"Para vivir en este mundo, hay que aprender a hacer 3 cosas: amar lo que es mortal, apretarlo contra tus huesos sabiendo que tu propia vida depende de ello, y cuando llega el momento de dejarlo ir, dejarlo ir" Mary Oliver La muerte es un proceso vital que se ha barrido bajo la alfombra del las sociedades así dichas "civilizadas". ¿Cuando es la última vez que has podido mirar un cuerpo sin vida, quedarte con ello, llorar, hacerte con la idea que este cuerpo ya no es lo que era hace pocos instantes, horas, día? ¿Cuando fue la última vez que te dejaste romper todos los esquemas por este suceso incomprensible? Hoy en día lxs muertxs de envían lo más rápido posible a los lugares escondido donde se encuentra la manera de hacerlos desaparecer, bajo tierra o en el fuego. No hay tiempo, no hay espacio para quedarse a mirar la muerte, para dejarse tocar, para dejarse sacudir. Y así, cuando la muerte inevitablemente viene, estamos muy poco preparadxs para recibirla y para acompañarnos en el proceso del duelo. Hablar del duelo quiere decir entrar en uno de los territorios más delicados del corazón, sin embargo, el duelo ha progresivamente desparecido de nuestra cultura, dejando es un su paso un vacío peligroso. Cuando hablo de duelo no me refiero únicamente al proceso conectado con la muerte física de un ser querido. Cualquier evento que presupone la muerte de algo, aunque a nivel metafórico, como una separación, la perdida de un trabajo, una enfermedad que nos deja cambiad@s, un robo, un cambio de casa etc. necesita un periodo de integración y re estructuración, que es precisamente la función sanadora del duelo. No permitirnos pasar por ello quiere decir dejarnos en un estado de des-integración, más vulnerables y heridxs. Por esta razón me gustaría explorar las funciones sanadoras del duelo y como apoyarnos a pasar por ellas. En todas culturas podemos encontrar rituales muy elaborados para enfrentarnos y acoger la experiencia de la muerte. Generalmente estos rituales necesitan varios días, son celebrados en comunidad, y de alguna manera conectan el evento de la muerte con una realidad más amplia y trascendente, ubicando la muerte en un contexto espiritual. A lo largo de la vida, nos vamos encontrando en situaciones donde nos entregamos a un “algo más que yo”, como por ejemplo a una relación de pareja, un proyecto o un trabajo. A través de nuestra entrega, este “algo más que yo” se convierte en “algo parte de mi”. Esto quiere decir que la energía que ponemos en construir, o dar vida, a este “algo” también sirve para vincularnos con él, para incorporarlo en nuestra percepción de quienes somos. Esta entrega es una fuerza maravillosa que nos permite crear, visionar, creer, construir, en fin, vivir! A la vez, también estamos aceptando poner algo de nosotrxs en riesgo porqué como es inevitable, todo lo que vive también muere. Este proceso de vinculación tiene una componente emocional pero también una componente fisiológica. El cerebro está constantemente organizando las percepciones que recibimos desde el exterior y el interior en una imagen coherente y más o menos estable de nosotrxs y nuestro entorno. Esto implica toda una arquitectura neuronal que se construye a través de experiencias reiteradas. Cuando hay un cambio radical en esta imagen, a través de una muerte, una separación etc. el cerebro necesita reorganizarse para construir una nueva imagen que sea coherente con la nueva situación. El proceso de duelo es precisamente lo que el cerebro necesita para hacer este trabajo. Por esta razón en muchas culturas, el primer paso del duelo es sentarse toda una noche con el cadáver de la persona que ha muerto. Necesitamos tomar consciencia y literalmente enfrentarnos con la nueva realidad porqué si no,el cerebro tiende a querer mantener la estabilidad de sus percepciones aunque cuando estas no corresponden a la realidad y por lo tanto entra en lo que se define como negación, o sea, “esto no es posible, no ha pasado, es una pesadilla”. Aunque esta es una reacción normal al principio, si nos quedamos allí no estamos logrando integrar la nueva experiencia y adaptarnos a ella. Para establecer una nueva estructura neuronal el cerebro necesita tiempo y también necesita revisar una y otra vez “lo que era” antes, y “lo que es ahora”, por esta razón cuando estamos en duelo repetimos pensamientos que nos reafirman: “si, esto fue, pero ya no es así.” A través de este proceso se generan las nuevas estructuras neuronales capaces de contener la nueva información. Este proceso necesita mucha energía, por esta razón cuando estamos en duelo nos sentimos muy cansadxs. Bloquear este proceso, intentar acelerarlo o simplemente negarlo es muy peligroso porqué no permite que nuestro cerebro, y por lo tanto nuestros procesos mentales y emocionales, se actualice. Esto nos deja en una situación de inmensa vulnerabilidad, porqué el trauma de la muerte no acaba integrándose en nuestra vida, permitiéndonos seguir adelante con más experiencia y sabiduría, sino se queda “congelado” en algún rincón de nuestro ser, pululando. Esto puede dar pié a fenómenos de depresión, adicción o cualquier otra manera que nuestro organismo encuentre para hacer frente a esta situación de falta de integración. Entonces, ¿que necesitamos cuando “algo muere”? Primero de todo entender la función del proceso de duelo, y después permitirnos pasar por ello, aunque no sea para nada agradable. Para esto necesitamos tiempo, descanso y apoyo por parte de personas que también entienden el valor de este proceso y no intentan distraernos, trivializar o acelerarlo. ¿Cuanto dura un duelo? No hay manera de decirlo, depende de muchos factores que lo hacen un proceso totalmente personal. Es cierto que aceptarlo y pasar por ello con el apoyo cariñoso de otras personas lo hace mucho más fácil. "Los que no se deslizarán por debajo de la superficie inmóvil, en el pozo de la pena, bajando a sus aguas negras, al lugar donde no podemos respirar nunca conocerán la fuente de la cual bebemos el agua secreta, fría y clara ni encontrarán, en la oscuridad, las pequeñas monedas de oro lanzadas por los que deseaban algo diferente." David Whyte
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Si el título de este artículo no ha sido suficiente para quitaros las ganas de seguir leyendo me considero afortunada y espero merecerme vuestra atención hasta el final, o por lo menos la mitad, del escrito. No creo que va a ser uno de los más cortos. Acabo de encontrar un artículo que me ha llamado mucho la atención y que me ha disparado varias reflexiones; como siempre las comparto con la intención de generar más reflexión y no de acabar con ella dando respuestas o visiones definitvas. El artículo en cuestión es: "Follar con empatía: otra lección puritana que se disfraza de feminismo" y bueno, me ha atrapado con esta palabra que tanto me pone: empatía. No me considero una experta en el arte de follar (aunque con una cierta experiencia tras 3 decadas en activo), en cambio sí me considero una profesional de la empatía, ya que es la base no solo de mis relaciones personales sino de mi trabajo, así que me ha estimulado mucho leer el artículo de la doctora Loola Pérez. A lo largo de los últimos meses hemos estado atestiguando varios movimientos y sucesos, desde la campaña #Me too y el vídeo "Hola putero" al caso de La Manada, que han vuelto a poner sobre la mesa la sexualidad como lugar de intersección entre la cultura machista y la feminista, generando mucho debate y emotividad. Lo que para mi ha sido difícil de digerir en los últimos meses ha sido la actitud casi vengativa de algunos sectores feministas que parecen apuntar a los hombres en general como machistas por defecto, productos inevitables de una cultura que los construye para perpetuar el modelo patriarcal. Y no es que no me parezca un ejercicio sano para cualquier persona pararse a observar sus creencias, hábitos, privilegios, suposiciones y patrones de comportamiento. Es que me provoca miedo cuando dejamos de vernos como seres humanos y nos relegamos a existir unicamente dentro de cajas etiquetadas "machista", "feminista", "progresista", "prohibicionista", y cuando nuestras conversaciones se centran más en establecer en que caja tenemos que entrar y mantenernos ahí en lugar de ayudarnos a salir de ellas. Creo que en cada caja se esconde algo interesante, quizás no en su forma más elegante o eloquente, sin embargo como expresión de una necesidad humana. Me ha parecido interesante ver como la palabra "empatía" ha aparecido en todo este debate, apuntando quizás hacia un nuevo horizonte donde no se trata de victimizar a las mujeres o criminalizar a los hombres, sino encontrar una modalidad de relación que permita superar los estereotípos, las reglas, lo cultural y lo politicamente correcto (aquí el artículo "La empatía es sexy (y feminista)"). Me he quedado sorprendida al ver que esta palabra ha generado tantas olas y molestias. Entiendo que cuando entramos en el territorio del sexo estamos cruzando una frontera muy delicada: estamos entrando en lo más intimo, vulnerable, personal, visceral y primordial del ser humano. No me sorprende que la gente se ponga en alerta y quiera saber que queremos hacer ahí. En el intento de hablar de sexualidad como construcción cultural es inevitable que digamos algo que no representa el escenario de algunas personas, que nos metamos donde no nos toca, que expresemos una verdad personal y subjetiva de manera demasiado generalizada. Es comprensible que nadie quiera tener su vida sexual reglamentada por otras personas, que se establezca lo que es "correcto" y lo que "no". Por esto me parece tan increiblemente complejo llevar esta conversación en el ámbito juridico donde se pretende encontrar parametros fijos y generales para algo que es tan personal y lleno de matices. Me imagino que es esto lo que le preocupa a la doctora Pérez, que alguien se ponga a pontificar sobre el tipo de sexualidad que se debería tener. Estoy con ella en esto. Pero me parece que no estamos precisamente libres de condicionamientos con respecto al sexo, así que no entiendo como introducir el concepto de empatía en este contexto pueda parecer algo limitante, condicionante, normativo. ¿A caso hay algún rincón de nuestra vida que no está organizado en función de normas culturales, sociales, experiencias previas, traumas y predisposiciones personales? ¿A caso no nos beneficia a todxs cuestionar nuestras creencias y revisarlas, actualizarlas? En un escenario social donde la experiencia sexual de muchas personas es marcada por el dolor y la angustia, ¿no será útil ponernos a reflexionar conjuntamente sobre los factores que contribuyen a esta realidad para desarrollar nuevos paradigmas? Me parece que defender la libertad sexual y participar en esta reflexión no son cosas incompatibles. ¿Podría ser que tenemos distintas ideas sobre lo que es la empatía? Mi opinión es que sí, hay bastante confusión con respecto a esta palabra. Cito una parte del artículo de la doctora Pérez: "La empatía es una habilidad afectiva, cognitiva y emocional que puede poseer el individuo. Por tanto, no se inscribe como un proceso automático y requiere de cierta destreza para ponerla en práctica en las relaciones interpersonales. La empatía, como muchos sospecharán, mejora cuanto más conocemos a la otra persona. Así, follar con empatía requeriría de contacto, de conocimiento del otro y de cierto grado de compromiso. Follar con empatía en el sexo casual es muy difícil e incluso cuando no se trata de un encuentro esporádico, la mayoría de los mortales no follamos para poner a prueba nuestras habilidades de empatía, comunicación y asertividad.". La información a mi disposición (que es un poco demasiada para poderla citar toda, pero pongo Carl Rogers, Marshall Rosenberg, Dan Siegle, Rick Hanson, Peter Levine, Brené Brown y Arthur Ciaramicoli para empezar) me hace creer que la empatía no es una habilidad afectiva que puede poseer un individuo, sino la función primordial que ha asegurado la superviviencia de nuestra especie. Es una función en parte totalmente inconsciente que ocurre a través de nuestras neuronas espejos y que sirve para ponernos en sintonía con otro ser humano, algo sumamente útil para nuestra existencia. Es una de las primeras funciones que se activan en los bebés. En otras palabras, es algo que no podemos evitar. Lo que si es cierto es que esta misma capacidad de sintonizarnos con la otra persona nos puede servir por fines diferentes: colaborar o torturar, crear vínculo o crear trampas. Así que esta capacidad innata se beneficia mucho de ser canalizada por nuestra intención, y nuestra intención está sujeta, entre otras cosas, a nuestro entorno cultural y las creencias que habitan en él. Esto es lo que nos permite anular nuestra empatía hacia aquellas personas que culturalmente "no se lo merecen" o sea, todas aquellas personas que están relegadas a las periferias de nuestra piramide social. Esto es lo que nos permite pasar frente a una persona sin hogar y no sentir nada en especial, o quizás sentirlo pero no hacerle caso para poder seguir con nuestro día. Es mi firme creencia que vivimos en un entorno cultural que está operando cada vez más de una manera que disminuye y hace insostenible la empatía. Nuestra organización socio-económica produce demasiado sufrimiento para que podamos mantenernos conectadxs con la empatía y no destrozarnos. La empatía tiene que desactivarse para que podamos funcionar en este entorno ostíl. Esto se llama, en algunos ámbitos, shock traumático, o "disociación". Y no es beneficioso. No es tanto la empatía en si que requiere destreza, en mi opinión, sino la voluntad de hacerle caso y actuar en consecuencia. Y por supuesto, como la mayor parte de las cosas, esto no se aprende de un libro sino desde la experiencia, es decir de haber experimentado desde temprana edad la presencia empática de nuestrxs cuidadores y sus respuestas hacia nuestras experiencias emocionales. Si tenemos presente que las normas culturales predominantes estipulan que el cuidado de los niños debería frenar sus expresiones emotivas y hacerles fuertes (lo que se resume en frases como: "Los niños no lloran"), quizás nos parece lógico que sean justamente los hombres los que se ven más perjudicados en el desarrollo de la destreza de mantenerse conectados con su empatía natural. No digo esto para justificar la falta de conexión con la empatía y los comportamientos que puedan resultar, sino para ofrecer algo que nos ayude a comprender en lugar de juzgar. Creo que esto nos invita a reflexionar sobre las implicaciones de la crianza y educación en lo que concierne la creación de un conjunto de ideas y comportamientos que llamamos "patriarcado". Nos ayuda a vislumbrar que cuando hablamos de sexo no podemos ignorar que la sexualidad es un evento inevitablemente emotivo y por lo tanto vinculado a y marcado por nuestras experiencias relacionales en temprana edad. Esto creo que por la mayoria de las persona se traduce con entrar en un territorio vulnerable. Es importante recordar también que según las investigaciones de la neuro ciencia, la empatía es una función del neo cortex, mientras que las funciones reproductivas están situadas en una parte más primitiva del cerebro, el límbico. Sería, desde mi punto de vista, una oportunidad perdida deducir entonces que el sexo está destinado a ser gobernado por pulsiones e instintos "fuera de nuestro control" y que es este tipo de sexo "visceral, animal" lo que es "bueno, sano, divertido, placentero" y que una sexualidad que incluye las funciones del neo cortex es "aburrida, mecánica y moralista". Como seres humanos tenemos una biología compleja: nuestro cerebro límbico funciona en muchas maneras de la misma forma que en cualquier otro mamifero, pero nosotrxs también tenemos un sentido de identidad propia, cosa que en otros mamiferos no es tan marcada. Considero que esto nos puede poner en la situación de tener impulsos que no están dirigidos tanto a la supervivencia y bienestar de nuestra especie, como colectivo, sino a nuestra superviviencia y bienestar individual y esto nos puede resultar en comportamientos que, como estamos comprobando en muchos ámbitos, generan mucho sufrimiento y son incluso incompatibles con la superviviencia de nuestra especie a largo plazo. Supongo que será por esto que hemos desarrollado la capacidad de empatizar, para regular nuestros impulsos individualistas y equilibrarlos con comportamientos que toman en consideración las necesidades de otros seres. Quizás los tiempos nos piden evolucionar y tomar posesión de este software 0.1 que hemos tenído la suerte de desarrollar pero que todavía no hemos casi sacado de la caja: el neo cortex. Ahí encontraremos también otra función interesante: la consciencia, en este contexto definida como la capacidad de saber que es lo que nos está pasando a nivel emocional, cognitivo y corporal. La consciencia, a diferencia de la empatía, sí que necesita entrenamiento, como demuestra la tradición meditativa milenaria de los budista. Nuestro sistema nervioso está diseñado para automatizar el mayor número de acciones para que las podamos llevar a cabo literelmente "sin pensar". A veces esto "sin pensar" se confunde con "espontaneidad", pero en mi opinión hay una diferencia importante entre las dos cosas. En el proceso de automatizacción entran en juego factores culturales y condicionamientos sútiles que se instalan de manera insconsciente y subliminal, simplemente por el hecho de vivir en un entorno determinado, así que "sin pensar" podemos acabar con comportamientos que son el fruto de muchos condicionamientos y para nada "espontáneos". La espontaneidad, para mi, sería más bien la respuesta de un sistema nervioso que está funcionando con todas sus facultades en un estado de consicencia que le permite encontrar una respuesta adecuada a la situación presente, adecuada en este caso quiere decir que tenga en consideración las necesidades individuales y colectivas. A este tipo de espontaneidad llegamos cuando tenemos nuestra facultad de ser conscientes bien entrenada y nuestro neo cortex bien conectado. Así que cuando hablamos de espontaneidad en el sexo ¿ de que estamos hablando? Espero que la propuesta de la doctora Pérez y otras personas que se suman a su discurso no sea de mantener la sexualidad en un territorio inexplorado por la consciencia. Me preocupa que en nuestro intento de preservar la autonomía y libertad de expresión nos negamos a poner cuestión nuestros automatismos y mirar en que creencias y experiencias se sostienen. No es un mandato, que cada cual haga lo que le apetezca, por supuesto, pero ¿no sería interesante ver hacia donde podría llegar la humanidad si realmente empezaramos a integrar todas las capacidades de las que somos dotadxs? Si el sexo dejara de ser simplemente una pulsión o una sublimación reprimida por normas culturales y empezara a ser un acto plenamente integrado, quizás necesitaríamos inventar una nueva palabra para definirlo. Quizás la doctora Pérez se refiere al conocimiento de los gustos y preferencias de lxs demás cuando dice que la empatía "mejora cuanto más conocemos a la otra persona". Escribo estas palabras después de 5 días en un curso intensivo de Hakomi (Mindfulness aplicado al auto-estudio) y puedo garantizar por experiencia reiterada que es perfectamente posible sentarse frente a una persona desconocida, mirarle los ojos sin hablar y tener una sensación más acertada que no de su estado emocional. Lo que ocurre es que hay que querer conectar con el estado emocional de la otra persona, si no lo único que ves son un par de ojos. Y es este querer que hace que nos sintonicemos con nuestra empatía innata, este querer necesita de nuestra consciencia, de nuestro neo cortex. No hace falta conocer la persona, solo hace falta querer abrirnos a conectar con ella y nuestra empatía está ahí, lista para hacerlo posible. Cito otra parte del artículo: "¿Tan débiles somos las mujeres que no podemos lidiar con una experiencia incómoda en nuestra intimidad? ¿Necesitamos protección hasta cuando no nos corremos? ". Si cambiamos la palabra débiles por vulnerables, quizás conectamos con otra cualidad. La doctora Pérez hace referencia a la experiencia de un coito donde el hombre llega al orgasmo y la mujer no y me parece muy valioso que nos invite a tomar responsabilidad por nuestros deseos y placer, por supuesto, pero hay muchas maneras de correrse uno y la otra no. Una manera es correrse y preguntar a tu pareja "¿Qué tal te has quedado? ¿Te apetece que haga algo para ti?" y la otra es correrse, darlo todo por acababado, girarse para el otro lado y ponerse a dormir. A mi me han pasado las dos cosas y puedo decir que prefiero la primera sin duda, y no tanto por querer correrme, que también, sino porqué en esta primera situación me siento vista, tomada en consideración. La doctora Pérez habla de "amantes hábiles y amantes torpes", bueno, es una manera de decirlo, yo quizás optaría por "amantes que entran en conexión con sus parejas desde la empátía y amantes que, por los motivos que sean, están más centrados en su própria experiencia que otra cosa." Y aunque esto puede ocurrir en ámbos generos, creo que sería una falta de rigor estadístico no reconocer que ocurre más en un genero que en otro, y no porque este genero sea intrinsicamente "malo", sino porque este genero (como el otro) se construye alrededor de ciertas creencias y paradigmas que lo hacen más probable, más automático. Quizás la doctora Pérez nos invita a hacernos fuertes frente a situaciones como éstas y manifestarnos, entablar conversaciones con nuestras parejas, pedir lo que queremos. O quizás nos invita a no tomárnoslo tan a pecho y pensar :"Bueno, no es para tanto" y si no fuera que mi trabajo me lleva a ver la inmensa vulnerabilidad del ser humano a diario, estaría de acuerdo. Sí, somos seres vulnerables, mucho más de lo que nos gusta pensar, y vivimos en un entorno muy poco sensible a esta vulnerabilidad y por esto pagamos las consecuencias en nuestras depresiones, obsesiones, inseguridades, miedos, adicciones y trastornos. Por esto somos una sociedad en la cual la "enfermedad mental" está en constante aumento. Hacernos "fuertes" no parece que nos sirve mucho, cultivar la empatía, en cambio, tiene un potencial sanador extraordinario. La empatía genera las condiciones para que podamos hablar y pedir lo que verdaderamente queremos sin el miedo aplastante al rechazo, la ridiculización, el castigo, la culpabilidad. Utilizar la empatía como barómetro de nuestras relaciones en lugar del "consentimiento" nos pide estar más conscientes, sea con desconocidxs que con nuestras parejas estables, y desde luego esto es más complicado y más difícil de regular con normas y fórmulas jurídicas. De hecho, si realmente esto fuera el caso, creo que seremos más libres, porque el encuentro empático es único y pertenece a las personas que lo viven en todos sus matices sútiles. Cuando estamos en empatía no nos limitamos a tener el consentimiento al principio y después "todo vale", sino nos mantenemos en conexión a lo largo de todo el encuentro, sintonizandonos con las evoluciones y cambios que ocurren. Si esto suena muy difícil, nos animo a pedirnos un poco más, un poco más de disponibilidad a hacer el esfuerzo de ser realmente humanxs. Estoy muy de acuerdo con la doctora Pérez cuando dice: "...hablar de “sexo patriarcal” para criminalizar aquellas situaciones donde el varón tiene la iniciativa sexual o donde el deseo no es correspondido me parece un intento feo, muy feo, de condenar, por un lado, al hombre como eterno enemigo y crear, por otro, la idea de que el sexo es territorio hostil para las mujeres". No me parece que haya algo intrínsecamente dominante en hacer una propuesta, siempre que estamos preparadxs a aceptar un "no" y no entrar en manipulaciones de todo tipo para obtener un "sí". Quizás podríamos hablar de "acuerdo" en lugar de consentimiento. ¿Estamos de acuerdo que queremos follar, a pesar de quien a tomado la iniciativa? ¿Estamos creando un entorno donde es posible manifestar la falta de deseo sin que esto tenga consecuencias desagradables de algún tipo? Decir "no" no es tan fácil como nos gustaría: cuando estamos bajo estrés y nuestro sistema nervioso entra en estado de congelamiento, nos cuesta pensar, hablar, sentir, movernos. Podría parecer que estamos consintiendo pero la mirada empática se percata de las señales sutiles. Siempre que queramos percatarnos, en otras palabras, siempre que estamos abiertxs a no poner nuestra individualidad y sus deseos como la única referencia. La empatía nos invita a estar en un estado de presencia, libres de ideas preconcebidas y suposiciones, a abrirnos y sentir lo que está vivo en el momento presente y responder a ello desde el deseo de aportar positivamente a la experiencia de la otra persona, de manera espontanea. ¿Cómo podría esto ser dañino para nuestra sexualidad? Cuando la doctora Pérez dice: "la mayoría de los mortales no follamos para poner a prueba nuestras habilidades de empatía, comunicación y asertividad." quizás vale la pena preguntarse: y para que follamos, exactamente? Si quieres saber más sobre la Integración Relacional y lo que propone te invito a mirar aquí. Tras estos días de fiestas, me ha llamdado la atención el tema de la muerte. Supongo que el punto de partida ha sido la pregunta: ¿Porqué no se celebra la Pascua con la misma intensidad que la Navidad? No me considero una persona religiosa pero las tradiciones espirituales del mundo siempre me han interesado como la manifestación del intento de varias culturas de dar sentido a la existencia, y por esta razón me interesa reflexionar sobre ellas. Hay razones que parecen bastante obvias por esta falta de celebración, la Pascua no ofrece las mismas posiblidades de consumo, por ejemplo, pero no he podido evitar preguntarme si no hay algo también que tiene que ver con la actitud hacia la muerte. De hecho, me parece que entre un nacimiento y una resurreción, la segunda debería llamar bastante más la atención (aunque el nacimiento sea virgen). La Pascua celebra un evento que aparece en otras mitologías, como por ejemplo la Egipcia con el míto de Osiris, y que parece dar respuesta a la pregunta: "¿Hay vida más allá de la muerte?". Lo que me parece muy curioso es que hay una diferencia fundamental entre la respuesta que las culturas así dichas no civilizadas han dado a esta pregunta y la respuesta de la mayor parte de las culturas así dichas civilizadas. La diferencia consiste en la idea de la reincarnación. En las culturas no civilizadas, encontramos muy a menudo la idea de la reincarnación, y muchas veces una reincarnación que contempla la posibilidad de volver en la forma de animal o árbol. En cambio en las culturas civilizadas hay la idea que será el individuo mismo que volverá, tal y como se conoce en esta vida. Lo que me parece tan interesante es la diferencia entre una cosmovisión dónde el individuo se desarma y vuelve a ser parte de su entorno y una donde se mantiene la individualidad más allá de la muerte. Entiendo que una de las aportaciones más significativas de lo que llamamos civilización es el concepto de la individualidad, una individualidad separada del mundo natural, muchas veces en un rol de control de la naturaleza y también en una relación de competición con otras individualidades. Este concepto de individualidad genera una cisión dolorosa en la psique humana, una percepción de soledad y separación que probablemente nuestro sistema nervioso no es capaz de asumir, alimentando una sensación de inseguridad y falta de sentido que pone en peligro el equilibrio de nuestra organización psicofísica. Me pregunto si, en esta época donde la ciencia es la nueva religión, la idea de una resurreción tal y como la propone la tradición Cristiana ya no puede aportarnos ningún tipo de alivio y consolación y por lo tanto la celebración de su fiesta correspondiente ha perdido mucho sentido. Inevitablemente, estas reflexiones me han llevado a considerar el hecho de mi propia muerte y mi posición en relación a ella. Personalmente no me preocupa tanto decidir cual es la respuesta más verdadera, sino entender cual es la respuesta que ha ido organizando mi percepción de mi misma. Quiero decir que, aunque mi mente adulta tenga sus propias ideas al respecto, las creencias que he recibido de manera subliminal a lo largo de mi vida mediante la cultura de mi entorno, siguen determinando muchas de las maneras en las que organizo mi experiencia a nivel visceral. Lo primero que me llama la atención es mi incredulidad frente al fenómeno de mi muerte. Por mucho que mi parte racional insista que es un hecho absolutamente cierto, hay una parte más profunda y visceral que realmente no se lo cree. Miro mi mano e intento asumir la realidad de que, en algún día, esta misma mano será reducida a huesos o cenizas y no hay manera que lo consiga. No siento miedo exactamente, sólo me cuesta abarcar esta información de la misma manera que me cuesta abarcar la idea de la infinidad del universo. Supongo que esto tiene que ver con haber tenido muy poca exposición a la muerte, en un entorno cultural donde se mantiene una actitud evitativa al respecto. También detecto que hay una cierta sensación, muy muy en el fondo, de que mi persona, por ser tan individual y por lo tanto especial, tiene una exención de este particular paso en la existencia. Tomar consciencia de todo esto me hace pensar que no estoy muy bien preparada para enfrentarme con la muerte de la manera que me gustaría, con consciencia y tranquilidad. Pero también me hace pensar que, al no tener una relación con la muerte, tampoco estoy vivendo de la manera más plena, quizás. Mi vida se desarrolla en una especie de sueño despierto donde no hay el contrapunto de la muerte para darle más veracidad. En un par de ocasiones he tenído un encuentro más o menos cercano con la muerte y recuerdo como toda mi percepción de la vida se hizo más nítida y brilliante, solo para volver a un cierto entumecimiento en la medida en que la experiencia de la muerte se iba disolviendo. Lo que quiero decir es que percibo un vacío a la hora de contemplar la muerte, algo que me provoca mucho más miedo que la muerte en sí. Un vacío de cosmovisión. La idea de que mi individualidad dejará de exisitir y que mi cuerpo, sus átomos y partículas, ofrecerán sostén a otras formas de vida, por muy bonita que sea, no me llega. No me llega porque solo consigo relacionarme con esta idea desde una perspectiva materialista, de atomos y párticulas, pero he perdido la conexión vital, visceral, anímica con mis relaciones en el mundo natural. Me doy cuenta de lo profunda que es la herida que se ha generado en mi gracias a esta cultura de la separación, de la obsesión con la joventud, los estrechos estandarés de belleza, la humanidad enfrentada constantemente con la naturaleza, las manias de grandeza e idolatría del yo. Me siento huerfana de mis relaciones. El viento, la tierra, el agua y el fuego se han reducido a meros fenómenos, sin alma, sin hermandad con mi ser. Y es esta la muerte que me llena de horror, mi vida es una isla a la cual me aferro sabiendo que finalmente las olas de la vida/muerte la engullerán, pero no tengo mapa para transitar este pasaje. ¿Cómo puedo recuperar mi sensación de hermandad con el mundo natural? ¿ cómo puedo recostruir mi concepto de individualidad para que no se convierta en una jaula que me aisla del mundo.? ¿Cómo puedo vivir mi vida plenamente para enfrentarme con mi muerte? Me llama la atención que la celebración de la Pascua llegue justamente en el momento en que toda la naturaleza se despierta en sus colores más brilliantes para desfilar su belleza. Me parece una decisión bondadosa colocar esta reflexión sobre la muerte en el momento de más vida alrededor, como si la naturaleza nos llamara a recordar algo fundamental que hemos olvidado a cerca de nuestra relación con ella, algo que nos permita vivir con plenitud antes de morir. Tatiana Sibilia es formadora certificada de Comunicación NoViolenta, facilitadora del proceso de Integración Relacional y practicante del método Hakomi (Mindfulness aplicado al autoconocimiento). Ofrece formación, acompañamiento individual y un curso online para aprender a practicar la Integración Relacional en el día día. Estar en el momento presente es sumamente complicado. En si mismo el concepto “momento presente” ya nos sitúa en el marco del tiempo linear: pasado-presente-futuro. A veces tenemos ideas confusas sobre lo que debería ser el momento presente, y estas ideas no nos ayudan en alcanzar una experiencia directa de la realidad. El momento presente no es un oasis de calma y tranquilidad, no es un lugar silencioso y acogedor (necesariamente), una destinación mítica donde experimentar cosas extraordinarias. El momento presente es sencillamente lo que está ocurriendo ahora mismo, la única diferencia es si le estoy prestando atención o si está ocurriendo en "piloto automático". Si salimos por un momento de este marco de tiempo linear podemos imaginar el momento presente como un punto de intersección, vivo y pulsante donde el pasado y el futuro se encuntran, conversan y bailan. No podemos estar en el momento presente sin llevarnos todas las ideas, conceptsos y hábitos que hemos dearrollado a lo largo de toda una existencia. No podemos mirar las nubes y no saber que son nubes, no podemos volver al estado de apertura y pureza sensorial que teníamos cuando eramos niñxs. Pero no todo está perdido. No estamos exiliadxs desde la posibilidad de vivir con frescura, con la alegría de que “todo es posible”. En el momento presente, todo lo que se ha ido gestando y formando en el pasado está delenate nuestros ojos, disponible para ser descubierto. Por debajo de la primera capa, lo ya conocido, lo que ya sabemos, hay muchas corrientes subterraneas que quieren hablarnos de todo aquello que está vivo todavía, lo que viene desde el pasado a pedir el regalo de nuestra presencia amorosa. Quizás en el dolor de mi hombro, lo cual puedo sentir con claridad en este momento, hay una voz que me quiere hablar de pesos que todavía no he soltado, de enfados que nunca han podido expresarse. Quisás en este pequeño movimiento de retirada que hago involuntariamente, frente a una dificultad, hay miedos que todavía no se han calmado, partes de mi que todavía están buscando el apoyo y el reconocimiento que no tuvieron. Quizás mi manera de interpretar la situación actual está determinada por una creencia que: "Nada va a funcionar", creencia construida cuando tenía 6 años y no pude evitar la separación de mis padres. Si presto atención de una manera abierta y curiosa a lo que se manifiesta en mi en el momento presente, tengo la posibilidad de encontrarme con todo aquello que viene desde el pasado pero también puedo conectar con la voz invitante del futuro, que me llama hacía mi propio florecer, indicandome el camino a través de mis anhelos, mis necesidades. Asi pues, mi futuro está invitando a mi hombro a andar por el mundo con ligereza, con confianza. Las necesidades de apoyo y reconocimiento me enseñan hacia donde dirigir mis próximos pasos, hacia donde mirar. El reconocimiento de mis capacidades y recursos actuales me propone arriesgarme a ver si esta vez algo sí se puede hacer. Estar en el presente no significa forzar a que se produzca una sensación de paz y tranquilidad predeterminada y luchar con las distracciones e incomodidades que se manifiestan. No significa tener que sentir nada en concreto más allá de lo que puedo honestamente percebir con mis sentidos: esta sensación corporal, esta emoción, este recuerdo, este pensamiento, este ruido, esta luz o sombra. Estar en el momento presente significa recordar que no estoy viviendo en un mundo predeterminado, fijo, inamovible, y disponerme a descubrir lo que hay en frente de mi con curiosidad y apertura. Lo único que el momento presente necesita de mi es mi atención, mi disponibilidad y mi sumo respeto para todo lo que se manifiesta. Si la voz cortante del juicio es la que le da la bienvenida a mis descubrimientos, es muy probable que vuelvan corriendo a la oscuridad protectora desde donde han venido. Si lo que descubro es un miedo y le comando de ser valiente, de no ser ridiculo, de darse cuenta que todo está bien, esta actitud es muy probable que no resuelva nada. Que el miedo se callará quizás un rato, para volver más adelante. La gran oportunidad que el momento presente me brinda es de ofrecerle a este miedo el abrazo tierno y lleno de aceptación que no tuvo en su momento, cuando algo, en el pasado, le asustó. Y ahora vuelve a pedirme este regalo, este balsamo sanador. En la medida en que soy capaz de atender con esta atención amorosa a las múltiples partes de mi que me visitan desde el pasado, mi futuro se despierta, se puede reorganizar según nuevas referencias, el cauce del río se ajusta a lo que la corriente necesita para fluir hacia la libertad, ese oceano en constante movimiento, feroz, bello y sumamante vivo. "En mis hábitos revelo como los vientos y las lluvias de la vida han formado el suave crecer de mi cuerpo La arquitectura compleja de la protección es visible en mi mirada, en mis gestos en los pequeños cambios en mi voz La respiración puede volver a hacer fluidas estas paredes para que puedan albergar mi corazón tierno como alas." Tatiana Sibilia |
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