organizo mi experiencia a nivel visceral. Lo primero que me llama la atención es mi incredulidad frente al fenómeno de mi muerte. Por mucho que mi parte racional insista que es un hecho absolutamente cierto, hay una parte más profunda y visceral que realmente no se lo cree. Miro mi mano e intento asumir la realidad de que, en algún día, esta misma mano será reducida a huesos o cenizas y no hay manera que lo consiga. No siento miedo exactamente, sólo me cuesta abarcar esta información de la misma manera que me cuesta abarcar la idea de la infinidad del universo. Supongo que esto tiene que ver con haber tenido muy poca exposición a la muerte, en un entorno cultural donde se mantiene una actitud evitativa al respecto. También detecto que hay una cierta sensación, muy muy en el fondo, de que mi persona, por ser tan individual y por lo tanto especial, tiene una exención de este particular paso en la existencia. Tomar consciencia de todo esto me hace pensar que no estoy muy bien preparada para enfrentarme con la muerte de la manera que me gustaría, con consciencia y tranquilidad. Pero también me hace pensar que, al no tener una relación con la muerte, tampoco estoy vivendo de la manera más plena, quizás. Mi vida se desarrolla en una especie de sueño despierto donde no hay el contrapunto de la muerte para darle más veracidad. En un par de ocasiones he tenído un encuentro más o menos cercano con la muerte y recuerdo como toda mi percepción de la vida se hizo más nítida y brilliante, solo para volver a un cierto entumecimiento en la medida en que la experiencia de la muerte se iba disolviendo. Lo que quiero decir es que percibo un vacío a la hora de contemplar la muerte, algo que me provoca mucho más miedo que la muerte en sí. Un vacío de cosmovisión. La idea de que mi individualidad dejará de exisitir y que mi cuerpo, sus átomos y partículas, ofrecerán sostén a otras formas de vida, por muy bonita que sea, no me llega. No me llega porque solo consigo relacionarme con esta idea desde una perspectiva materialista, de atomos y párticulas, pero he perdido la conexión vital, visceral, anímica con mis relaciones en el mundo natural. Me doy cuenta de lo profunda que es la herida que se ha generado en mi gracias a esta cultura de la separación, de la obsesión con la joventud, los estrechos estandarés de belleza, la humanidad enfrentada constantemente con la naturaleza, las manias de grandeza e idolatría del yo. Me siento huerfana de mis relaciones. El viento, la tierra, el agua y el fuego se han reducido a meros fenómenos, sin alma, sin hermandad con mi ser. Y es esta la muerte que me llena de horror, mi vida es una isla a la cual me aferro sabiendo que finalmente las olas de la vida/muerte la engullerán, pero no tengo mapa para transitar este pasaje. ¿Cómo puedo recuperar mi sensación de hermandad con el mundo natural? ¿ cómo puedo recostruir mi concepto de individualidad para que no se convierta en una jaula que me aisla del mundo.? ¿Cómo puedo vivir mi vida plenamente para enfrentarme con mi muerte? Me llama la atención que la celebración de la Pascua llegue justamente en el momento en que toda la naturaleza se despierta en sus colores más brilliantes para desfilar su belleza. Me parece una decisión bondadosa colocar esta reflexión sobre la muerte en el momento de más vida alrededor, como si la naturaleza nos llamara a recordar algo fundamental que hemos olvidado a cerca de nuestra relación con ella, algo que nos permita vivir con plenitud antes de morir. Tatiana Sibilia es formadora certificada de Comunicación NoViolenta, facilitadora del proceso de Integración Relacional y practicante del método Hakomi (Mindfulness aplicado al autoconocimiento). Ofrece formación, acompañamiento individual y un curso online para aprender a practicar la Integración Relacional en el día día. |
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