Entrar en contacto con la vulnerabilidad es una experiencia que nos permite desarrollar la empatía, la compasión y nos facilita lidiar con emociones como la rabia, la culpa y la tristeza. ¿Qué espacio tiene la vulnerabilidad en tu vida? La cultura de la invulnerabilidad Los mensajes que nos llegan desde nuestro entorno cultural no son, por la mayor parte, muy propicio para un encuentro positivo con la vulnerabilidad. Una cultura que se basa en la idea de castigo y recompensa prepara el terreno para una relación difícil con este estado emocional. Ser vulnerable quiere decir ser débil, ser débil es algo que se merece menosprecio o, en el mejor de los casos, piedad. Ser vulnerable quiere decir ser un perdedor en este mundo que valora ganar y tener la razón. Nuestro imaginario colectivo está lleno de superhéroes completamente invulnerables, nuestra vida social y política está poblada por personajes que no quieren perder la cara, que luchan y se enfrentan a sus enemigos hasta el final, que adoptan posturas de dureza, desprecio, sarcasmo, distancia y frialdad para salir adelante intactos, sin daños. No se llora en frente de la gente, si nos escapa alguna lagrima pedimos perdón por la inconveniencia. O se llora de una manera manipuladora, para generar la reacción que deseamos en la otra persona, por no saber generarla de otra manera, más auténtica. Y aún así la vulnerabilidad es nuestro estado más natural y auténtico. "Amar es sinónimo con ser vulnerable. Ama cualquier cosa, y tu corazón seguramente se retorcerá y posiblemente se romperá. Si quieres asegurarte de mantenerlo intacto, no debes entregar tu corazón a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvelo cuidadosamente con pasatiempos y pequeños lujos; evita todos los enredos; encerrarlo en el ataúd de su egoísmo. Pero en ese ataúd, seguro, oscuro, inmóvil, sin aire, tu corazón cambiará. No se romperá; se volverá irrompible, impenetrable, irredimible ". ~ C.S. Lewis Ser mamíferos Aunque no lo tengamos muy presente, somos criaturas que comparten su fisiología con la especie de mamíferos. Esto nos proporcionas ciertas características que podemos ignorar solo a nuestra propia costa. Nacemos con un sistema nervioso predispuesto, a través de millones de años de adaptación, a la conexión y la pertenencia. Nuestras emociones aparecen, se manifiestan y se gestionan en un delicado proceso donde la relación con "el otro" es fundamental. Esta situación de dependencia, como bebés y niñxs, hacia lxs adultxs es nuestra primera experiencia de vulnerabilidad. Además, como seres vivos, tenemos una necesidad imperiosa de seguridad en un mundo que es inherentemente inestable y cambiante, cosa que también nos pone en contacto directo con la experiencia de vulnerabilidad. Toda nuestra fisiología está preparada para lidiar con esta experiencia a través de unos procesos delicados y complejos. Aprender a transitar las emociones Literalmente, nuestro sistema nervioso se configura en las primeras experiencias relacionales que tenemos y desde ahí aprende a vivir en este mundo. Todo lo que ocurre después, todo lo que construye nuestra personalidad y carácter, son las adaptaciones que hacemos frente a estas experiencias. Si son experiencias agradable, donde el aparecer de las emociones es tratado con cariño, tranquilidad y empatía, entonces aprendemos a vivir, enseñar y transitar nuestras emociones con confianza y seguridad. Nuestra tristeza nos enterneces y nos proporciona momentos de ternura y conexión; nuestra rabia nos ofrece energía y claridad para entrar en relación y establecer límites y acuerdos; nuestro miedo nos ayuda a parar y escuchar con profundidad lo que ocurre en nuestro interior y exterior; nuestro asco nos permite protegernos de aquello que no nos hace bien; nuestra tranquilidad nos permite descansar e integrar nuestras experiencias y nuestra ilusión nos proporciona la creatividad para aprender e interactuar con el mundo. Patrones de relación Muy a menudo lo que ocurre es que que hay interferencias importantes en estas primeras relaciones que suelen generar ciertas tendencias habituales. Por un lado, nos aislamos de lxs demás y construimos una independencia extrema, un alejamiento de todo aquello que trae emoción y por lo tanto vulnerabilidad. Generamos una tendencia a utilizar nuestro intelecto para lidiar con el mundo y no sentimos la confianza para apoyarnos en las personas cercanas para lidiar con nuestras dificultades. Por el otro, entramos en un estado de dependencia crónica donde nuestra capacidad de autonomía es muy poco desarrollada, nuestra atención siempre está en lxs demás, en su aprobación, en su malestar, en la posibilidad de abandono, en las estrategias para evitar que esto ocurra. Nuestras emociones nos desbordan y os sentimos la fortaleza interna para poderlas manejar. La mayor parte, vivimos en alguna combinación muy original y personal de estas dos tendencias. Vulnerabilidad y Victimismo La vulnerabilidad es el estado esencial del ser humano, un estado rico de sensibilidad, ternura, delicadeza y también de emoción. La vulnerabilidad nos permite sentir lo que sentimos con una mirada tierna y llena de apoyo, consciente de que esto que sentimos es una expresión de nuestra humanidad, de nuestra imperfección, de nuestro potencial de crecimiento. La vulnerabilidad no nos desconecta de nuestra confianza en nuestras capacidades, en nuestra resiliencia y aprendizaje, sino nos reconforta, para que podamos descansar en la intimidad de nuestro interior. También la vulnerabilidad no busca culpables, sino puede ver todo lo ocurrido con una mirada llena de espacio, consciente de que la condición humana implica también la ignorancia que genera sufrimiento. El victimismo es una de las adaptaciones a las que recurrimos cuando el apoyo de los demás no nos ha venido de forma fluida e incondicional. Si hemos tenido que ganar la atención de lxs demás, ponernos en un lugar de debilidad nos ofrece la posibilidad de recibir esta atención, de crear una situación donde tal vez no nos abandonarán, donde nuestra debilidad será el foco de la relación con las otras personas. Será una manera de protegernos del riesgo de hacer algo y que nos salga mal, de no enfrentarnos con aquello que percibimos como inmaduro e incapaz en nuestro ser. El victimismo tiene un sabor muy diferente a la vulnerabilidad, pero a veces no estamos acostumbradxs a diferenciar entre los dos, y en nuestro intento de aprender a desarrollar nuestra fortaleza y reducir la dependencia emocional que sentimos, nos prohibimos el acceso a ambas experiencias. De esta forma no encontramos aquel lugar tierno y espacioso en nuestro interior que nos puede ofrecer sosiego y reparación. Nos convertimos cada vez más en adultxs severos que miran a nuestras partes delicadas con algo de desconfianza, desprecio y dureza. El umbral es demasiado fino y no lo reconocemos, así que la vulnerabilidad se convierte en victimismo y nos deja atrapadxs en una percepción de desapoderamiento que nos limita y no nos permite crecer. Aprender a diferenciar entre estas dos experiencias en necesario si lo que queremos es construir relaciones sanas de inter-dependencia, empatía y apoyo, si queremos aprender a cuidar de nosotrxs mismxs con integridad y consciencia. "La única opción que tenemos a medida que maduramos es cómo habitamos nuestra vulnerabilidad, cómo nos volvemos más grandes y más valientes y más compasivos a través de nuestra intimidad con la desaparición, nuestra elección es habitar la vulnerabilidad como ciudadanos generosos de pérdida, de manera robusta y plena, o por el contrario, como avaros y quejumbrosos, renuentes y temerosos, siempre a las puertas de la existencia, pero nunca con valentía y por completo tratando de entrar, sin querer arriesgarse nunca, nunca caminando completamente por la puerta." Si te interesa profundizar en este tema y empezar a conocer tus patrones de relación, si quieres aprender a diferenciar entre vulnerabilidad y victimismo, te invito a explorar las sesiones de acompañamiento que ofrezco o cualquiera de las propuestas formativas disponibles. Puedes descubrirlo todo aquí
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