Si el título de este artículo no ha sido suficiente para quitaros las ganas de seguir leyendo me considero afortunada y espero merecerme vuestra atención hasta el final, o por lo menos la mitad, del escrito. No creo que va a ser uno de los más cortos. Acabo de encontrar un artículo que me ha llamado mucho la atención y que me ha disparado varias reflexiones; como siempre las comparto con la intención de generar más reflexión y no de acabar con ella dando respuestas o visiones definitvas. El artículo en cuestión es: "Follar con empatía: otra lección puritana que se disfraza de feminismo" y bueno, me ha atrapado con esta palabra que tanto me pone: empatía. No me considero una experta en el arte de follar (aunque con una cierta experiencia tras 3 decadas en activo), en cambio sí me considero una profesional de la empatía, ya que es la base no solo de mis relaciones personales sino de mi trabajo, así que me ha estimulado mucho leer el artículo de la doctora Loola Pérez. A lo largo de los últimos meses hemos estado atestiguando varios movimientos y sucesos, desde la campaña #Me too y el vídeo "Hola putero" al caso de La Manada, que han vuelto a poner sobre la mesa la sexualidad como lugar de intersección entre la cultura machista y la feminista, generando mucho debate y emotividad. Lo que para mi ha sido difícil de digerir en los últimos meses ha sido la actitud casi vengativa de algunos sectores feministas que parecen apuntar a los hombres en general como machistas por defecto, productos inevitables de una cultura que los construye para perpetuar el modelo patriarcal. Y no es que no me parezca un ejercicio sano para cualquier persona pararse a observar sus creencias, hábitos, privilegios, suposiciones y patrones de comportamiento. Es que me provoca miedo cuando dejamos de vernos como seres humanos y nos relegamos a existir unicamente dentro de cajas etiquetadas "machista", "feminista", "progresista", "prohibicionista", y cuando nuestras conversaciones se centran más en establecer en que caja tenemos que entrar y mantenernos ahí en lugar de ayudarnos a salir de ellas. Creo que en cada caja se esconde algo interesante, quizás no en su forma más elegante o eloquente, sin embargo como expresión de una necesidad humana. Me ha parecido interesante ver como la palabra "empatía" ha aparecido en todo este debate, apuntando quizás hacia un nuevo horizonte donde no se trata de victimizar a las mujeres o criminalizar a los hombres, sino encontrar una modalidad de relación que permita superar los estereotípos, las reglas, lo cultural y lo politicamente correcto (aquí el artículo "La empatía es sexy (y feminista)"). Me he quedado sorprendida al ver que esta palabra ha generado tantas olas y molestias. Entiendo que cuando entramos en el territorio del sexo estamos cruzando una frontera muy delicada: estamos entrando en lo más intimo, vulnerable, personal, visceral y primordial del ser humano. No me sorprende que la gente se ponga en alerta y quiera saber que queremos hacer ahí. En el intento de hablar de sexualidad como construcción cultural es inevitable que digamos algo que no representa el escenario de algunas personas, que nos metamos donde no nos toca, que expresemos una verdad personal y subjetiva de manera demasiado generalizada. Es comprensible que nadie quiera tener su vida sexual reglamentada por otras personas, que se establezca lo que es "correcto" y lo que "no". Por esto me parece tan increiblemente complejo llevar esta conversación en el ámbito juridico donde se pretende encontrar parametros fijos y generales para algo que es tan personal y lleno de matices. Me imagino que es esto lo que le preocupa a la doctora Pérez, que alguien se ponga a pontificar sobre el tipo de sexualidad que se debería tener. Estoy con ella en esto. Pero me parece que no estamos precisamente libres de condicionamientos con respecto al sexo, así que no entiendo como introducir el concepto de empatía en este contexto pueda parecer algo limitante, condicionante, normativo. ¿A caso hay algún rincón de nuestra vida que no está organizado en función de normas culturales, sociales, experiencias previas, traumas y predisposiciones personales? ¿A caso no nos beneficia a todxs cuestionar nuestras creencias y revisarlas, actualizarlas? En un escenario social donde la experiencia sexual de muchas personas es marcada por el dolor y la angustia, ¿no será útil ponernos a reflexionar conjuntamente sobre los factores que contribuyen a esta realidad para desarrollar nuevos paradigmas? Me parece que defender la libertad sexual y participar en esta reflexión no son cosas incompatibles. ¿Podría ser que tenemos distintas ideas sobre lo que es la empatía? Mi opinión es que sí, hay bastante confusión con respecto a esta palabra. Cito una parte del artículo de la doctora Pérez: "La empatía es una habilidad afectiva, cognitiva y emocional que puede poseer el individuo. Por tanto, no se inscribe como un proceso automático y requiere de cierta destreza para ponerla en práctica en las relaciones interpersonales. La empatía, como muchos sospecharán, mejora cuanto más conocemos a la otra persona. Así, follar con empatía requeriría de contacto, de conocimiento del otro y de cierto grado de compromiso. Follar con empatía en el sexo casual es muy difícil e incluso cuando no se trata de un encuentro esporádico, la mayoría de los mortales no follamos para poner a prueba nuestras habilidades de empatía, comunicación y asertividad.". La información a mi disposición (que es un poco demasiada para poderla citar toda, pero pongo Carl Rogers, Marshall Rosenberg, Dan Siegle, Rick Hanson, Peter Levine, Brené Brown y Arthur Ciaramicoli para empezar) me hace creer que la empatía no es una habilidad afectiva que puede poseer un individuo, sino la función primordial que ha asegurado la superviviencia de nuestra especie. Es una función en parte totalmente inconsciente que ocurre a través de nuestras neuronas espejos y que sirve para ponernos en sintonía con otro ser humano, algo sumamente útil para nuestra existencia. Es una de las primeras funciones que se activan en los bebés. En otras palabras, es algo que no podemos evitar. Lo que si es cierto es que esta misma capacidad de sintonizarnos con la otra persona nos puede servir por fines diferentes: colaborar o torturar, crear vínculo o crear trampas. Así que esta capacidad innata se beneficia mucho de ser canalizada por nuestra intención, y nuestra intención está sujeta, entre otras cosas, a nuestro entorno cultural y las creencias que habitan en él. Esto es lo que nos permite anular nuestra empatía hacia aquellas personas que culturalmente "no se lo merecen" o sea, todas aquellas personas que están relegadas a las periferias de nuestra piramide social. Esto es lo que nos permite pasar frente a una persona sin hogar y no sentir nada en especial, o quizás sentirlo pero no hacerle caso para poder seguir con nuestro día. Es mi firme creencia que vivimos en un entorno cultural que está operando cada vez más de una manera que disminuye y hace insostenible la empatía. Nuestra organización socio-económica produce demasiado sufrimiento para que podamos mantenernos conectadxs con la empatía y no destrozarnos. La empatía tiene que desactivarse para que podamos funcionar en este entorno ostíl. Esto se llama, en algunos ámbitos, shock traumático, o "disociación". Y no es beneficioso. No es tanto la empatía en si que requiere destreza, en mi opinión, sino la voluntad de hacerle caso y actuar en consecuencia. Y por supuesto, como la mayor parte de las cosas, esto no se aprende de un libro sino desde la experiencia, es decir de haber experimentado desde temprana edad la presencia empática de nuestrxs cuidadores y sus respuestas hacia nuestras experiencias emocionales. Si tenemos presente que las normas culturales predominantes estipulan que el cuidado de los niños debería frenar sus expresiones emotivas y hacerles fuertes (lo que se resume en frases como: "Los niños no lloran"), quizás nos parece lógico que sean justamente los hombres los que se ven más perjudicados en el desarrollo de la destreza de mantenerse conectados con su empatía natural. No digo esto para justificar la falta de conexión con la empatía y los comportamientos que puedan resultar, sino para ofrecer algo que nos ayude a comprender en lugar de juzgar. Creo que esto nos invita a reflexionar sobre las implicaciones de la crianza y educación en lo que concierne la creación de un conjunto de ideas y comportamientos que llamamos "patriarcado". Nos ayuda a vislumbrar que cuando hablamos de sexo no podemos ignorar que la sexualidad es un evento inevitablemente emotivo y por lo tanto vinculado a y marcado por nuestras experiencias relacionales en temprana edad. Esto creo que por la mayoria de las persona se traduce con entrar en un territorio vulnerable. Es importante recordar también que según las investigaciones de la neuro ciencia, la empatía es una función del neo cortex, mientras que las funciones reproductivas están situadas en una parte más primitiva del cerebro, el límbico. Sería, desde mi punto de vista, una oportunidad perdida deducir entonces que el sexo está destinado a ser gobernado por pulsiones e instintos "fuera de nuestro control" y que es este tipo de sexo "visceral, animal" lo que es "bueno, sano, divertido, placentero" y que una sexualidad que incluye las funciones del neo cortex es "aburrida, mecánica y moralista". Como seres humanos tenemos una biología compleja: nuestro cerebro límbico funciona en muchas maneras de la misma forma que en cualquier otro mamifero, pero nosotrxs también tenemos un sentido de identidad propia, cosa que en otros mamiferos no es tan marcada. Considero que esto nos puede poner en la situación de tener impulsos que no están dirigidos tanto a la supervivencia y bienestar de nuestra especie, como colectivo, sino a nuestra superviviencia y bienestar individual y esto nos puede resultar en comportamientos que, como estamos comprobando en muchos ámbitos, generan mucho sufrimiento y son incluso incompatibles con la superviviencia de nuestra especie a largo plazo. Supongo que será por esto que hemos desarrollado la capacidad de empatizar, para regular nuestros impulsos individualistas y equilibrarlos con comportamientos que toman en consideración las necesidades de otros seres. Quizás los tiempos nos piden evolucionar y tomar posesión de este software 0.1 que hemos tenído la suerte de desarrollar pero que todavía no hemos casi sacado de la caja: el neo cortex. Ahí encontraremos también otra función interesante: la consciencia, en este contexto definida como la capacidad de saber que es lo que nos está pasando a nivel emocional, cognitivo y corporal. La consciencia, a diferencia de la empatía, sí que necesita entrenamiento, como demuestra la tradición meditativa milenaria de los budista. Nuestro sistema nervioso está diseñado para automatizar el mayor número de acciones para que las podamos llevar a cabo literelmente "sin pensar". A veces esto "sin pensar" se confunde con "espontaneidad", pero en mi opinión hay una diferencia importante entre las dos cosas. En el proceso de automatizacción entran en juego factores culturales y condicionamientos sútiles que se instalan de manera insconsciente y subliminal, simplemente por el hecho de vivir en un entorno determinado, así que "sin pensar" podemos acabar con comportamientos que son el fruto de muchos condicionamientos y para nada "espontáneos". La espontaneidad, para mi, sería más bien la respuesta de un sistema nervioso que está funcionando con todas sus facultades en un estado de consicencia que le permite encontrar una respuesta adecuada a la situación presente, adecuada en este caso quiere decir que tenga en consideración las necesidades individuales y colectivas. A este tipo de espontaneidad llegamos cuando tenemos nuestra facultad de ser conscientes bien entrenada y nuestro neo cortex bien conectado. Así que cuando hablamos de espontaneidad en el sexo ¿ de que estamos hablando? Espero que la propuesta de la doctora Pérez y otras personas que se suman a su discurso no sea de mantener la sexualidad en un territorio inexplorado por la consciencia. Me preocupa que en nuestro intento de preservar la autonomía y libertad de expresión nos negamos a poner cuestión nuestros automatismos y mirar en que creencias y experiencias se sostienen. No es un mandato, que cada cual haga lo que le apetezca, por supuesto, pero ¿no sería interesante ver hacia donde podría llegar la humanidad si realmente empezaramos a integrar todas las capacidades de las que somos dotadxs? Si el sexo dejara de ser simplemente una pulsión o una sublimación reprimida por normas culturales y empezara a ser un acto plenamente integrado, quizás necesitaríamos inventar una nueva palabra para definirlo. Quizás la doctora Pérez se refiere al conocimiento de los gustos y preferencias de lxs demás cuando dice que la empatía "mejora cuanto más conocemos a la otra persona". Escribo estas palabras después de 5 días en un curso intensivo de Hakomi (Mindfulness aplicado al auto-estudio) y puedo garantizar por experiencia reiterada que es perfectamente posible sentarse frente a una persona desconocida, mirarle los ojos sin hablar y tener una sensación más acertada que no de su estado emocional. Lo que ocurre es que hay que querer conectar con el estado emocional de la otra persona, si no lo único que ves son un par de ojos. Y es este querer que hace que nos sintonicemos con nuestra empatía innata, este querer necesita de nuestra consciencia, de nuestro neo cortex. No hace falta conocer la persona, solo hace falta querer abrirnos a conectar con ella y nuestra empatía está ahí, lista para hacerlo posible. Cito otra parte del artículo: "¿Tan débiles somos las mujeres que no podemos lidiar con una experiencia incómoda en nuestra intimidad? ¿Necesitamos protección hasta cuando no nos corremos? ". Si cambiamos la palabra débiles por vulnerables, quizás conectamos con otra cualidad. La doctora Pérez hace referencia a la experiencia de un coito donde el hombre llega al orgasmo y la mujer no y me parece muy valioso que nos invite a tomar responsabilidad por nuestros deseos y placer, por supuesto, pero hay muchas maneras de correrse uno y la otra no. Una manera es correrse y preguntar a tu pareja "¿Qué tal te has quedado? ¿Te apetece que haga algo para ti?" y la otra es correrse, darlo todo por acababado, girarse para el otro lado y ponerse a dormir. A mi me han pasado las dos cosas y puedo decir que prefiero la primera sin duda, y no tanto por querer correrme, que también, sino porqué en esta primera situación me siento vista, tomada en consideración. La doctora Pérez habla de "amantes hábiles y amantes torpes", bueno, es una manera de decirlo, yo quizás optaría por "amantes que entran en conexión con sus parejas desde la empátía y amantes que, por los motivos que sean, están más centrados en su própria experiencia que otra cosa." Y aunque esto puede ocurrir en ámbos generos, creo que sería una falta de rigor estadístico no reconocer que ocurre más en un genero que en otro, y no porque este genero sea intrinsicamente "malo", sino porque este genero (como el otro) se construye alrededor de ciertas creencias y paradigmas que lo hacen más probable, más automático. Quizás la doctora Pérez nos invita a hacernos fuertes frente a situaciones como éstas y manifestarnos, entablar conversaciones con nuestras parejas, pedir lo que queremos. O quizás nos invita a no tomárnoslo tan a pecho y pensar :"Bueno, no es para tanto" y si no fuera que mi trabajo me lleva a ver la inmensa vulnerabilidad del ser humano a diario, estaría de acuerdo. Sí, somos seres vulnerables, mucho más de lo que nos gusta pensar, y vivimos en un entorno muy poco sensible a esta vulnerabilidad y por esto pagamos las consecuencias en nuestras depresiones, obsesiones, inseguridades, miedos, adicciones y trastornos. Por esto somos una sociedad en la cual la "enfermedad mental" está en constante aumento. Hacernos "fuertes" no parece que nos sirve mucho, cultivar la empatía, en cambio, tiene un potencial sanador extraordinario. La empatía genera las condiciones para que podamos hablar y pedir lo que verdaderamente queremos sin el miedo aplastante al rechazo, la ridiculización, el castigo, la culpabilidad. Utilizar la empatía como barómetro de nuestras relaciones en lugar del "consentimiento" nos pide estar más conscientes, sea con desconocidxs que con nuestras parejas estables, y desde luego esto es más complicado y más difícil de regular con normas y fórmulas jurídicas. De hecho, si realmente esto fuera el caso, creo que seremos más libres, porque el encuentro empático es único y pertenece a las personas que lo viven en todos sus matices sútiles. Cuando estamos en empatía no nos limitamos a tener el consentimiento al principio y después "todo vale", sino nos mantenemos en conexión a lo largo de todo el encuentro, sintonizandonos con las evoluciones y cambios que ocurren. Si esto suena muy difícil, nos animo a pedirnos un poco más, un poco más de disponibilidad a hacer el esfuerzo de ser realmente humanxs. Estoy muy de acuerdo con la doctora Pérez cuando dice: "...hablar de “sexo patriarcal” para criminalizar aquellas situaciones donde el varón tiene la iniciativa sexual o donde el deseo no es correspondido me parece un intento feo, muy feo, de condenar, por un lado, al hombre como eterno enemigo y crear, por otro, la idea de que el sexo es territorio hostil para las mujeres". No me parece que haya algo intrínsecamente dominante en hacer una propuesta, siempre que estamos preparadxs a aceptar un "no" y no entrar en manipulaciones de todo tipo para obtener un "sí". Quizás podríamos hablar de "acuerdo" en lugar de consentimiento. ¿Estamos de acuerdo que queremos follar, a pesar de quien a tomado la iniciativa? ¿Estamos creando un entorno donde es posible manifestar la falta de deseo sin que esto tenga consecuencias desagradables de algún tipo? Decir "no" no es tan fácil como nos gustaría: cuando estamos bajo estrés y nuestro sistema nervioso entra en estado de congelamiento, nos cuesta pensar, hablar, sentir, movernos. Podría parecer que estamos consintiendo pero la mirada empática se percata de las señales sutiles. Siempre que queramos percatarnos, en otras palabras, siempre que estamos abiertxs a no poner nuestra individualidad y sus deseos como la única referencia. La empatía nos invita a estar en un estado de presencia, libres de ideas preconcebidas y suposiciones, a abrirnos y sentir lo que está vivo en el momento presente y responder a ello desde el deseo de aportar positivamente a la experiencia de la otra persona, de manera espontanea. ¿Cómo podría esto ser dañino para nuestra sexualidad? Cuando la doctora Pérez dice: "la mayoría de los mortales no follamos para poner a prueba nuestras habilidades de empatía, comunicación y asertividad." quizás vale la pena preguntarse: y para que follamos, exactamente? Si quieres saber más sobre la Integración Relacional y lo que propone te invito a mirar aquí.
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Después de unos meses, vuelvo a sentirme removida por este caso que está impactando tan emotivamente el país. Más allá de reflexionar sobre los 5 hombres y sus acciones, ahora estamos llamadxs a reflexionar sobre nuestro sistema judicial y sus mecanismos, valores y paradigmas. Reflexionar sobre nuestra sociedad y la fragmentación que la atraviesa. Aunque mi artículo anterior se centraba en Buscar la Empatía para el caso de La Manada, ahora mi inquietud es otra: entender lo que esta sentencia dice de nuestra cultura y plantearme respuestas, propuestas, un nuevo imaginario. Lo que comparto aquí es un trozo de mis pensamientos tratando de lidiar con algo tal vez demasiado complejo como para ponerlo en pocas palabras. Lo ofrezco como punto de partida para más reflexiones. No voy a hablar de la cultura machista en si, ya mucho se está diciendo sobre ella, sino de la cultura de la fragmentación, la cultura que hace posible que se de una sentencia como la que hemos recibido el Jueves pasado. En primer lugar, mientras reflexionamos sobre esta sentencia podríamos detenernos a considerar el sistema judiciario en el cual ocurre. Esta sentencia no me satisface no solo por su clasificación del delito sino por el hecho de centrarse meramente en un castigo. No me satisface no por la brevedad de la condena, sino por la insignificancia de la condena. Ningún tipo de cambio cultural se produce, en mi opinión, meramente a través del castigo, porque el castigo no favorece la reflexión, ni la comprensión, ni la empatía, ni la reparación. Este tipo de justicia que tenemos, considera que su trabajo está hecho cuando a deliberado el tipo de castigo adecuado, en base a cavilosas formulas. Me ha impactado enormemente leer frases como "(...) la Audiencia explica por qué los hechos no se produjeron ni con violencia ni con intimidación. La violencia, aseguran, debe medirse en base "a criterios cuantitativos y no cualitativos" o "(...)Las lesiones que presentaba la víctima en los genitales y por las que fue atendida hospitalariamente "no revelan la existencia de violencia" que cumpla con el requisito de la agresión sexual, dice el texto, sino que son compatibles con una penetración vaginal "en la que hubo un rozamiento en la zona".(artículo aquí) o la frase que me produce escalofríos, pronunciada por el el juez Ricardo González " "(...)Tampoco aprecio en ella esa 'ausencia y embotamiento de sus facultades superiores' que se afirma por la mayoría de la Sala; por el contrario, lo que me sugieren sus gestos, expresiones y los sonidos que emite son de excitación sexual". (artículo aquí), Lo que me impacta es la aplicación de estos criterios "cuantitativos" al proceso de establecer la naturaleza del asunto y en cambio criterios "cualitativos" al establecer la experiencia interior de la mujer que sufrió esta agresión. Hay algo que me parece violento y cruel en decirle a alguien como fue su experiencia, y en este caso decirle a la mujer que sus gemidos eran de placer me parece de una crudeza realmente desproporcionada. ¿Qué ocurre cuando queremos enfrentarnos a los sucesos de la vida de una manera parcial, sin interpelar todas nuestras facultades humanas? Me parece que lo que ocurre es la fragmentación, lo que suele producir una sensación muy angosta de que algo no está bien. Creo que la ola de indignación que ha atravesado las calles esta última semana puede tener que ver, entre otras muchas cosas, con el hecho que, fundamentalmente, algo humano se rebela a que se apliquen criterios meramente cuantitativos a un evento que es predominantemente relacional, emotivo, personal, intimo, delicado. Nuestra cultura está muy acostumbrada a segmentar y apartar cosas que en la realidad no se pueden separar. No se puede separar el cuerpo de la mente, la emoción del intelecto, lo subjetivo de lo objetivo. El resultado, cuando intentamos actuar como si esta separación fuera posible, es casi siempre nefasto. Leyendo los transcritos de los interrogatorios, me sorprende la cantidad de preguntas sobre detalles que no tienen nada que ver con el estado emocional de ninguna de las personas presentes. La justicia, como la ciencia, pretenden ofrecer una mirada "objetiva" del mundo, negando la realidad de lo emotivo, de lo subjetivo. Entiendo que una justicia subjetiva presenta unas cuantas dificultades, el propósito de un proceso judicial es precisamente traer una mirad externa y alejada de los eventos que pueda aportar objetividad y ecuanimidad. A la vez, una justicia que se sostiene en criterios matemáticos para establecer si las lesiones vaginales ocurridas en el caso de Pamplona representan violencia o no, creo que está muy, muy peligrosamente alejada de lo que es humano. Intentar deliberar de manera objetiva sobre un asunto tan sumamente complejo como la sexualidad humana presenta un grado de dificultad extremo, a mi parecer. La sexualidad es un acto relacional en el cual entran en juego elementos inconscientes, culturales, emotivos e incoherentes, ¿cómo podemos abordarlos de una manera puramente objetiva? Me parece que nuestra sociedad se queda desprovista de estructuras que puedan realmente hacer frente a esto. A esto se suma el contexto cultural en el cual el sexo mismo se ha ido fragmentando cada vez más de su componente emotiva y relacional, convirtiéndose en un acto casi puramente mecánico y centrado en la satisfacción de impulsos individuales, dónde "el/la otro/a" es meramente un "aparato". Solo cuando esta concepción del sexo está normalizada, alguien puede llegar a creer que una chica de 18 años, a los diez minutos de conocer 5 hombres ya está dispuesta a tener relaciones sexuales con ellos en un portal de una ciudad desconocida. Y la cuestión del consentimiento. Pongamos que esta chica sea de temperamento muy extraordinario y efectivamente consiente a tener relaciones sexuales con 5 hombres ¿ lo que ocurre después queda validado por lo tanto? Si yo consiento a tener relaciones sexuales no me espero que me tiren en el suelo, que me empujen para hacer fellaciones, que me graben sin mi permiso, que me dejen tirada desnuda y que me roben el móvil. No tengo experiencia personal pero me consta que incluso en la escena sado-maso hay más cuidado y respeto. ¿O es que este tipo de relación es lo que nos parece "sexo normal"? Es una re-calificación de lo que entendemos por sexo, por relaciones sexuales lo que nos haría falta ahora mismo. Y no es terreno fácil de navegar. El lema actual :"No es no" me parece sacrosanto y a la vez un no a veces es parte de un juego. O quizás no llego a decir no porque estoy demasiado desconcertada. Necesitamos fomentar una cultura mucho más hábil en calibrar los estados emocionales, en mantener conexión con lo sutil y poco "cuantitativo" del ser humano. Una cultura donde el bienestar del/a otro/a es inequívocamente ligado con el propio. Necesitamos una justicia que sea capaz de enfrentarse con esta complejidad. La visión de un sexo despojado de la parte relacional ha sido apoyada también desde los frentes feministas de la sociedad, donde tristemente, a veces me parece que la trayectoria es apropiarse de las barbaridades que surgen desde el mundo patriarcal y hacerlas en femenino. El patriarcado es un paradigma de la fragmentación, donde se establecen criterios, valores, normas y creencias en base a un fragmento de la totalidad, y donde se ponen los otros fragmentos en un lugar de inferioridad, opresión y negación. El problema, desde mi punto de vista, no es si el fragmento que se está tomando como referente es el masculino o el femenino, sino que no hay integridad, integración, unidad. Me parece que solo en un contexto dónde esta visión fragmentada es endémica se puede llegar a pensar que el tipo de sexualidad ocurrida en aquel portal de Pamplona podría ser otra cosa que violenta. Si se considerara la trascendencia psico-física de lo que quiere decir entrar en contacto sexual con otra persona creo que no cabría duda. Si se considerara la subjetividad de las personas implicadas en este acto, no cabría duda. Si nuestra cultura fuera una cultura de la empatía, dónde no se le pregunta a la mujer si dio su consentimiento sino se le pregunta al hombre si en algún momento le importó saber si la otra persona estaba bien, si estaba a gusto, si disfrutaba, si daba señales de relajación y tranquilidad, si en su visión de la sexualidad entra la noción de mutualidad y de placer compartido, no cabría duda. Entonces, sin negar la relevancias de reflexiones sobre el machismo, lo que me preocupa es que no cuestionemos el marco fundamental dentro del cual se están dando estos sucesos. Que no recuperemos un sentido del ser humano y sus relaciones como algo fundamental en nuestra sociedad, que seguimos respondiendo con castigos a las tragedias relacionales de nuestro mundo en lugar de favorecer la empatía y la reparación. El modelo que nos ofrece la Justicia Restaurativa me parece sumamente necesario como propuesta integradora, generadora de nuevos paradigmas. Una justicia que no niega lo emocional y subjetivo sino lo integra y lo acoge como parte necesaria en un proceso de reparación. Traduzco desde un artículo de la organización estadounidense VAW (Violence Against Women) que propone la implementación de métodos restaurativos en casos de agresión sexual; "La conceptualización de la justicia restaurativa involucra a tres grupos: (a) sobrevivientes / víctimas y, en segundo lugar, familiares y amigxs victimizadxs que sufren angustia junto con su ser querido; (b) miembros de la comunidad que experimentan menos seguridad y conexión social cuando perciben altos niveles de delincuencia y baja disuasión, pero que a la vez pueden estar contribuyendo a un ambiente que apoye la violencia sexual; y (c) los delincuentes, así como sus familiares y amigos, que experimentan culpa y vergüenza que se asocian con ser acusados de un delito sexual o pertenecer al contexto de la relación interpersonal del cual surgió la ofensa. Las opciones restaurativas incluyen círculos de intercambio, diálogo víctima-delincuente, paneles que estudian el impacto sobre las víctimas, encuentros de reparación de la comunidad, círculos de apoyo, círculos de sentencia, conferencias con menores y adultos, y disciplina restaurativa en entornos educativos (Umbreit et al., 2006). Mientras que los procesos judiciales y el encarcelamiento apuntan principalmente a la disuasión y el castigo del delincuente, la justicia restaurativa puede responder tanto a las necesidades de supervivencia de los sobrevivientes como a la validación, el empoderamiento y la reparación del daño y la prevención de futuras agresiones sexuales." Algunos de los gritos feministas en estos día me han dejado muy preocupada con esta tendencia a la proyección del dolor que es muy típica de las personas que han sufrido duramente. Es normal querer que quien te ha provocado dolor también sufra, es un deseo de equilibrio en un sentido muy visceral, pero me inquieta pensar que no hay lugar donde puedan quedar los hombres ahora que no sea en la caja "machista", y que nos fragmentemos en nuestra búsqueda de comprender lo que está fundamentalmente descolocado en nuestra sociedad. Recuperar un sentido de integración, de encuentro y apertura entre lo masculino y lo femenino, lo intelectual y lo emocional, lo objetivo y lo subjetivo me parece un camino muy rico a perseguir en este sentido Tras estos días de fiestas, me ha llamdado la atención el tema de la muerte. Supongo que el punto de partida ha sido la pregunta: ¿Porqué no se celebra la Pascua con la misma intensidad que la Navidad? No me considero una persona religiosa pero las tradiciones espirituales del mundo siempre me han interesado como la manifestación del intento de varias culturas de dar sentido a la existencia, y por esta razón me interesa reflexionar sobre ellas. Hay razones que parecen bastante obvias por esta falta de celebración, la Pascua no ofrece las mismas posiblidades de consumo, por ejemplo, pero no he podido evitar preguntarme si no hay algo también que tiene que ver con la actitud hacia la muerte. De hecho, me parece que entre un nacimiento y una resurreción, la segunda debería llamar bastante más la atención (aunque el nacimiento sea virgen). La Pascua celebra un evento que aparece en otras mitologías, como por ejemplo la Egipcia con el míto de Osiris, y que parece dar respuesta a la pregunta: "¿Hay vida más allá de la muerte?". Lo que me parece muy curioso es que hay una diferencia fundamental entre la respuesta que las culturas así dichas no civilizadas han dado a esta pregunta y la respuesta de la mayor parte de las culturas así dichas civilizadas. La diferencia consiste en la idea de la reincarnación. En las culturas no civilizadas, encontramos muy a menudo la idea de la reincarnación, y muchas veces una reincarnación que contempla la posibilidad de volver en la forma de animal o árbol. En cambio en las culturas civilizadas hay la idea que será el individuo mismo que volverá, tal y como se conoce en esta vida. Lo que me parece tan interesante es la diferencia entre una cosmovisión dónde el individuo se desarma y vuelve a ser parte de su entorno y una donde se mantiene la individualidad más allá de la muerte. Entiendo que una de las aportaciones más significativas de lo que llamamos civilización es el concepto de la individualidad, una individualidad separada del mundo natural, muchas veces en un rol de control de la naturaleza y también en una relación de competición con otras individualidades. Este concepto de individualidad genera una cisión dolorosa en la psique humana, una percepción de soledad y separación que probablemente nuestro sistema nervioso no es capaz de asumir, alimentando una sensación de inseguridad y falta de sentido que pone en peligro el equilibrio de nuestra organización psicofísica. Me pregunto si, en esta época donde la ciencia es la nueva religión, la idea de una resurreción tal y como la propone la tradición Cristiana ya no puede aportarnos ningún tipo de alivio y consolación y por lo tanto la celebración de su fiesta correspondiente ha perdido mucho sentido. Inevitablemente, estas reflexiones me han llevado a considerar el hecho de mi propia muerte y mi posición en relación a ella. Personalmente no me preocupa tanto decidir cual es la respuesta más verdadera, sino entender cual es la respuesta que ha ido organizando mi percepción de mi misma. Quiero decir que, aunque mi mente adulta tenga sus propias ideas al respecto, las creencias que he recibido de manera subliminal a lo largo de mi vida mediante la cultura de mi entorno, siguen determinando muchas de las maneras en las que organizo mi experiencia a nivel visceral. Lo primero que me llama la atención es mi incredulidad frente al fenómeno de mi muerte. Por mucho que mi parte racional insista que es un hecho absolutamente cierto, hay una parte más profunda y visceral que realmente no se lo cree. Miro mi mano e intento asumir la realidad de que, en algún día, esta misma mano será reducida a huesos o cenizas y no hay manera que lo consiga. No siento miedo exactamente, sólo me cuesta abarcar esta información de la misma manera que me cuesta abarcar la idea de la infinidad del universo. Supongo que esto tiene que ver con haber tenido muy poca exposición a la muerte, en un entorno cultural donde se mantiene una actitud evitativa al respecto. También detecto que hay una cierta sensación, muy muy en el fondo, de que mi persona, por ser tan individual y por lo tanto especial, tiene una exención de este particular paso en la existencia. Tomar consciencia de todo esto me hace pensar que no estoy muy bien preparada para enfrentarme con la muerte de la manera que me gustaría, con consciencia y tranquilidad. Pero también me hace pensar que, al no tener una relación con la muerte, tampoco estoy vivendo de la manera más plena, quizás. Mi vida se desarrolla en una especie de sueño despierto donde no hay el contrapunto de la muerte para darle más veracidad. En un par de ocasiones he tenído un encuentro más o menos cercano con la muerte y recuerdo como toda mi percepción de la vida se hizo más nítida y brilliante, solo para volver a un cierto entumecimiento en la medida en que la experiencia de la muerte se iba disolviendo. Lo que quiero decir es que percibo un vacío a la hora de contemplar la muerte, algo que me provoca mucho más miedo que la muerte en sí. Un vacío de cosmovisión. La idea de que mi individualidad dejará de exisitir y que mi cuerpo, sus átomos y partículas, ofrecerán sostén a otras formas de vida, por muy bonita que sea, no me llega. No me llega porque solo consigo relacionarme con esta idea desde una perspectiva materialista, de atomos y párticulas, pero he perdido la conexión vital, visceral, anímica con mis relaciones en el mundo natural. Me doy cuenta de lo profunda que es la herida que se ha generado en mi gracias a esta cultura de la separación, de la obsesión con la joventud, los estrechos estandarés de belleza, la humanidad enfrentada constantemente con la naturaleza, las manias de grandeza e idolatría del yo. Me siento huerfana de mis relaciones. El viento, la tierra, el agua y el fuego se han reducido a meros fenómenos, sin alma, sin hermandad con mi ser. Y es esta la muerte que me llena de horror, mi vida es una isla a la cual me aferro sabiendo que finalmente las olas de la vida/muerte la engullerán, pero no tengo mapa para transitar este pasaje. ¿Cómo puedo recuperar mi sensación de hermandad con el mundo natural? ¿ cómo puedo recostruir mi concepto de individualidad para que no se convierta en una jaula que me aisla del mundo.? ¿Cómo puedo vivir mi vida plenamente para enfrentarme con mi muerte? Me llama la atención que la celebración de la Pascua llegue justamente en el momento en que toda la naturaleza se despierta en sus colores más brilliantes para desfilar su belleza. Me parece una decisión bondadosa colocar esta reflexión sobre la muerte en el momento de más vida alrededor, como si la naturaleza nos llamara a recordar algo fundamental que hemos olvidado a cerca de nuestra relación con ella, algo que nos permita vivir con plenitud antes de morir. Tatiana Sibilia es formadora certificada de Comunicación NoViolenta, facilitadora del proceso de Integración Relacional y practicante del método Hakomi (Mindfulness aplicado al autoconocimiento). Ofrece formación, acompañamiento individual y un curso online para aprender a practicar la Integración Relacional en el día día. Estar en el momento presente es sumamente complicado. En si mismo el concepto “momento presente” ya nos sitúa en el marco del tiempo linear: pasado-presente-futuro. A veces tenemos ideas confusas sobre lo que debería ser el momento presente, y estas ideas no nos ayudan en alcanzar una experiencia directa de la realidad. El momento presente no es un oasis de calma y tranquilidad, no es un lugar silencioso y acogedor (necesariamente), una destinación mítica donde experimentar cosas extraordinarias. El momento presente es sencillamente lo que está ocurriendo ahora mismo, la única diferencia es si le estoy prestando atención o si está ocurriendo en "piloto automático". Si salimos por un momento de este marco de tiempo linear podemos imaginar el momento presente como un punto de intersección, vivo y pulsante donde el pasado y el futuro se encuntran, conversan y bailan. No podemos estar en el momento presente sin llevarnos todas las ideas, conceptsos y hábitos que hemos dearrollado a lo largo de toda una existencia. No podemos mirar las nubes y no saber que son nubes, no podemos volver al estado de apertura y pureza sensorial que teníamos cuando eramos niñxs. Pero no todo está perdido. No estamos exiliadxs desde la posibilidad de vivir con frescura, con la alegría de que “todo es posible”. En el momento presente, todo lo que se ha ido gestando y formando en el pasado está delenate nuestros ojos, disponible para ser descubierto. Por debajo de la primera capa, lo ya conocido, lo que ya sabemos, hay muchas corrientes subterraneas que quieren hablarnos de todo aquello que está vivo todavía, lo que viene desde el pasado a pedir el regalo de nuestra presencia amorosa. Quizás en el dolor de mi hombro, lo cual puedo sentir con claridad en este momento, hay una voz que me quiere hablar de pesos que todavía no he soltado, de enfados que nunca han podido expresarse. Quisás en este pequeño movimiento de retirada que hago involuntariamente, frente a una dificultad, hay miedos que todavía no se han calmado, partes de mi que todavía están buscando el apoyo y el reconocimiento que no tuvieron. Quizás mi manera de interpretar la situación actual está determinada por una creencia que: "Nada va a funcionar", creencia construida cuando tenía 6 años y no pude evitar la separación de mis padres. Si presto atención de una manera abierta y curiosa a lo que se manifiesta en mi en el momento presente, tengo la posibilidad de encontrarme con todo aquello que viene desde el pasado pero también puedo conectar con la voz invitante del futuro, que me llama hacía mi propio florecer, indicandome el camino a través de mis anhelos, mis necesidades. Asi pues, mi futuro está invitando a mi hombro a andar por el mundo con ligereza, con confianza. Las necesidades de apoyo y reconocimiento me enseñan hacia donde dirigir mis próximos pasos, hacia donde mirar. El reconocimiento de mis capacidades y recursos actuales me propone arriesgarme a ver si esta vez algo sí se puede hacer. Estar en el presente no significa forzar a que se produzca una sensación de paz y tranquilidad predeterminada y luchar con las distracciones e incomodidades que se manifiestan. No significa tener que sentir nada en concreto más allá de lo que puedo honestamente percebir con mis sentidos: esta sensación corporal, esta emoción, este recuerdo, este pensamiento, este ruido, esta luz o sombra. Estar en el momento presente significa recordar que no estoy viviendo en un mundo predeterminado, fijo, inamovible, y disponerme a descubrir lo que hay en frente de mi con curiosidad y apertura. Lo único que el momento presente necesita de mi es mi atención, mi disponibilidad y mi sumo respeto para todo lo que se manifiesta. Si la voz cortante del juicio es la que le da la bienvenida a mis descubrimientos, es muy probable que vuelvan corriendo a la oscuridad protectora desde donde han venido. Si lo que descubro es un miedo y le comando de ser valiente, de no ser ridiculo, de darse cuenta que todo está bien, esta actitud es muy probable que no resuelva nada. Que el miedo se callará quizás un rato, para volver más adelante. La gran oportunidad que el momento presente me brinda es de ofrecerle a este miedo el abrazo tierno y lleno de aceptación que no tuvo en su momento, cuando algo, en el pasado, le asustó. Y ahora vuelve a pedirme este regalo, este balsamo sanador. En la medida en que soy capaz de atender con esta atención amorosa a las múltiples partes de mi que me visitan desde el pasado, mi futuro se despierta, se puede reorganizar según nuevas referencias, el cauce del río se ajusta a lo que la corriente necesita para fluir hacia la libertad, ese oceano en constante movimiento, feroz, bello y sumamante vivo. "En mis hábitos revelo como los vientos y las lluvias de la vida han formado el suave crecer de mi cuerpo La arquitectura compleja de la protección es visible en mi mirada, en mis gestos en los pequeños cambios en mi voz La respiración puede volver a hacer fluidas estas paredes para que puedan albergar mi corazón tierno como alas." Tatiana Sibilia |
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