Si el título de este artículo no ha sido suficiente para quitaros las ganas de seguir leyendo me considero afortunada y espero merecerme vuestra atención hasta el final, o por lo menos la mitad, del escrito. No creo que va a ser uno de los más cortos. Acabo de encontrar un artículo que me ha llamado mucho la atención y que me ha disparado varias reflexiones; como siempre las comparto con la intención de generar más reflexión y no de acabar con ella dando respuestas o visiones definitvas. El artículo en cuestión es: "Follar con empatía: otra lección puritana que se disfraza de feminismo" y bueno, me ha atrapado con esta palabra que tanto me pone: empatía. No me considero una experta en el arte de follar (aunque con una cierta experiencia tras 3 decadas en activo), en cambio sí me considero una profesional de la empatía, ya que es la base no solo de mis relaciones personales sino de mi trabajo, así que me ha estimulado mucho leer el artículo de la doctora Loola Pérez. A lo largo de los últimos meses hemos estado atestiguando varios movimientos y sucesos, desde la campaña #Me too y el vídeo "Hola putero" al caso de La Manada, que han vuelto a poner sobre la mesa la sexualidad como lugar de intersección entre la cultura machista y la feminista, generando mucho debate y emotividad. Lo que para mi ha sido difícil de digerir en los últimos meses ha sido la actitud casi vengativa de algunos sectores feministas que parecen apuntar a los hombres en general como machistas por defecto, productos inevitables de una cultura que los construye para perpetuar el modelo patriarcal. Y no es que no me parezca un ejercicio sano para cualquier persona pararse a observar sus creencias, hábitos, privilegios, suposiciones y patrones de comportamiento. Es que me provoca miedo cuando dejamos de vernos como seres humanos y nos relegamos a existir unicamente dentro de cajas etiquetadas "machista", "feminista", "progresista", "prohibicionista", y cuando nuestras conversaciones se centran más en establecer en que caja tenemos que entrar y mantenernos ahí en lugar de ayudarnos a salir de ellas. Creo que en cada caja se esconde algo interesante, quizás no en su forma más elegante o eloquente, sin embargo como expresión de una necesidad humana. Me ha parecido interesante ver como la palabra "empatía" ha aparecido en todo este debate, apuntando quizás hacia un nuevo horizonte donde no se trata de victimizar a las mujeres o criminalizar a los hombres, sino encontrar una modalidad de relación que permita superar los estereotípos, las reglas, lo cultural y lo politicamente correcto (aquí el artículo "La empatía es sexy (y feminista)"). Me he quedado sorprendida al ver que esta palabra ha generado tantas olas y molestias. Entiendo que cuando entramos en el territorio del sexo estamos cruzando una frontera muy delicada: estamos entrando en lo más intimo, vulnerable, personal, visceral y primordial del ser humano. No me sorprende que la gente se ponga en alerta y quiera saber que queremos hacer ahí. En el intento de hablar de sexualidad como construcción cultural es inevitable que digamos algo que no representa el escenario de algunas personas, que nos metamos donde no nos toca, que expresemos una verdad personal y subjetiva de manera demasiado generalizada. Es comprensible que nadie quiera tener su vida sexual reglamentada por otras personas, que se establezca lo que es "correcto" y lo que "no". Por esto me parece tan increiblemente complejo llevar esta conversación en el ámbito juridico donde se pretende encontrar parametros fijos y generales para algo que es tan personal y lleno de matices. Me imagino que es esto lo que le preocupa a la doctora Pérez, que alguien se ponga a pontificar sobre el tipo de sexualidad que se debería tener. Estoy con ella en esto. Pero me parece que no estamos precisamente libres de condicionamientos con respecto al sexo, así que no entiendo como introducir el concepto de empatía en este contexto pueda parecer algo limitante, condicionante, normativo. ¿A caso hay algún rincón de nuestra vida que no está organizado en función de normas culturales, sociales, experiencias previas, traumas y predisposiciones personales? ¿A caso no nos beneficia a todxs cuestionar nuestras creencias y revisarlas, actualizarlas? En un escenario social donde la experiencia sexual de muchas personas es marcada por el dolor y la angustia, ¿no será útil ponernos a reflexionar conjuntamente sobre los factores que contribuyen a esta realidad para desarrollar nuevos paradigmas? Me parece que defender la libertad sexual y participar en esta reflexión no son cosas incompatibles. ¿Podría ser que tenemos distintas ideas sobre lo que es la empatía? Mi opinión es que sí, hay bastante confusión con respecto a esta palabra. Cito una parte del artículo de la doctora Pérez: "La empatía es una habilidad afectiva, cognitiva y emocional que puede poseer el individuo. Por tanto, no se inscribe como un proceso automático y requiere de cierta destreza para ponerla en práctica en las relaciones interpersonales. La empatía, como muchos sospecharán, mejora cuanto más conocemos a la otra persona. Así, follar con empatía requeriría de contacto, de conocimiento del otro y de cierto grado de compromiso. Follar con empatía en el sexo casual es muy difícil e incluso cuando no se trata de un encuentro esporádico, la mayoría de los mortales no follamos para poner a prueba nuestras habilidades de empatía, comunicación y asertividad.". La información a mi disposición (que es un poco demasiada para poderla citar toda, pero pongo Carl Rogers, Marshall Rosenberg, Dan Siegle, Rick Hanson, Peter Levine, Brené Brown y Arthur Ciaramicoli para empezar) me hace creer que la empatía no es una habilidad afectiva que puede poseer un individuo, sino la función primordial que ha asegurado la superviviencia de nuestra especie. Es una función en parte totalmente inconsciente que ocurre a través de nuestras neuronas espejos y que sirve para ponernos en sintonía con otro ser humano, algo sumamente útil para nuestra existencia. Es una de las primeras funciones que se activan en los bebés. En otras palabras, es algo que no podemos evitar. Lo que si es cierto es que esta misma capacidad de sintonizarnos con la otra persona nos puede servir por fines diferentes: colaborar o torturar, crear vínculo o crear trampas. Así que esta capacidad innata se beneficia mucho de ser canalizada por nuestra intención, y nuestra intención está sujeta, entre otras cosas, a nuestro entorno cultural y las creencias que habitan en él. Esto es lo que nos permite anular nuestra empatía hacia aquellas personas que culturalmente "no se lo merecen" o sea, todas aquellas personas que están relegadas a las periferias de nuestra piramide social. Esto es lo que nos permite pasar frente a una persona sin hogar y no sentir nada en especial, o quizás sentirlo pero no hacerle caso para poder seguir con nuestro día. Es mi firme creencia que vivimos en un entorno cultural que está operando cada vez más de una manera que disminuye y hace insostenible la empatía. Nuestra organización socio-económica produce demasiado sufrimiento para que podamos mantenernos conectadxs con la empatía y no destrozarnos. La empatía tiene que desactivarse para que podamos funcionar en este entorno ostíl. Esto se llama, en algunos ámbitos, shock traumático, o "disociación". Y no es beneficioso. No es tanto la empatía en si que requiere destreza, en mi opinión, sino la voluntad de hacerle caso y actuar en consecuencia. Y por supuesto, como la mayor parte de las cosas, esto no se aprende de un libro sino desde la experiencia, es decir de haber experimentado desde temprana edad la presencia empática de nuestrxs cuidadores y sus respuestas hacia nuestras experiencias emocionales. Si tenemos presente que las normas culturales predominantes estipulan que el cuidado de los niños debería frenar sus expresiones emotivas y hacerles fuertes (lo que se resume en frases como: "Los niños no lloran"), quizás nos parece lógico que sean justamente los hombres los que se ven más perjudicados en el desarrollo de la destreza de mantenerse conectados con su empatía natural. No digo esto para justificar la falta de conexión con la empatía y los comportamientos que puedan resultar, sino para ofrecer algo que nos ayude a comprender en lugar de juzgar. Creo que esto nos invita a reflexionar sobre las implicaciones de la crianza y educación en lo que concierne la creación de un conjunto de ideas y comportamientos que llamamos "patriarcado". Nos ayuda a vislumbrar que cuando hablamos de sexo no podemos ignorar que la sexualidad es un evento inevitablemente emotivo y por lo tanto vinculado a y marcado por nuestras experiencias relacionales en temprana edad. Esto creo que por la mayoria de las persona se traduce con entrar en un territorio vulnerable. Es importante recordar también que según las investigaciones de la neuro ciencia, la empatía es una función del neo cortex, mientras que las funciones reproductivas están situadas en una parte más primitiva del cerebro, el límbico. Sería, desde mi punto de vista, una oportunidad perdida deducir entonces que el sexo está destinado a ser gobernado por pulsiones e instintos "fuera de nuestro control" y que es este tipo de sexo "visceral, animal" lo que es "bueno, sano, divertido, placentero" y que una sexualidad que incluye las funciones del neo cortex es "aburrida, mecánica y moralista". Como seres humanos tenemos una biología compleja: nuestro cerebro límbico funciona en muchas maneras de la misma forma que en cualquier otro mamifero, pero nosotrxs también tenemos un sentido de identidad propia, cosa que en otros mamiferos no es tan marcada. Considero que esto nos puede poner en la situación de tener impulsos que no están dirigidos tanto a la supervivencia y bienestar de nuestra especie, como colectivo, sino a nuestra superviviencia y bienestar individual y esto nos puede resultar en comportamientos que, como estamos comprobando en muchos ámbitos, generan mucho sufrimiento y son incluso incompatibles con la superviviencia de nuestra especie a largo plazo. Supongo que será por esto que hemos desarrollado la capacidad de empatizar, para regular nuestros impulsos individualistas y equilibrarlos con comportamientos que toman en consideración las necesidades de otros seres. Quizás los tiempos nos piden evolucionar y tomar posesión de este software 0.1 que hemos tenído la suerte de desarrollar pero que todavía no hemos casi sacado de la caja: el neo cortex. Ahí encontraremos también otra función interesante: la consciencia, en este contexto definida como la capacidad de saber que es lo que nos está pasando a nivel emocional, cognitivo y corporal. La consciencia, a diferencia de la empatía, sí que necesita entrenamiento, como demuestra la tradición meditativa milenaria de los budista. Nuestro sistema nervioso está diseñado para automatizar el mayor número de acciones para que las podamos llevar a cabo literelmente "sin pensar". A veces esto "sin pensar" se confunde con "espontaneidad", pero en mi opinión hay una diferencia importante entre las dos cosas. En el proceso de automatizacción entran en juego factores culturales y condicionamientos sútiles que se instalan de manera insconsciente y subliminal, simplemente por el hecho de vivir en un entorno determinado, así que "sin pensar" podemos acabar con comportamientos que son el fruto de muchos condicionamientos y para nada "espontáneos". La espontaneidad, para mi, sería más bien la respuesta de un sistema nervioso que está funcionando con todas sus facultades en un estado de consicencia que le permite encontrar una respuesta adecuada a la situación presente, adecuada en este caso quiere decir que tenga en consideración las necesidades individuales y colectivas. A este tipo de espontaneidad llegamos cuando tenemos nuestra facultad de ser conscientes bien entrenada y nuestro neo cortex bien conectado. Así que cuando hablamos de espontaneidad en el sexo ¿ de que estamos hablando? Espero que la propuesta de la doctora Pérez y otras personas que se suman a su discurso no sea de mantener la sexualidad en un territorio inexplorado por la consciencia. Me preocupa que en nuestro intento de preservar la autonomía y libertad de expresión nos negamos a poner cuestión nuestros automatismos y mirar en que creencias y experiencias se sostienen. No es un mandato, que cada cual haga lo que le apetezca, por supuesto, pero ¿no sería interesante ver hacia donde podría llegar la humanidad si realmente empezaramos a integrar todas las capacidades de las que somos dotadxs? Si el sexo dejara de ser simplemente una pulsión o una sublimación reprimida por normas culturales y empezara a ser un acto plenamente integrado, quizás necesitaríamos inventar una nueva palabra para definirlo. Quizás la doctora Pérez se refiere al conocimiento de los gustos y preferencias de lxs demás cuando dice que la empatía "mejora cuanto más conocemos a la otra persona". Escribo estas palabras después de 5 días en un curso intensivo de Hakomi (Mindfulness aplicado al auto-estudio) y puedo garantizar por experiencia reiterada que es perfectamente posible sentarse frente a una persona desconocida, mirarle los ojos sin hablar y tener una sensación más acertada que no de su estado emocional. Lo que ocurre es que hay que querer conectar con el estado emocional de la otra persona, si no lo único que ves son un par de ojos. Y es este querer que hace que nos sintonicemos con nuestra empatía innata, este querer necesita de nuestra consciencia, de nuestro neo cortex. No hace falta conocer la persona, solo hace falta querer abrirnos a conectar con ella y nuestra empatía está ahí, lista para hacerlo posible. Cito otra parte del artículo: "¿Tan débiles somos las mujeres que no podemos lidiar con una experiencia incómoda en nuestra intimidad? ¿Necesitamos protección hasta cuando no nos corremos? ". Si cambiamos la palabra débiles por vulnerables, quizás conectamos con otra cualidad. La doctora Pérez hace referencia a la experiencia de un coito donde el hombre llega al orgasmo y la mujer no y me parece muy valioso que nos invite a tomar responsabilidad por nuestros deseos y placer, por supuesto, pero hay muchas maneras de correrse uno y la otra no. Una manera es correrse y preguntar a tu pareja "¿Qué tal te has quedado? ¿Te apetece que haga algo para ti?" y la otra es correrse, darlo todo por acababado, girarse para el otro lado y ponerse a dormir. A mi me han pasado las dos cosas y puedo decir que prefiero la primera sin duda, y no tanto por querer correrme, que también, sino porqué en esta primera situación me siento vista, tomada en consideración. La doctora Pérez habla de "amantes hábiles y amantes torpes", bueno, es una manera de decirlo, yo quizás optaría por "amantes que entran en conexión con sus parejas desde la empátía y amantes que, por los motivos que sean, están más centrados en su própria experiencia que otra cosa." Y aunque esto puede ocurrir en ámbos generos, creo que sería una falta de rigor estadístico no reconocer que ocurre más en un genero que en otro, y no porque este genero sea intrinsicamente "malo", sino porque este genero (como el otro) se construye alrededor de ciertas creencias y paradigmas que lo hacen más probable, más automático. Quizás la doctora Pérez nos invita a hacernos fuertes frente a situaciones como éstas y manifestarnos, entablar conversaciones con nuestras parejas, pedir lo que queremos. O quizás nos invita a no tomárnoslo tan a pecho y pensar :"Bueno, no es para tanto" y si no fuera que mi trabajo me lleva a ver la inmensa vulnerabilidad del ser humano a diario, estaría de acuerdo. Sí, somos seres vulnerables, mucho más de lo que nos gusta pensar, y vivimos en un entorno muy poco sensible a esta vulnerabilidad y por esto pagamos las consecuencias en nuestras depresiones, obsesiones, inseguridades, miedos, adicciones y trastornos. Por esto somos una sociedad en la cual la "enfermedad mental" está en constante aumento. Hacernos "fuertes" no parece que nos sirve mucho, cultivar la empatía, en cambio, tiene un potencial sanador extraordinario. La empatía genera las condiciones para que podamos hablar y pedir lo que verdaderamente queremos sin el miedo aplastante al rechazo, la ridiculización, el castigo, la culpabilidad. Utilizar la empatía como barómetro de nuestras relaciones en lugar del "consentimiento" nos pide estar más conscientes, sea con desconocidxs que con nuestras parejas estables, y desde luego esto es más complicado y más difícil de regular con normas y fórmulas jurídicas. De hecho, si realmente esto fuera el caso, creo que seremos más libres, porque el encuentro empático es único y pertenece a las personas que lo viven en todos sus matices sútiles. Cuando estamos en empatía no nos limitamos a tener el consentimiento al principio y después "todo vale", sino nos mantenemos en conexión a lo largo de todo el encuentro, sintonizandonos con las evoluciones y cambios que ocurren. Si esto suena muy difícil, nos animo a pedirnos un poco más, un poco más de disponibilidad a hacer el esfuerzo de ser realmente humanxs. Estoy muy de acuerdo con la doctora Pérez cuando dice: "...hablar de “sexo patriarcal” para criminalizar aquellas situaciones donde el varón tiene la iniciativa sexual o donde el deseo no es correspondido me parece un intento feo, muy feo, de condenar, por un lado, al hombre como eterno enemigo y crear, por otro, la idea de que el sexo es territorio hostil para las mujeres". No me parece que haya algo intrínsecamente dominante en hacer una propuesta, siempre que estamos preparadxs a aceptar un "no" y no entrar en manipulaciones de todo tipo para obtener un "sí". Quizás podríamos hablar de "acuerdo" en lugar de consentimiento. ¿Estamos de acuerdo que queremos follar, a pesar de quien a tomado la iniciativa? ¿Estamos creando un entorno donde es posible manifestar la falta de deseo sin que esto tenga consecuencias desagradables de algún tipo? Decir "no" no es tan fácil como nos gustaría: cuando estamos bajo estrés y nuestro sistema nervioso entra en estado de congelamiento, nos cuesta pensar, hablar, sentir, movernos. Podría parecer que estamos consintiendo pero la mirada empática se percata de las señales sutiles. Siempre que queramos percatarnos, en otras palabras, siempre que estamos abiertxs a no poner nuestra individualidad y sus deseos como la única referencia. La empatía nos invita a estar en un estado de presencia, libres de ideas preconcebidas y suposiciones, a abrirnos y sentir lo que está vivo en el momento presente y responder a ello desde el deseo de aportar positivamente a la experiencia de la otra persona, de manera espontanea. ¿Cómo podría esto ser dañino para nuestra sexualidad? Cuando la doctora Pérez dice: "la mayoría de los mortales no follamos para poner a prueba nuestras habilidades de empatía, comunicación y asertividad." quizás vale la pena preguntarse: y para que follamos, exactamente? Si quieres saber más sobre la Integración Relacional y lo que propone te invito a mirar aquí.
6 Comments
ruben galdeano pascual
6/20/2018 03:02:59 am
yeah!! me ha gustado muito
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tatiana
6/20/2018 04:16:37 am
Gracias por leer!
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Blai
7/11/2018 06:11:41 am
Hola Tatiana y compañer@s.
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Rubén F
7/13/2018 05:43:52 pm
La distinción entre ético y jurídico es inevitable. No es lo mismo, está claro. Lo que me preocupa es que lo segundo no siga a lo primero, y desde luego que se aleje. Sí, algo así como la moral sin ética, o al político ético sustituido por el ético político.
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