Es muy duro encontrarse otra vez aquí, con esta ola de dolor, desconcierto, rabia y miedo. La historia de Laura Luelmo nos toca ahí donde ya hemos sangrado tantas veces, en esta herida que llevamos desde tiempo inmemorable. Cada vez que una mujer es violada, matada por el simple hecho de tener un cuerpo que un hombre considera de su uso y derecho, las emociones que se desencadenan en mi, y al parecer en miles de mujeres y hombres, son demasiado potentes para poner en palabras. No hay manera de apaciguar el duelo que pide ser visto, reconocido, escuchado. Hay una rabia y una tristeza que no se pueden, ni deben, intentar silenciar.
Evitar que vuelva a ocurrir lo que ha ocurrido a Laura Luelmo es, tristemente, imposible. Lo digo con todo el miedo y la tristeza que esto conlleva. Pensar que podemos controlar nuestro entorno para que no pasen cosas horribles y dolorosas es, como creo que la historia y la vida ampliamente demuestran, fútil. Sin embargo, podemos seguir haciendo preguntas, renovando nuestra voluntad de entender, entendernos, forjar nuevos caminos, proponer ideas que nos guíen en nuestras acciones, proponer acciones que nos ayuden a hacer más probable un mundo cada vez más inclinado hacia la solidaridad, el cuidado y la compasión. El peligro más grande que percibo en estos momentos es el de la fragmentación. Fragmentación en nuestra manera de mirar la situación, cerrándonos en un solo punto de vista, una perspectiva, y perdiendo la complejidad que es parte integrante de un tema tan amplio como nuestra organización socio-cultural. Fragmentación en nuestra manera de alejarnos de aquellas personas que expresan otros puntos de vista, cayendo una y otra vez en la lógica de “quien tiene la razón”, “quien es el enemigo”, “quien hay que castigar”. Fragmentación en separar nuestro intelecto desde las emociones tan abrumadoras que se apoderan de nuestros cuerpos en estos momentos y perder la objetividad, claridad y precisión que nos puede aportar. Fragmentación en separar lo social y cultural de lo individual y personal, cuando solo miramos desde una u otra perspectiva para entender lo que ocurre en nuestra sociedad. Fragmentación en separar hombres y mujeres en dos colectivos enfrentados y estereotipados. Por supuesto no puedo evitar leer los sucesos a través de la clave del patriarcado, aquella construcción socio-economico-cultural que fomenta, normaliza y justifica la violencia, especialmente contra las mujeres pero también entre hombres. No voy a intentar equiparar esta violencia porque está claro que la violencia hacia las mujeres tiene unas características y unos objetivos que son muy específicos y merecen ser vistos por lo que son. Lo que me llama la atención en este caso es la historia de Bernardo Montoya, el hombre que quitó la vida a Laura. Por lo que entiendo, este hombre nació y creció en aquella periferia social, desértica e inhóspita, que es el resultado inevitable del capitalismo, la expresión económica del patriarcado. Este niño muy probablemente nació en la violencia, en la privación de recursos, en la pobreza cultural, en la negación de aquello que es tierno, vulnerable y delicado. Estoy imaginando, por supuesto, pero tengo la casi certeza que este niño no conoció un trato cariñoso, comprensivo, alentador, respetuoso. No me imagino que conoció un entorno donde se valoraba lo emocional, el dialogo, la compasión, la empatía. Cuanto más duro es el entorno, más probabilidades hay de que se desarrollen cualidades como la fuerza, prepotencia, individualismo, opresión. Cuanto más duro es el entorno, menos se desarrollan las funciones más sofisticadas de nuestra fisiología que nos ayudan a ser humanos solidarios, respetuosos, resilientes, integrados, empáticos y creativos. Este niño creció en un adolescente que tuvo como entorno de referencia la cárcel. No creo que ahí había esperanza ninguna para su desarrollo, más bien lo contrario. El sistema penitenciario, por lo poco que conozco, me parece el padrino y guardián de la violencia y su perpetuación. No estoy segura si Bernardo Montoya trata a los hombres con mucho más cuidado y respeto de lo que ofrece a las mujeres, no me sorprendería si estos valores estuvieran ausentes en su repertorio de posibilidades relacionales por no haberlas experimentadas. No estoy justificando su conducta o teniendo una mirada Disney, no. Estando las cosas como están, me gustaría ver que personas como él no puedan disponer de su libertad de movimiento ya que no pueden, o saben, gestionarla. Y quiero que las acciones de agresión sexual sean llamadas por su nombre en los veredictos, y que las penas sean correspondientes y que las noticias dejen de centrarse en la supuesta responsabilidad de las mujeres por ser agredidas. Aun así me propongo verle como un ser humano fragmentado y no un monstruo . Deseo que haya meno fragmentación en nuestra cultura para que menos hombres se conviertan en lo que Bernardo Montoya encarna. El capitalismo y su periferia son los criaderos de la violencia, por lo que yo entiendo. Con su lógica de cosificar todo, dar carta blanca al individualismo, la codicia, la competencia, glorificar el deseo individual a cualquier costa, desvalorizar todo aquello que no produce ganancias materiales, es un sistema de valores y creencias inherentemente violento. Por supuesto aquellas personas que por su fisiología son más propensas a la fuerza, a la acción, a lo intelectual, triunfan y estas características se pueden inflar hasta rozar la enfermedad. No veo soluciones muy duraderas y eficaces que no se planteen la de-construcción de este sistema de creencias y valores. No estoy convencida que el enfoque en el cual “los hombres”, como categoría generalizada, se consideran los culpables sea el más acertado, no porque no reconozca que hay un tema de privilegios y de roles, sino porque es un enfoque que no nombra la causa real del problema. El patriarcado, y su hijo el capitalismo, no son inherentes a los hombres, son construcciones culturales y por lo tanto me parece que con la regeneración de estas construcciones se disminuiría mucho la probabilidad que un ser humano se aleje tanto de su humanidad como para violar, matar, agredir, oprimir. La primera violencia que el patriarcado ejerce es sobre los hombres mismos, negando le su parte emocional, vulnerable, acogedora y receptiva. Cualquier ser humano que sufra este tipo de mutilación va a convertirse en un agente de violencia. Me parece que la responsabilidad de acabar con este modelo cultural nos corresponde a todxs, cada unx desde su lugar, empezando por la periferia y llegando hasta el centro, donde también hay mucha violencia, aún si disfrazada y sutil. Las mujeres en especial tenemos la oportunidad de fomentar mucho cambio ya que el sector de la educación es principalmente femenino, y por el rol vital que juegan las madres, por supuesto. Y aquí es donde tomo consciencia que ser mujer no es sinónimo de estar comprometida con eliminar las causas de la violencia. ¿Cuantas mujeres también han sido educadas en el patriarcado y perpetúan sus valores de competencia, manipulación, opresión, insensibilidad? ¿Cuantas mujeres, para sobrevivir en este entorno cultural, se separan de su propia vulnerabilidad y adoptan la violencia y la agresividad para protegerse? ¿Cuantas mujeres participan en la perpetuación del modelo cultural que hace posible que muchos hombres se conviertan en maltratadores de mujeres, de hombres, de niñxs, de animales de entornos naturales? Todos estos me parecen mecanismos perfectamente comprensibles y no estoy culpando a las mujeres de nada, simplemente me parece necesario hacer una reflexión completa y no parcial de nuestra situación como sociedad. No encuentro refugio en la identidad colectiva de “mujer oprimida”. Aunque por supuesto veo como esta identidad existe y no la voy a negar, no quiero quedarme ahí. Las estadísticas dicen que el 62% de asesinatos son de hombres hacia hombres, estas cifras no me dejan tranquila. No me deja tranquila que “se maten entre ellos”, quiero vivir en un mundo donde la violencia de los hombres hacia si mismos tampoco esté normalizada. Quiero vivir en un mundo donde no estamos constantemente fragmentadxs entre “nosotrxs” y “ellxs”: hombres, mujeres, ricxs, pobres, blancos,negrxs, heterosexuales, non heterosexuales. Estas identidades existen y en algún respecto nos sirven para hablar de ciertos fenómenos, a la vez quiero recordar que hay algo más allá. Quiero vivir en un mundo donde la violencia deja de ser la norma en todos ámbitos y las necesidades de todos seres vivos se toman en consideración. Quiero vivir en un mundo donde no se responde a la violencia con violencia sino con la voluntad de entender. Quiero vivir en un mundo donde no se confunde querer entender con no protegerse, y donde no se confunde proteger con atacar. Quiero vivir en un mundo donde el criterio de integrar sustituye castigar. Cada acto de violencia, contra mujeres, hombres, animales y ecosistema, nos invita a mirar desde el fragmento hacia lo global, rastreando la pista de la violencia hasta su fuente. No estoy desviando el foco de atención, deseo que todas las personas que están dedicando sus esfuerzos a acabar con la situación de desigualdad y opresión de las mujeres sigan trabajando. Solo quiero compartir que veo un contexto más amplio y creo que no nos hace bien ser miopes. Que los hombres se movilicen para revisar sus condicionamientos y privilegios me parece necesario, también me parce necesario que lo hagamos nosotras con ellos, que revisemos todo, buscando juntxs caminos en la selva oscura en la que vivimos. Gracias a Patricia García Lepetit por apoyarme en escribir este artículo con sus reflexiones y comentarios. Las ideas siempre salen mejor cuando se comparten!
2 Comments
Anna
12/29/2018 06:51:14 am
Comparto esta manera de interpretar los sucesos. El patriarcado ha fomentado esta división entre hombres y mujeres: es más fácil dominar si estamos divididxs, de esta manera siempre hay un "otrx" a quien clavarle la culpa. Todxs hemos mamado de esta leche patriarcal. No me extraña que, por ejemplo, algunas mujeres envien whatsapps denunciando violencia machista pidiendo explicitamente que solo se reenvien a mujeres. Sí, tenemos tan digerida la cultura patriarcal que ni nos damos cuenta de que caemos en sus trampas.
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