Primera parte
Hace ya un mes desde que publiqué el articulo "Cuando me muera: reflexiones sobre la vida en tiempos de Corona virus". No estoy muy segura si ya se puede hablar de una vida "post corona virus", y aun así quiero compartir en este artículo las reflexiones que me están guiando hacia el futuro, sea lo que sea. Son reflexiones que van entramando distintos temas pero que tienen un hilo conductor claro: el deseo de vivir esta experiencia con el mayor grado de consciencia posible. Quiero poder tomar decisiones que me ayuden a participar en la creación de realidades donde esté presente la empatía, el cuidado, la solidaridad y la colaboración. Ya no hablo de crear "un mundo", sino "realidades" dentro de este mundo. Espero que estas reflexiones te aporten algo valioso y te ayuden a elaborar otras, tuyas, capaces de sostenerte en tus decisiones. Meditar para no huir Voy a empezar por aquí, aunque pueda parecer un lugar muy extraño para hacer una reflexión sobre la situación actual, porque la meditación es una práctica muy central en mi vida y en el trabajo que ofrezco. Es una práctica que intento utilizar para orientarme, para entender y actuar. A la vez podría estar hablando de cualquier práctica dirigida al crecimiento personal. Lo que yo entiendo por meditación, y lo que intento practicar, es la creación de un espacio que me permita observar con honestidad y precisión lo que está pasando en mi experiencia presente, lo cual incluye mis pensamientos, emociones y sensaciones físicas. No tengo la expectativa de que esta actividad me conduzca a un estado de animo concreto, no pretendo relajarme ni dejar de pensar, no tengo la ambición de iluminarme ni de tener experiencia místicas o transcendentales. Lo único que intento facilitar es el darme cuenta de lo que me está ocurriendo, sea lo que sea. Me propongo explorar mis experiencias, ver como se articulan en la interacción de pensamientos habituales, percepciones, interpretaciones, deseos y la multitud de voces que habitan mi interior. Intento no huir ni aferrarme a lo que me ocurre. Es cierto que, en muchas ocasiones, un efecto colateral de estas exploraciones es un estado de más calma, más claridad. Pero esto no quiere decir que mis dificultades se hayan resuelto. La meditación no es un refugio en el cual evadir la realidad en la que me encuentro y que me rodea. De ser así, no me serviría mucho más que cualquier otra manera de evadir. Observar lo que me pasa es un primer paso valioso, me aporta claridad, honestidad y una conexión profunda con las necesidades que motivan mis emociones. En la aceptación de mis emociones encuentro compasión, alivio y también la información que necesito para orientar mis acciones en el mundo. Esto me invita a mirar el mundo y lo que ocurre en él con claridad, precisión, cuestionando mis creencias y pensamientos además de los de otras personas. Particularmente cuestionando aquellas creencias que pretenden adormecer mi sentido crítico, que me invitan a aceptar las construcciones sociales que generan sufrimiento como si fueran fenómenos naturales inalterables. Meditar como privilegio A veces, encuentro propuestas que aparentemente ofrecen la meditación como una práctica que pueda ofrecer sanación y resolución en momentos de crisis. Hay algo en esto que me preocupa mucho. Especialmente ahora, en la situación de confinamiento, la práctica de la meditación me parece una propuesta que necesita ser acompañada de un marco de referencia solido y claro. La meditación como práctica requiere, inherentemente, de un cierto estado de tranquilidad para empezar. Aunque hay varias tradiciones que proponen practicar en lugares ruidosos y concurridos, para desarrollar la capacidad de mantener la mente centrada, la imagen más típica que tenemos es la de un monje o monja en un lugar natural de cierta belleza, en soledad. No viene a la mente la imagen de alguien en un barrio marginal, meditando en la calle, rodeado de miseria. Uno de los más grandes maestros de meditación fue el Buda, y era un príncipe. Es cierto que dejó su vida de lujo y privilegio para dedicarse a la búsqueda de un camino hacia la cesación del sufrimiento, pero me imagino que su infancia le había proporcionado unas bases sólidas desde las cuales salir al mundo. Nuestra sociedad está corroída por injusticia, desigualdad y pobreza inimaginable. Hay personas que no han conocido mucho más que precariedad, violencia y desamparo en su vida. Hay personas por la cuales el confinamiento está representando una verdadera tragedia. La idea de proponer la meditación como remedio a esta angustia me duele profundamente. Lo veo como un planteamiento que no tiene en consideración la profunda desigualdad desde la que estamos partiendo. Una mirada ciega a su propio privilegio. Lxs que nos estamos tomando el confinamiento como una especie de "retiro", revisando nuestra vida, dedicando tiempo a nuestro crecimiento y bienestar, lo hacemos, en la grande mayoría, porque tenemos ciertas necesidades básicas cubiertas. Estas necesidades se llegan a cubrir porque hemos tenido la suerte de pertenecer a una clase de personas a las que se otorga el derecho de acceder a ciertos recursos que se mantienen inaccesibles para otras. No quiero sentirme culpable. No he elegido nacer donde he nacido (por lo menos que recuerde), en muchos casos no he aprovechado de los beneficios que mi posición me ha ofrecido. Simplemente he ocupado mi lugar en el mundo. Y tal vez intento, desde ahí, ponerme al servicio de otras personas. Mi reflexión no pretende culpar, sino recordarnos algo que considero importante y del cual no me quiero olvidar. Lo que no quiero olvidar cuando medito No quiero olvidar que soy parte de una red de vida, una red que a veces es invisible y sin embargo tiene leyes inalterables, por mucho que mi intelecto quiera construir explicaciones y filosofías alrededor de ellas. No quiero olvidarme lo fácil que es reducir mi mundo a mis experiencias, mi entorno cercano y perder el contacto con otras realidades, proyectar mis interpretaciones y perspectivas en lugar de acercarme con interés y respeto a otras experiencias. No quiero olvidarme lo fácil que es utilizar la meditación o cualquier práctica de desarrollo personal, para aislarme del mundo y sus incomodidades, para preservar mi rinconcito de bienestar, para hacer más llevadero algo que necesita un cambio profundo y radical. Entonces meditar de por si, para mi, no es suficiente si no me ayuda a actuar de forma diferente para abordar las profundas heridas que están desangrando el mundo. La posibilidad de desarrollarme es, ahora como ahora, el privilegio que he recibido por mi pertenencia a una clase social completamente arbitraria y artificial. Un privilegio que quiero extender a todos los seres humanos, lo cual me insta a no darlo por sentado y no pensar que sea la solución adecuada para quien no comparte mis privilegios. Mis reflexiones siguen explorando las acciones que podrían ser coherentes con este deseo. Con el fin de no hacer de este artículo algo demasiado exigente para la capacidad de atención que tenemos en la era de la tecnología de la información, voy a seguir con ellas en otro artículo. Te agradezco mucho leer hasta aquí, espero que hayas encontrado en estas palabras algo de valor. Espero tener el honor de recibir tu atención en el siguiente artículo, lo publicaré en los próximos días así que puedes volver aquí para encontrarlo.
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“Mi corazón está conmovido por todo aquello que no puedo salvar, tengo que unir mi destino con los que reconstruyen el mundo" Adrienne Rich ¿Cómo lo estás llevando? La situación en la que estamos nos está retando de muchas maneras, a muchos niveles y no es fácil encontrar la manera de responder. Estoy viviendo estos días en parte como si fueran un sueño extraño al que poco a poco me voy acostumbrando. Mi mundo se reduce al tamaño de mi casa, mi rutina encuentra otros lugares donde amarrar las horas, mis pensamientos entran y salen de remolinos confusos. Intento seguir con el fluir de mi vida "como si nada", imaginándome volver a mis actividades una vez la cuarentena se haya levantado, como si al despertar de mi sueño el mundo me esperara tal y como lo dejé hace 2 semanas. Pero cada día se hace más presente en mi una voz que dice: "No te creas...". La palabra "limbo" nunca había tenido una razón más apta para aparecer un mi vida. En este limbo tengo la suerte de encontrar suficientes momentos de silencio para escuchar los procesos internos que intentan organizar y dar sentido a mi realidad. Ahí encuentro un ovillo de hilos en movimiento constante, intentando tejer una nueva red en la cual contener mis experiencias. Las prácticas de meditación, auto escucha, acompañamiento emocional que practico y comparto desde muchos años ahora se ven interpeladas como si este fuera su examen de final de carrera. La mente busca crear una realidad estable Esto es evidente. Los primeros días del confinamiento fueron un maratón de lecturas interminables sobre la situación. Gráficos, estadísticas, números, teorías, previsiones, proyecciones, análisis, conjeturas, conspiraciones, opiniones...todo se fue mezclando en un vórtice que muy pronto me llegó a saturar. Mi mente ha tirado la toalla y ha aceptado lo inaceptable: no tengo ni idea de lo que está ocurriendo. Las únicas palabras que echaba en falta, en mis investigaciones, eran palabras que nombraran de manera honesta y atrevida la evidencia de nuestra incertidumbre. De no saber, de estar trepando las paredes de nuestras creencias intentando crear lo más rápidamente posible una nuevo mapa que no fuera muy distinto de lo que ya teníamos. En cambio lo que me encontraba eran afirmaciones llenas de certezas, por todos lados, opiniones completamente formadas como si enfrentarse a una situación como esta fuera el equivalente a opinar sobre el vegetarianismo. Detenerse en la incertidumbre requiere de una fortaleza que, por la mayor parte, no estamos muy acostumbradxs a entrenar. Aparecen las dos actitudes automáticas de la mente: rechazar y aferrase. Rechazar lo que no encaja con nuestra versión preferida de la realidad, con nuestra teoría conspiratoria o orientación política. Aferrar la información que confirma lo que ya sabíamos. Y desde este lugar empieza una lucha más o menos beligerante con lo que no encaja. En mis excursiones en la prensa y redes sociales he visto más o menos lo de siempre: cada uno luchando por tener la razón y desacreditar lxs demás. Que la realidad pueda ser una mezcla desconcertante de cosas que pertenecen a todos los campos que tenemos bien organizados como "buenos" y "malos", es algo que no contemplamos muy a menudo. Que podamos recibir información y quedarnos un rato con las preguntas: "¿Podría ser? ¿Hay algo aquí que se puede rescatar? ¿Es cierto esto? ¿Qué fomenta en mi saber esto?" antes de reaccionar y sumarnos al carro, es algo que no parece ser la tendencia predominante. Los sesgos que actúan silenciosamente en nuestras mentes nos hacen creer que somos personas objetivas y razonables, informadas, criticas y con sentido común. No estaría mal observarnos más de cerca. Estoy hablando muy en general ¿Tú como lo ves, como vives este proceso de intentar entender la situación? ¿Si ralentizas el flujo de tus pensamientos y reacciones, no detectas un mecanismo que quiere a toda costa preservar algo de estabilidad y seguridad? Una cuestión de vida y de muerte Hace unos días que he entrado en la fase de huida, la segunda de las reacciones de un sistema nervioso bajo estrés. Hay personas cuya primera reacción es huir y buscar confort en su burbuja personal y otras, como yo, que primero intentamos luchar. Estar enganchada al ordenador y leer todos los artículos en la prensa mundial sobre el corona virus es una manera de luchar, de enfrentase, de mantener un sentido de "poder" sobre la situación. Al ver que esto me generaba más confusión y ruido he pasado a lo siguiente: entrar en mi burbuja e intentar hacerla lo más agradable posible. Me digo: "Tengo que cuidarme". Me quiero proteger de lo que percibo como la "histeria colectiva", la violencia que se está abriendo caminos en los rincones de nuestros barrios y balcones. Pero ni siquiera aquí me encuentro realmente a gusto. Tengo la sensación que este lugar no es mucho mejor que el otro, a largo plazo. Anhelo fortalecer la capacidad de mantenerme en un lugar de ecuanimidad, más allá de rechazar y aferrarme. Ayer tuve la gran suerte de recibir el artículo de uno de los pensadores que más admiro, Charles Eisenstein y ha sido un punto de inflexión en esta trayectoria. Dentro de las varias joyas que habían en el artículo, algo muy concreto me ha resonado. Esta situación de emergencia se desarrolla muy claramente alrededor del miedo fundamental, el miedo a la muerte. La muerte se ha presentado de un día para otro como invitada especial ahí donde no la estaban esperando, lejos de las pateras del Mediterráneo, de los campos de refugiados, de los países lejanos, los escenarios estipulados para su comparecencia. Se ha presentado de forma urgente en nuestro imaginario, recordándonos que en cualquier momento tendremos que dejarlo todo e ir. Hasta ahora habíamos podido reconfortarnos imaginando que la muerte era solo algo que le ocurría a otra gente. Somos la población menos preparada en el planeta para enfrentarnos con este asunto, nos pensábamos inmunes. Este choque, esta ruptura repentina de nuestra seguridad y rutina está solicitando, en mayor o menor medida, respuestas predecibles de nuestro sistema nervioso: el secuestro de nuestras facultades más cognitivas por parte de nuestras vísceras, nuestro instinto de supervivencia (léase saquear supermercados, atacar a las personas que salen a tomar aire, vigilar a lxs vecinxs etc.). Einsestein propone una pregunta muy conmovedora: "La pregunta relevante para mí es: ¿les pediría a todos los niños de la nación que renuncien a jugar durante una temporada, si esto reduciría el riesgo de muerte de mi madre, o la mía? O podría preguntar, ¿decretaría el final del abrazo humano y los apretones de manos, si eso salvaría mi propia vida? Esto no es para devaluar la vida de mi madre o la mía, las cuales son preciosas. Pero estas preguntas traen problemas profundos. ¿Cuál es la forma correcta de vivir? ¿Cuál es la forma correcta de morir?" No se trata de algo individual si no de un proceso que estamos viviendo de manera colectiva y las consecuencias de como lo transitamos también serán colectivas. ¿Hasta donde podemos mantener la calma frente a lo inevitable de morir? ¿Hasta donde estamos dispuestxs a ir para intentar retrasar la muerte? ¿Hasta donde el miedo nos puede convertir en vigilantes de nuestrxs vecinxs, en extremistas del control? ¿Cuantas de las necesidades básicas del ser humano como la conexión, la pertenencia, la celebración, la libertad, la espontaneidad y la intimidad estamos dispuestxs a sacrificar para ofrecernos más seguridad frente a algo completamente inevitable como la muerte? Interdependencia También esta situación nos invita a ver la realidad de nuestra interdependencia. El virus está mapeando las redes invisibles que nos unen a lo largo del planeta. Es una realidad que podemos observar con asombro o con terror. Y las respuestas que ofrecemos nos ponen directamente en contacto con la cuestión de como nuestras estrategias interactúan con las de lxs demás. ¿Cuantas conversaciones hemos tenido, con familiares y compañerxs de casa intentando construir una estrategia común para manejar la cuarentena, solo para enfrentarnos con el abismo que nos separa? Hasta ahora no tener estrategias comunes ha sido algo que hemos podido circunnavegar con la separación, cada unx en su casa, haciendo su vida, manteniendo nuestros caminos alejados o como mucho paralelos. Ahora toda la incapacidad de crear puentes entre realidades diferentes, la incapacidad de escucharnos, de rescatar lo que hay de valor en las posiciones ajenas, de colaborar poniendo nuestras visiones en común y no en oposición, toda nuestra individualidad santificada vuelve como un boomerang para quitarnos la alfombra debajo de los pies. ¿Cómo lidiamos con lxs vecinxs, lxs familiares, lxs que piensan diferente y por lo tanto actúan diferente? Lo más grande es nuestra percepción de una amenaza, sea el virus o el control del estado, lo más fuerte se dispararán las reacciones que son antitéticas a la escucha, la empatía, la reflexión y la creatividad. Mantenernos abiertxs frente al peligro y seguir relacionándonos desde la conexión es la prueba más exigente para nuestra sociedad. Tenemos mucho que aprender si queremos salir de esta sin que la violencia se apodere del miedo y lo utilice como combustible. Cuando me muera Todas estas reflexiones no son nada nuevas. Yo, como muchas personas, estaba en el medio de ellas desde años, desde la guerra del Golfo, la guerra de Irak, la aparición de los transgénicos, la aparición de los repetidores de ondas, los genocidios de innumerables poblaciones, desde la crisis del 2008, de la ola de refugiados...no puedo ni contar o recordar todas las crisis que he vivido, de manera directa o colateral, en mi vida. Lo único que ha cambiado es que ahora, en el espacio de 2 semanas, hemos entrado en un estado de urgencia global que nos ha catapultado en un estado de cohesión, voluntaria o forzada, sin precedentes. Me uno al lamento de las personas que, con rabia y frustración preguntan: "¿Y porqué hemos tardado tanto en actuar de forma colectiva cuando llevamos años hablando de cambio climático, de crisis energética, de refugiadxs?". La respuesta , me temo, es la misma que damos cuando nos preguntamos porqué no dejamos de fumar hasta que nos diagnostican un cáncer de pulmón ( y a veces ni entonces). Desde el artículo de Eiseinstein rescato esta parte también:"Le pregunté a un amigo, un médico que había pasado tiempo con los Q’ero en Perú, si los Q’ero intubarían (si pudieran) a alguien para prolongar su vida. "Por supuesto que no", dijo. "Convocarían al chamán para ayudarlo a morir bien". Morir bien (que no es necesariamente lo mismo que morir sin dolor) no es mucho en el vocabulario médico actual. No se mantienen registros hospitalarios sobre si los pacientes mueren bien. Eso no se consideraría un resultado positivo. En el mundo del yo separado, la muerte es la última catástrofe." Más allá de la lucha y huida hay el congelamiento, la in movilización, que es la última respuesta de nuestro sistema nervioso a una situación que nos supera. Me pregunto si tal vez puedo transformar esta respuesta en aceptación. Anhelo esto más allá de cualquier otra cosa. Cada día intento alimentar la confianza en que, cuando el día llegue, podré entregarme a mi destino con tranquilidad y presencia. Estoy convencida de que esta aceptación es lo que me va a permitir vivir plenamente mi vida, no en la sombra de la muerte, sino en la luz brillante de cada momento. Elegir mi melodía sin que el miedo a la muerte sea el director de la orquesta me permitiría seguir protegiendo la vida desde un lugar de apertura y de humildad. Un lugar de celebración hacia todo aquello que vale la pena vivir: los abrazos, la cercanía, la intimidad, la colectividad, el juego, la creatividad. Cuando me muera quiero entregar mi vida como devuelvo un libro a la biblioteca: contenta de haber leído el cuento, satisfecha, tranquila, lista para descansar. No quiero verme incapaz de soltar hasta el final, luchando para preservar algo que nunca ha sido esencialmente mio. Me pregunto, después de la cuarentena ¿En qué mundo queremos vivir? ¿Cuantas de las medidas de emergencia queremos que se queden en nuestras vidas? ¿Cómo queremos enfrentarnos, a nivel global, con el riesgo de otras pandemias? ¿Cuanta de la solidaridad que estamos teniendo hacia las personas vulnerables queremos que sea reabsorbida por nuestras rutinas de productividad? ¿Qué pasos podemos tomar, a nivel individual y colectivo, para que el miedo y el control no se instauren de forma permanente en nuestras sociedades? Y más que nada: ¿Tendremos la opción de elegir? En estos días de reflexión procuro ofrecerme momentos de apreciación sincera por mi cuerpo sano, mi casa acogedora y sencilla, las relaciones que me sostienen, la primavera que no está en cuarentena e irrumpe en mi jardín. Procuro empaparme de todo lo que es bello para vivirlo profundamente y desear que cuando me muera pueda hacerlo con dignidad y entrega. Puedes leer el artículo de Charles Eisenstein aquí, en Inglés Otro artículo que me ha parecido fundamental en mis reflexiones ha sido este, de Yuval Noah Harari , en Castellano Te invito a conectar conmigo compartiendo tus reflexiones aquí abajo. Deseo que estos tiempos te traigan fortaleza y mucha claridad. Tatiana Entrar en contacto con la vulnerabilidad es una experiencia que nos permite desarrollar la empatía, la compasión y nos facilita lidiar con emociones como la rabia, la culpa y la tristeza. ¿Qué espacio tiene la vulnerabilidad en tu vida? La cultura de la invulnerabilidad Los mensajes que nos llegan desde nuestro entorno cultural no son, por la mayor parte, muy propicio para un encuentro positivo con la vulnerabilidad. Una cultura que se basa en la idea de castigo y recompensa prepara el terreno para una relación difícil con este estado emocional. Ser vulnerable quiere decir ser débil, ser débil es algo que se merece menosprecio o, en el mejor de los casos, piedad. Ser vulnerable quiere decir ser un perdedor en este mundo que valora ganar y tener la razón. Nuestro imaginario colectivo está lleno de superhéroes completamente invulnerables, nuestra vida social y política está poblada por personajes que no quieren perder la cara, que luchan y se enfrentan a sus enemigos hasta el final, que adoptan posturas de dureza, desprecio, sarcasmo, distancia y frialdad para salir adelante intactos, sin daños. No se llora en frente de la gente, si nos escapa alguna lagrima pedimos perdón por la inconveniencia. O se llora de una manera manipuladora, para generar la reacción que deseamos en la otra persona, por no saber generarla de otra manera, más auténtica. Y aún así la vulnerabilidad es nuestro estado más natural y auténtico. "Amar es sinónimo con ser vulnerable. Ama cualquier cosa, y tu corazón seguramente se retorcerá y posiblemente se romperá. Si quieres asegurarte de mantenerlo intacto, no debes entregar tu corazón a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvelo cuidadosamente con pasatiempos y pequeños lujos; evita todos los enredos; encerrarlo en el ataúd de su egoísmo. Pero en ese ataúd, seguro, oscuro, inmóvil, sin aire, tu corazón cambiará. No se romperá; se volverá irrompible, impenetrable, irredimible ". ~ C.S. Lewis Ser mamíferos Aunque no lo tengamos muy presente, somos criaturas que comparten su fisiología con la especie de mamíferos. Esto nos proporcionas ciertas características que podemos ignorar solo a nuestra propia costa. Nacemos con un sistema nervioso predispuesto, a través de millones de años de adaptación, a la conexión y la pertenencia. Nuestras emociones aparecen, se manifiestan y se gestionan en un delicado proceso donde la relación con "el otro" es fundamental. Esta situación de dependencia, como bebés y niñxs, hacia lxs adultxs es nuestra primera experiencia de vulnerabilidad. Además, como seres vivos, tenemos una necesidad imperiosa de seguridad en un mundo que es inherentemente inestable y cambiante, cosa que también nos pone en contacto directo con la experiencia de vulnerabilidad. Toda nuestra fisiología está preparada para lidiar con esta experiencia a través de unos procesos delicados y complejos. Aprender a transitar las emociones Literalmente, nuestro sistema nervioso se configura en las primeras experiencias relacionales que tenemos y desde ahí aprende a vivir en este mundo. Todo lo que ocurre después, todo lo que construye nuestra personalidad y carácter, son las adaptaciones que hacemos frente a estas experiencias. Si son experiencias agradable, donde el aparecer de las emociones es tratado con cariño, tranquilidad y empatía, entonces aprendemos a vivir, enseñar y transitar nuestras emociones con confianza y seguridad. Nuestra tristeza nos enterneces y nos proporciona momentos de ternura y conexión; nuestra rabia nos ofrece energía y claridad para entrar en relación y establecer límites y acuerdos; nuestro miedo nos ayuda a parar y escuchar con profundidad lo que ocurre en nuestro interior y exterior; nuestro asco nos permite protegernos de aquello que no nos hace bien; nuestra tranquilidad nos permite descansar e integrar nuestras experiencias y nuestra ilusión nos proporciona la creatividad para aprender e interactuar con el mundo. Patrones de relación Muy a menudo lo que ocurre es que que hay interferencias importantes en estas primeras relaciones que suelen generar ciertas tendencias habituales. Por un lado, nos aislamos de lxs demás y construimos una independencia extrema, un alejamiento de todo aquello que trae emoción y por lo tanto vulnerabilidad. Generamos una tendencia a utilizar nuestro intelecto para lidiar con el mundo y no sentimos la confianza para apoyarnos en las personas cercanas para lidiar con nuestras dificultades. Por el otro, entramos en un estado de dependencia crónica donde nuestra capacidad de autonomía es muy poco desarrollada, nuestra atención siempre está en lxs demás, en su aprobación, en su malestar, en la posibilidad de abandono, en las estrategias para evitar que esto ocurra. Nuestras emociones nos desbordan y os sentimos la fortaleza interna para poderlas manejar. La mayor parte, vivimos en alguna combinación muy original y personal de estas dos tendencias. Vulnerabilidad y Victimismo La vulnerabilidad es el estado esencial del ser humano, un estado rico de sensibilidad, ternura, delicadeza y también de emoción. La vulnerabilidad nos permite sentir lo que sentimos con una mirada tierna y llena de apoyo, consciente de que esto que sentimos es una expresión de nuestra humanidad, de nuestra imperfección, de nuestro potencial de crecimiento. La vulnerabilidad no nos desconecta de nuestra confianza en nuestras capacidades, en nuestra resiliencia y aprendizaje, sino nos reconforta, para que podamos descansar en la intimidad de nuestro interior. También la vulnerabilidad no busca culpables, sino puede ver todo lo ocurrido con una mirada llena de espacio, consciente de que la condición humana implica también la ignorancia que genera sufrimiento. El victimismo es una de las adaptaciones a las que recurrimos cuando el apoyo de los demás no nos ha venido de forma fluida e incondicional. Si hemos tenido que ganar la atención de lxs demás, ponernos en un lugar de debilidad nos ofrece la posibilidad de recibir esta atención, de crear una situación donde tal vez no nos abandonarán, donde nuestra debilidad será el foco de la relación con las otras personas. Será una manera de protegernos del riesgo de hacer algo y que nos salga mal, de no enfrentarnos con aquello que percibimos como inmaduro e incapaz en nuestro ser. El victimismo tiene un sabor muy diferente a la vulnerabilidad, pero a veces no estamos acostumbradxs a diferenciar entre los dos, y en nuestro intento de aprender a desarrollar nuestra fortaleza y reducir la dependencia emocional que sentimos, nos prohibimos el acceso a ambas experiencias. De esta forma no encontramos aquel lugar tierno y espacioso en nuestro interior que nos puede ofrecer sosiego y reparación. Nos convertimos cada vez más en adultxs severos que miran a nuestras partes delicadas con algo de desconfianza, desprecio y dureza. El umbral es demasiado fino y no lo reconocemos, así que la vulnerabilidad se convierte en victimismo y nos deja atrapadxs en una percepción de desapoderamiento que nos limita y no nos permite crecer. Aprender a diferenciar entre estas dos experiencias en necesario si lo que queremos es construir relaciones sanas de inter-dependencia, empatía y apoyo, si queremos aprender a cuidar de nosotrxs mismxs con integridad y consciencia. "La única opción que tenemos a medida que maduramos es cómo habitamos nuestra vulnerabilidad, cómo nos volvemos más grandes y más valientes y más compasivos a través de nuestra intimidad con la desaparición, nuestra elección es habitar la vulnerabilidad como ciudadanos generosos de pérdida, de manera robusta y plena, o por el contrario, como avaros y quejumbrosos, renuentes y temerosos, siempre a las puertas de la existencia, pero nunca con valentía y por completo tratando de entrar, sin querer arriesgarse nunca, nunca caminando completamente por la puerta." Si te interesa profundizar en este tema y empezar a conocer tus patrones de relación, si quieres aprender a diferenciar entre vulnerabilidad y victimismo, te invito a explorar las sesiones de acompañamiento que ofrezco o cualquiera de las propuestas formativas disponibles. Puedes descubrirlo todo aquí
“Lo que sabe que tengo miedo no tiene miedo” “That who knows I am afraid is not afraid itself” Autor desconocido ¿Cual es tu reacción habitual cuando se despierta la rabia, la tristeza, el miedo, la ansiedad? Es muy frecuente estar en una de dos reacciones polarizadas: por un lado la emoción se apropia de nuestro ser y se expresa de manera incontrolada, por otro, reprimimos la emoción y no le permitimos expresarse. No es fácil estar en el medio y establecer una relación que promueve la integración de las emociones como una experiencia fundamental para una vida plena, libre y resolutiva.
Tomar consciencia quiere decir ralentizar El ingrediente fundamental para poder establecer esta relación es la posibilidad de tomar consciencia, percatarme de lo que me está ocurriendo y generar un espacio interno desde el cual explorar mi experiencia. Si falta este ingrediente todo ocurre por su cuenta e yo me convierto en una espectadora de mi vida, sujeta a los patrones establecidos por mis hábitos y automatismos. Observarme me permite generar un espacio entre la parte de mi que sabe lo que me ocurre, mi “testigo interno”, y la parte de mi que está en la experiencia de lo que ocurre, viviendola. En este espacio que se genera hay la semilla de lo que puede llegar a florecer como libertad, autonomía y coherencia. Hay 3 lugares internos que podemos observar: el cuerpo y sus sensaciones físicas, las emociones que acompañan estas sensaciones físicas y los pensamientos que enmarcan, explican, analizan y definen la experiencia. Tenemos muy poca práctica en conectar con el cuerpo y las emociones y por lo general, en lugar de observar los pensamientos, estamos perdidxs en ellos como hojas en los remolinos de un río. Observar quiere decir ralentizar, tomar tiempo, hacer espacio. Más importante aún quiere decir frenar el impulso de solucionar, explicar, analizar. Observar es una actitud llena de apertura, curiosidad, interés, ligereza y se expresa mejor en la pregunta "¿Cómo es esto?" en lugar de "¿Porqué es esto?". Observar nuestras reacciones Una reacción frecuente al aparecer de una emoción desagradable es la huida, la cual puede tomar muchas formas: racionalización, distracción, supresión o disociación. Todas estas respuestas nos alejan del cuerpo y de la experiencia presente para refugiarnos en el mundo de las ideas o de la acción. Son respuestas comprensibles para evitar la experiencia desagradable de sentir la emoción en su amplitud. A veces pensamos que si nos dejamos sentir una emoción nos vamos a hundir, o que tocaremos con una vulnerabilidad que tenemos que evitar a toda costa. Estas reacciones no suelen funcionar a largo plazo. Es como si un cartero estuviera picando a la puerta para entregarnos un mensaje muy importante, si no abrimos la puerta el cartero no se va a ir y seguirá picando. A veces las emociones que no hemos atendido se transforman en tensión crónica en los hombros, la mandíbula, se convierten en ansiedad y nos despiertan por la noche. Entonces podemos empezar a observar todas las maneras que tenemos de no estar presentes con nuestras emociones y, sin forzar nada, invitarnos a explorar como sería no huir. Una manera de no huir es poner nuestra atención en las sensaciones físicas. ¿Qué está ocurriendo en el cuerpo? ¿Qué impulsos parecen acompañar la emoción? ¿Hay energía o apatía, expansión o contracción, rigidez o caos? Si pudiéramos estar presentes solo con la experiencia física, sin entrar en toda la narrativa que la explíca y la interpreta, se abriría todo otro panorama de experiencia. Dialogar con la emoción Muchas veces el trabajo necesario para poder dialogar con las emociones se tiene que hacer antes de su llegada, no durante. Cuando la emoción ya está presente quiere decir que nuestro sistema nervioso está en una situación de “alerta”, cuando más intensa la emoción más en alerta estará, y más alerta para el sistema nervioso quiere decir menos posibilidades de actuar desde la libertad. El trabajo que podemos hacer para prepararnos pertenece al linaje de la meditación Budista y se conoce en occidente bajo el nombre de Mindfulness. Esta práctica fortalece aquellas capacidades que nos permiten permanecer conscientes aunque bajo el “estrés” de la emoción. Es una práctica que nos invita a entrar en una actitud abierta y curiosa hacia nuestro estado emocional, observando las sensaciones corporales y los pensamientos que acompañan la emoción. Cuando estamos en un estado de Mindfulness, las cosas empiezan a ralentizar, dándonos el tiempo de ver los detalles de nuestra experiencia que en el día día pasan desapercibidos. También nos ayuda a poner el intelecto al servicio de la emoción, saliendo de su hábito de analizar, explicar y resolver y entrando en un proceso de investigación donde el referente es el cuerpo y su sensación. Esta práctica constituye, desde mi punto de vista, la preparación preliminar para poder empezar a dialogar con la emoción. En este diálogo podemos abrirnos a recibir información desde nuestro organismo que no es necesariamente lógica, linear o agradable y sin embargo nos puede resultar sumamente significativa y necesaria para nuestro desarrollo. Es la información que viene desde las profundidades de nuestro ser y que muchas veces es inaccesible a la lógica y el raciocinio. Comparto unos pasos, en este proceso de diálogo, que puedan servir de “anclaje” para los momentos de tormenta emocional.
Compartir el proceso Aunque considero importante desarrollar fortalezas y competencias que nos ayuden a cuidarnos, también estoy convencida que nuestro sistema nervioso funciona mucho mejor en regular las emociones cuando estamos acompañadxs. Es muy fácil perderse y entrar en lugares muy enredados cuando intentamos explorar nuestras emociones en soledad. Tener a nuestro lado alguien capaz de ofrecernos un espacio seguro, libre de juicios, de consejos y de análisis para que podamos tener la tranquilidad necesaria para conectar con las emociones. Este acompañamiento es raro de encontrar y un gran regalo cuando tenemos la suerte de recibirlo. En mí artículo "No necesitas terapia, necesitas hablar con alguien que sepa escuchar" profundizo un poco más en esto, te invito a leerlo aquí. Si te interesa experimentar este tipo de acompañamiento te invito a reservar una sesión gratuita conmigo aquí. Deseo que este artículo te haya ofrecido algunas ideas y referencias útiles para tu camino, si te apetece conectar conmigo estaré encantada de leer tus comentarios. Empieza el año con más compasión hacia tus fracasos. Un camino para transformar las adicciones.1/12/2020 "No te preguntes '¿Porqués la adicción?' pregúntate '¿Qué me duele tanto?'" Gabor Mate ¿Miras tu móvil compulsivamente? ¿Acabas comiendo más de lo que quieres y cosas que no te hacen bien? O tal vez tu dificultad está en separarte del tabaco, del alcohol, de mirar porno? Es posible que estas fechas de comienzo de año te hayan incitado a decirte cosas como: "A partir de mañana lo voy a dejar, ya está, se acabó". Me encantaría saber como te está funcionando. Este año mi propósito ha sido no decirme ninguna de estas cosas, celebrar los regalos que el año pasado me trajo, mirar mis retos con respecto y honestidad y seguir adelante sin gran bombo. Un cambio de mirada Muchas veces, cuando queremos cambiar, ponemos la mirada en un lugar que no nos sirve a largo plazo. Focalizar nuestra atención en el comportamiento que queremos cambiar, monitorearlo, controlarlo y contabilizar todas las veces que no logramos nuestros propósitos, se puede convertir muy rápidamente en una espiral de culpabilidad y desesperación que nos lleva a tirar la toalla y resignarnos a vivir en la desconexión. Esta dinámica interna suele ocurrir cuando la parte de nosotrxs que quiere vernos crecer, desarrollar, aprender y florecer se desespera y se convierte en una autoridad severa que quiere cortar por lo sano el comportamiento dañino de otra parte de nosotrxs. Ahí es donde empiezan los juicios, las recriminaciones, las amenazas, las medidas extremas, los propósitos imposibles de alcanzar. Muy a menudo esto suele durar un tiempo, hasta que la otra parte se descontrola otra vez y acaba volviendo al comportamiento indeseado y el padre severo se convierte en un espectador que fluctúa entre la negación y la crítica. Esto nos lleva, en primera instancia, a reconocer que hay varias partes implicadas en este asunto, que "yo" no soy una entidad sólida y coherente, sino un mosaico de distintas partes que actúan con distintas estrategias y motivaciones. La relación entre estas partes es el elemento fundamental que nos permite cambiar. ¿Cómo se manifiesta la parte de ti que quiere dejar la adicción? ¿Cuales son sus estrategias? ¿Como se manifiesta la parte de ti que sigue con la adicción? ¿Cual es la relación entre ellas? Una mirada compasiva Vivimos en una cultura que a penas conoce la compasión. Lo cierto es que no nos ocurre mirar con compasión hacia quien lo está "haciendo mal". Los errores se corrigen con castigos: algunos de ellos muy sutiles como el juicio o el rechazo, y otros más severos. Los errores reincidentes necesitan medidas más radicales y menos compasión aún. Aunque a nivel racional consideres que ya te has alejado de este modelo de pensamiento, te invito a explorar en tu interior para ver si no queda algo de esta actitud en algún rincón olvidado. Utilizar la culpa como un método de coerción tiene, aparentemente, un sentido psicológico: sentirnos culpables nos proporciona una percepción de control, la posibilidad de poder actuar y cambiar. Para cumplir con este propósito, la culpa se tiene que tomar en dosis muy bajas, acompañada de un abundante vaso de agua. Lo que solemos hacer es tomarnos todas las pastillas en el paquete. Los efectos colaterales de la culpa son el bloqueo, la desesperación y la auto denigración. Muchas veces entonces, el comportamiento negativo se hace más frecuente o más intenso aún. Es como si, a través de este comportamiento, hubiera una voz interna que está diciendo:"¡Dejadme en paz! ¡No me entendéis para nada! ¡A la mierda con vuestro control y juicios!". ¿ A quién te recuerda esta voz? ¿Tal vez a un niño o adolescente enfadado? ¿A alguien oprimido? A mi sí, mucho. Nos da miedo mirar a este niño enfadado con compasión por dos motivos: uno, al mirarle, vamos a darnos cuenta de lo mucho que está sufriendo, dos, tenemos miedo que se descontrole aún más. ¿Cómo sería para ti tomarte el tiempo para ver esta/e niñx enfadadx dentro de tí? ¿De que dolor te hablaría? Algo que duele dentro "Antes de juzgar a alguien con una adicción destructiva, recuerda que no están intentando destruirse a si mismxs o a lxs demás, están intentando destruir algo que duele dentro" J.M Storm Conectar con el dolor de alguien, sea una parte interna de nosotrxs o una persona externa, no es fácil. Todo nuestro sistema nervioso está preparado para huir de aquello que es desagradable. Esto es, en realidad, lo que genera la adicción en primer lugar. Alguna experiencia dolorosa ha sido demasiado grande, profunda, desconcertante, y nos hemos quedado sin recursos, sin apoyo, con un vacío aterrador que necesita ser apaciguado con cualquier cosa. Soledad, Incomprensión, Separación, estos son, muchas veces, los nombres de aquellas experiencias dolorosas. Pero, la voz de la culpabilidad dice: "Qué tontería, esto no era para tanto. Ya deberías haberlo superado, ¿que clase de inútil eres? Hay gente que lo ha tenido mucho peor y no ha acabado como tú." Ya. Lo que nos olvidamos, o no sabemos, es lo que ocurre en el sistema nervioso humano cuando se encuentra con estas experiencias dolorosas, lo que llamamos trauma. Lo que nos olvidamos es que estas experiencias ocurrieron probablemente cuando éramos mucho más pequeñxs, desprotegidxs, sin recursos y con una sensibilidad muy diferente a la coraza que hemos desarrollado después. Hay una parte de nosotrxs que se ha quedado ahí, bloqueada. Hay una parte que todavía duele y se ha quedado sola en un rincón de nuestro ser, su único consuelo es la adicción. Vale la pena recordar que nadie, hoy en día, o tal vez nunca, ha vivido en un entorno que promueve la pertenencia, la empatía, el respeto, la ternura, la inclusión. Si miramos más allá de nuestras historias personales, vemos un mundo al borde del colapso, destrozado por la pobreza, la devastación medioambiental, la violencia. ¿De verdad pensamos que estar bien es una proposición realista en este mundo, para cualquier persona? ¿Qué impacto está teniendo sobre ti leer estas palabras? ¿Notas como se activan las distintas partes de ti, el padre severo y el niño dolido? ¿Notas algo en tu cuerpo que pide alivio? La ternura que sana
Para mí, el trabajo que trae sanación consiste en desarrollar una relación de empatía, respeto y colaboración entre esta parte severa y exigente, y la parte pequeña, dolida, sola. Esto conlleva tomarse el tiempo de realmente estar con ellas y aprender a transformar todos los juicios en expresiones de amor. Desde: “Eres una inútil” a: “Me gustaría ayudarte a aprender a ser más capaz de enfrentarte con tus retos", desde: "Eres débil y patética” a:”Veo tu dolor y me doy cuenta de lo grande que ha sido para ti. Lo siento. Me gustaría acompañarte para que no te sientas más sola.” Esto quiere decir reconstruir una relación que se ha basado hasta ahora en la desconfianza, el rechazo, la exigencia y la separación. Quiere decir aprender a cuidar de nosotrxs, de desarrollar más fortaleza y disponibilidad hacia el dolor, de abrirnos a las negociaciones internas con paciencia, sin forzar nada y sin abandonar. Quiere decir aprender a entrar en un contacto íntimo y honesto con todo lo que somos, con presencia y compasión. Poner límites no tiene por qué ser algo violento, ayudar a este niño a que encuentre otras maneras de apaciguar su dolor no tiene que ser algo que viene desde el desprecio. Deseo que este artículo haya podido aportarte algo nuevo, algo que te ayude a reorientar tus esfuerzos para el cambio y tu bienestar. Te deseo un año rico de ternura y diálogos amorosos con tu dolor. El sábado 28 de enero 2023 ofreceré un taller online titulado Transformar los hábitos. Si te interesa mira aquí. Para saber más sobre mi trabajo y lo que ofrezco te invito a mirar aquí "Educar" se hace en muchos sitios: el las escuelas, en las casas, en las calles, en los lugares de ocio y de trabajo. Educar quiere decir ofrecer experiencias de las cuales vamos a aprender quienes somos, que podemos hacer en este mundo y que podemos esperarnos de él. Todas las personas participamos en este proceso, a la vez, las madres, los padres y las personas que se dedican profesionalmente a la educación son, sin dudas, las que tienen más posibilidades de afectar este proceso fundamental para nuestra sociedad y cultura. Por esto me parece tan importante que se les ofrezcan los recursos necesarios para cumplir con esta labor.
¿Cuales son las experiencias que ofrecemos a lxs niñxs en nuestro cuidado? ¿Cuales son los valores que gobiernan la educación? ¿Qué aprendizaje queremos que ocurra a raíz de estas experiencias? ¿Tenemos herramientas que nos ayuden en este proceso? En este artículo quiero presentar algunas de las herramientas que han sido más valiosa en mi recorrido como maestra y educadora de niñxs y adultxs. UNA CULTURA DE DOMINACIÓN Los procesos educativos están enmarcado por la cultura ya existente, que ahonda sus raíces en los rincones más profundos de todos los seres humanos que pertenecen a ella. Transformar nuestra cultura quiere decir transformarnos, transformar aquellos rincones tan profundos que, a veces, no podemos ni ver. Educar no nos deja indiferentes, si realmente nos implicamos en un proceso vivo, donde se encuentra el impulso de trasmisión de lo existente y el impulso de transformación de lo nuevo, que nos viene, muchas veces. a través de lxs niñxs. La cultura que nos enmarca es una estructura diseñada para que ocurra una relación de dominación entre las personas que tienen poder y las personas que no lo tienen. Para que esta estructura se mantenga necesitamos toda una serie de construcciones como las ideas de "bien y mal", "castigo y recompensa", "obligación y culpa". Sin estas ideas no sería posible dominar. Sin estas ideas no habría violencia. La violencia no es lo mismo que la agresividad. La agresividad es una energía que surge de manera espontánea en todos los organismos que se ven amenazados y su función es protegerse. La violencia no protege sino ataca. PRÁCTICAS PARA UNA EDUCACIÓN NO-VIOLENTA Desafiar y cuestionar los pilares de la cultura de dominación nos invita a entrar en un proceso de auto descubrimiento y transformación como educadorxs. Nuestra curiosidad, honestidad y apertura son los vehículos de esta transformación. Necesitamos herramientas que nos faciliten el proceso de investigación y cuestionamiento de los conceptos fundamentales de la dominación. La Comunicación NoViolenta de Marshall Rosenberg nos ofrece un mapa excelente para empezar a sacar a la luz el tramado invisible de la cultura de la dominación, encontrando maneras de transformar el juicio en un camino poderoso de conexión con las necesidades vitales y, desde ahí, buscando maneras de poderlas satisfacer sin imponer la violencia. Estas herramientas nos permiten empezar un proceso de transformación que nos devuelve a nuestra naturaleza empática, colaborativa y solidaria. En el paradigma de la ínter-dependencia descubrimos la posibilidad de una cultura dirigida a cuidar todos los seres vivos. ¿Cómo cambiarían nuestros centros de educación si estuvieran enmarcados en una cultura de la ínter-dependencia? ¿Qué pasos son necesarios para que esta transformación se haga realidad? ¿Puedes imaginarte relaciones libres de castigos? ¿Confías en la posibilidad de resolver conflictos sin que hayan ganadorxs y perdedorxs? CUERPO, EMOCIONES, PENSAMIENTOS Separar el cuerpo desde las emociones y los procesos cognitivos es otra manera de ser violentxs y atacar la unidad primordial del organismo humano, donde todo funciona en unisono. Aprender a escuchar el lenguaje sutil del cuerpo, atender a las emociones, poner el intelecto al servicio de los procesos vitales y no al revés, es el camino hacia el respeto del individuo y de la comunidad, construyendo redes de confianza y colaboración basadas en el dialogo, la exploración y la creatividad. El Mindfulness es una práctica milenaria que pertenece a la tradición Budista. Nos invita a fortalecer nuestra capacidad de observar nuestros pensamientos, y todo lo que ocurre en nuestra experiencia incluyendo el cuerpo y las emociones. A través de esta observación podemos encontrar una relación más espaciosa, creativa y resiliente con los que nos ocurre y, por ende, aprender a relacionarnos con la experiencia de las demás personas con más tranquilidad y comprensión. El Focusing de Eugene Gendlin, un proceso que surge desde el ámbito de la psicoterapia humanista, nos ofrece una herramienta invaluable para acompañar los procesos emocionales de una manera respetuosa y creativa. Es un proceso de cuidado emocional que fortalece los vínculos entre las personas y proporcionas más claridad e integración entre cuerpo, mente e intelecto. RESPETAR EL ORGANISMO HUMANO Conocer el funcionamiento del organismo humano en sus 3 componentes, física, emocional y cognitiva es sumamente importante para poder guiar nuestras intervenciones educativas. Sin tener este conocimiento, muy a menudo, y con las mejores intenciones, acabamos utilizando estrategias que no respetan nuestra naturaleza humana y nos fuerzan a cumplir con mandatos que provienen más bien desde la cultura de la dominación. La Neuro Biología Interpersonal y la Teoría del Apego nos ofrecen información imprescindible para entender y respetar el organismo humano en su complejidad. El ser humano es relacional en su esencia, su bien estar se basa en relaciones de confianza, pertenencia, respeto, cuidado y colaboración. Sin esto nos encontramos inevitablemente en un estado de estrés que favorece la violencia como respuesta desviada del miedo y la inseguridad. Necesitamos entender nuestra fisiología para que nuestras estrategias educativas sean constructivas y creadoras de bien estar. Te animo a investigar por tu cuenta estas herramientas y descubrir como pueden enriquecer tu experiencia como madre/padre o educador/a. Si te interesa, puedes explorar mis formaciones, donde propongo un programa diseñado específicamente para introducir estas herramientas y adaptarlas al mundo de la educación. “Dios dio el lenguaje a los seres humanos para que se contarán cuentos” Anonimo Espero no pertenecer a la última generación que tuvo la experiencia de tener adultos que le contaban cuentos como parte natural de su infancia. Estas memorias todavía están guardadas como pequeños tesoros en mí ser. Lo interesante es que no son los cuentos en sí lo que recuerdo, sino la experiencia en su totalidad: la sensación de confort y seguridad, la conexión con la persona que me los contaba, el deleite en ver el cuento desplegarse en mi imaginación, la confianza de saber que todo acabaría bien al final. Y luego, también, como estos cuentos aparecían en mis juegos, mis dibujos, mis pensamientos. Puedo decir que algunos de los personajes de estos cuentos fueron mis primeras referencias como modelos de comportamiento. EL CUENTO CREA CULTURA "El Universo no está hecho de átomos, está hecho de cuentos" Eduardo Galeano En la historia de la evolución de la humanidad encontramos culturas milenarias que no tenían todavía la escritura. Incluso con la aparición de la escritura, la gran mayoría de la población no la utilizaba o ni siquiera la conocía hasta una época relativamente reciente. Esto quiere decir que la cultura, en el sentido de todo lo que da cohesión a un determinado grupo social, se transmitía a través de la palabra. En muchas culturas, las palabras eran consideradas mágicas, dotadas de un poder misterioso y digno de respeto. “Ser de palabra” significa ser fiel y consecuente con la realidad que las palabras han definido. Cuando el lenguaje se convierte en cuento, realmente podemos tocar su fuerza mágica y creadora. En las culturas ancestrales, como la de Irlanda, los bardos ocupaban un lugar de prestigio en la sociedad, precisamente porque ellos guardaban en su memoria, a través de los cuentos, la memoria colectiva: los sucesos, las leyes, pero también las leyendas y la mitología creadora. En su libro “En ausencia de lo sagrado”, Jerry Mander nos deja un testimonio muy interesante de la cultura oral de los Dene e Inuit del norte de Canadá. En sus entrevistas con algunos miembros de los clanes de estas tribus, que llegan a formar hasta 26 comunidades, escuchamos los recuerdos conmovedores de una época pasada: “Cuando era pequeña, nos contaban los mismos cuentos una y otra vez, y al final pedíamos que nos los contaran una vez más. Y cada uno contaba el cuento un poco diferente. Todas las abuelas y los abuelos estaban en ello. Los ancianos eran buenísimos al contar cuentos. Tenían una amplitud y nivel de lenguaje que mi generación ya no tiene. Tenían un arte muy refinado, proyectaban sus cuentos no sólo con la voz, sino con todo el cuerpo: así que cada vez que los escuchabas, escuchaba algo nuevo”. CONTAR UN CUENTO CREA VÍNCULO En este testimonio ya podemos empezar a entender por qué contar un cuento es totalmente distinto a leerlo. Cuando estamos implicados en el acto de contar, la calidad de nuestra presencia es determinante. Cuando contamos un cuento estamos despiertxs, nuestra atención está activamente desarrollando el cuento y a la vez está conectando con lxs oyentes. Sin un libro en medio, podemos fijarnos en las expresiones, las reaccione, incluso la respiración de todxs lxs participantes. Y consecuentemente responder a ellxs. Se genera un vínculo emocional que nos une y nos permite vivir estos momentos profundamente juntxs. Sin un libro en medio, nuestros cuerpos están libres y activos, nuestra intuición está conectada con el ahora, nuestra mente es ágil y puede responder a los estímulos presentes. El cuento se convierte en un ser vivo, que nos incluye y nos transforma, y a la vez es transformado por nosotras. Clarissa Pinkola Estés ha hecho un trabajo estupendo en su libro "Mujeres que corren con los lobos" en desvelar el poder increíblemente sanador del cuento, con sus arquetipos e imágenes que conectan de forma tan inmediata con las experiencias más profundas del ser humano, hablando más allá del intelecto. El lenguaje del cuento es el lenguaje de la infancia, de las partes tiernas y vulnerables del alma. Contar cuentos es un acto que genera cohesión a nivel emocional y cultural, y también favorece la integración de emociones, vivencias y conocimientos. El cuento, y la experiencia de escuchar/contar, actúan sobre las distintas partes de nuestro cerebro generando integración y bienestar. El cuento, por su naturaleza, no sólo estimula las partes del cerebro que decodifican las palabras, sino que también activa cualquiera de las partes que se activarían si estuviéramos experimentando los acontecimientos del cuento en la realidad, esto tiene un poder muy grande a la hora de sanar eventos que no han acabado de integrarse, como traumas y duelos. En nuestra cultura actual considero la recuperación del arte de crear y contar cuentos como un acto necesario de sanación y de afirmación de todo lo que es válido y poderoso en el ser humano. Una acción en favor de la sabiduría ancestral de nuestros antepasados y un límite al impulso de alienación por el cual muchos individuos, grandes y pequeños, sufren en nuestra sociedad. Te invito a escuchar este cuento que he creado para acompañar un proceso de transición, deseo que te traiga disfrute y te agradeceré mucho si quieres compartir tus impresiones conmigo! Tal vez te puede interesar este taller que ofreceré en Barcelona el 2 y 3 de Noviembre para despertar tu voz e imaginación
El Mindfulness es una práctica que ha cogido espectacular popularidad en los últimos años. Internet abunda con estudios y propuestas que ofrecen el Mindfulness casi como una panacea para todo los males. Es cierto que la práctica de esta disciplina ofrece una multitud de beneficios que van desde la reducción del estrés al aumento de la empatía, a la vez, hay ciertas consideraciones que val la pena tener un mente para ver el Mindfulness con más claridad. Una práctica des contextualizada Lo primero que me parece importante decir es que lo que aquí en occidente hemos bautizado Mindfulness (plenitud de la mente) pertenece a la milenaria tradición Budista, y que en esta tradición la práctica tiene el nombre de Vipassana (ver las cosas como realmente son), y se considera una práctica preliminar para lo que es el entrenamiento meditativo. Como a menudo ocurre, el pensamiento occidental ha fragmentado esta práctica y la ha des contextualizado, separandola de los valores y guías que la filosofía Budista ofrece para sostenerla. Muchas de las personas que investigan o proponen el Mindfulness en occidente no tienen una comprensión profunda del contexto desde el cual proviene y por lo tanto se centran en algunos aspectos y dejan de atrás otros, muy importantes. Utilizar el Mindfulness para reducir el estrés o aumentar la productividad puede ser una manera muy utilitaria de entrar en esta práctica, dejando de lado toda una seríe de preguntas sobre el contexto y sistema de creencias que ha generado el estrés, por ejemplo. Me preocupa que a veces el Mindfulness se pueda usar como una técnica para adaptarnos y hacernos más dóciles frente a situaciones que tal vez sería más salubre cuestionar e intentar cambiar. No todos los problemas se solucionan con el Mindfulness Aunque es beneficioso desarrollar una práctica que nos permita estabilizar la mente, aportando más clama y claridad, esto de por si no siempre puede llegar a ofrecernos caminos viables para transitar los retos de nuestras vidas. Quedarnos en una postura de observación puede reforzar patrones de inmovilidad y rendición que no ayudan a generar la energía necesaria para traer cambios y salir de la zona de confort. Muchas veces también, se genera una expectativa de que simplemente con practicar Minfulness se producirá un estado de calma y paz y que si esto no ocurre es porqué no estamos practicando correctamente. Esto contradice la esencia de la palabra Vipassana, ver las cosas como son, ya que las cosas a veces no son nada agradables. Practicar el Mindfulness desde esta mentalidad nos puede llevar a una especie de evasión o a una sensación de fracaso. El Mindfulness puede ser una herramienta muy valiosa para emprender un trabajo de auto investigación de mucha honestidad, que nos permita entrar en contacto directo con nuestras creencias, patrones y emociones. En este sentido la práctica nos puede ayudar a traer más consciencia para poder luego atender a lo que emerge. Mindfulness y trauma Otro punto muy importante y que muchas veces no se contempla en las clases de Mindfulness es el tema del trauma. Para las personas que han vivido experiencias traumáticas y que todavía no han podido integrarlas, entrar en un estado de introspección, prestar atención a la respiración y el cuerpo, puede llevarle a encontrarse otra vez con las sensaciones traumáticas. Esta situación requiere de un acompañamiento especial y una adaptación de las instrucciones para evitar que la persona se re traumatice. Pensar que simplemente manteniendo la atención en las sensaciones dejándolas pasar se puede lidiar con una experiencia de trauma, puede ser peligroso. Es importante entender como el trauma existe en el cuerpo, como se activa y como se puede desactivar, para que la práctica del Mindfulness no se convierta en un espacio amenazante. Si te interesa descubrir más sobre como utilizar la práctica del Mindfulness para traer más consciencia y transformación en tu vida y si quieres aprender los fundamentos de la neuro biología del trauma, te invito a participar en este webinario online que se realizara el 16, 23, 30 de Octubre de 19.30 a 21.30. ¿Quieres compartir tus experiencias o preguntas sobre la práctica del Mindfulness?
Te invito a utilizar el espacio de comentarios abajo. Gracias por leer y compartir este artículo, deseo que te haya resultado interesante. Te invito a escuchar estos audios sobre el Mindfulness ¿Te cuesta quedarte unos momentos sentadx en silencio, sin hacer nada? ¿Comes para placar tu ansiedad? ¿Tienes una sensación de inquietud permanente en el fondo del estómago? No estás solx.
Seguramente habrás notado que la mayor parte de las personas pasamos muchos momentos intentando ocuparnos con actividades que nos proporcionan algo de distracción y alivio, pero ¿de qué exactamente queremos distraernos? Un flujo constante de sensaciones y pensamientos que, en la mayor parte de los casos, nos hablan de un vacío, de un dolor, de una incertidumbre. Como un mensajero al que no abrimos la puerta, este flujo no deja de volver a llamar, nos despierta por la noche, nos aferra por las entrañas. A veces la idea de parar y quedarse en silencio nos da vértigo, como si tuviéramos miedo de ser engullidxs, aniquiladxs por aquel mensajero nebuloso. En algún lugar hemos escuchado que deberíamos enfrentarnos a nuestros miedos, a nuestras sombras pero, a menudo, no sabemos como hacerlo. El viaje al interior es el más complejo, incierto y oscuro. Emprenderlo a solas puede parecer increíblemente arrollador. Y por esto aplazamos el momento, tomamos otro trago de lo que sea, pasamos otra noche sin dormir. Tampoco tenemos muy claro que vamos a ganar si por fin nos atrevemos a estar en silencio, mirando el vacío. El poeta Rumi dijo: Somos el dolor y lo que cura el dolor, ambos. Somos la dulce agua fresca y el cuenco que la vierte. Estamos fuera de la nada, esparciendo estrellas como polvo. Estas palabras nos inspiran, pero también, si somos honestxs, nos dejan un poco indiferentes. "Ya, pero ¿ quien va a pagar el alquiler, quien me soluciona este conflicto que tengo con mi pareja, quien me asegura que voy a recuperar mi salud, quien sabe si los humanos sobrevivirán los próximos 50 años?". Hay ciertos abismos que no se solucionan con poesías. Necesitamos soluciones prácticas, si es posible baratas y sin demasiado esfuerzo, que ya vamos a tope. Hace tiempo que ya no creo en ninguna panacea. No me parece que haya dieta, ejercicio, filosofía, religión o ideología que pueda permanentemente blindar-nos de los efectos desconcertantes de estar vivxs. Las "21 reglas para vivir" tal vez funcionarán en algunos momentos, pero dudo que sirvan para todos. Mi experiencia y práctica personal me ha llevado a reconocer que no hay manera de huir de lo que se presenta desde las vísceras: el miedo, la incertidumbre, el dolor, la añoranza. Aún así, todavía hay algo en mi que lo intenta. Y cada día necesito volver a recordarme que tengo una cita con mis fantasmas. Y cada día intento recordarme que me trae este encuentro: sencillamente, más autenticidad. No parece algo que va a pagar el alquiler a fin de mes. Cuando me siento y me dejo sentir, es como un pequeño despertar, un pequeño alivio: no hay nada que hacer más allá de estar aquí sintiendo esto. Poco a poco aparecen cosas inesperadas, a veces lagrimas, a veces una ternura, a veces la realización de un enfado o una preocupación. Poco a poco aparece la sensación de estar entera, de estar viva. Poco a poco algo se mueve y se recoloca. Una nueva perspectiva se dibuja en la niebla, un nuevo sentir. Y en el tiempo esto suma a una sensación interna de saber quien soy, de conocerme profundamente y, milagrosamente, de querer este ser imperfecto que soy. Aprender a no huir de mi misma incluye saber cuando estoy huyendo. Incluye observar con curiosidad los múltiples procesos emocionales, cognitivos y físicos que participan en la huida. Incluye aprender a transformar el juicio y la critica en una conexión clara con lo que valoro y necesito en cada momento. Incluye aprender a dialogar con las distintas facetas de lo que considero "yo". Incluye, fundamentalmente, aprender a crecer en aquella adulta que es capaz de cuidar de mi con cariño y aceptación. Cerrar el círculo, sostener las heridas, encontrar algo de belleza en los retos y desafíos, abrir puertas y extender las manos hacia la vida. Las prácticas que me ayudan a no huir de mi misma se basan en la Comunicación NoViolenta, el Mindfulness y el trabajo corporal. A lo largo de los años las he ido tejiendo en lo que llamo Integración Relacional, un proceso de auto conocimiento y transformación profunda. Me alegra empezar un nuevo curso donde poder compartir estas herramientas y crear nuevos vínculos. Si quieres profundizar en el arte de conocerte, te invito a explorar estas propuestas de formación o tal vez concertar una sesión de acompañamiento individual online. Formación Anual en Integración Relacional, Barcelona Integración Relacional curso online Te deseo muchos momentos de conexión y autenticidad. Tal vez de apetece probar una de las meditaciones que propongo aquí. Me encantará recibir tus noticias! Siento el profundo deseo de vivir en un mundo donde relacionarnos desde la empatía y el respeto sea algo cotidiano. Desafortunadamente, estas cualidades brillan por su ausencia en nuestra cultura y, por lo tanto, nuestras relaciones sufren y nosotrxs también, ya que el ser humano es relacional por naturaleza y su bienestar depende de la calidad de sus relaciones. El sufrimiento que acompaño a diario en mi consulta surge principalmente desde la experiencia de no haber sido escuchadas, vistas, reconocidas, aceptadas, comprendidas y valoradas. Este sufrimiento, cuando se ha dado de forma reiterada en nuestras relaciones cercanas, deja cicatrices que marcan nuestras vidas, reduciendo nuestra capacidad de ser libres, auténticas, creativas. Si no hemos encontrado un acompañamiento empático y respetuoso en nuestra infancia, es muy probable que no hayamos aprendido a cuidar de nosotras mismas, dando lugar a aquello que llamamos baja autoestima, inseguridad, aislamiento, autocrítica, autoexigencia, adicción y un largo etcétera de hábitos que no hacen la vida muy agradable. Si no hemos sido escuchadas con empatía, tampoco sabemos como escucharnos cuando aparecen nuestras emociones más difíciles, nuestros pensamientos más desafiantes, nuestros anhelos más delicados, y muchas veces acabamos en conflicto con nuestro mundo interno. El proceso terapéutico puede ofrecer espacios seguros y protegidos donde explorar nuestras cicatrices, traer a la luz hábitos inconscientes que ya no nos sirven, ofrecer sanación, aprender nuevas habilidades y descubrir nuevos recursos. Sin duda todo esto puede ser increíblemente valioso, a la vez considero que las capacidades básicas de escucha, presencia y empatía nos ayudarían a encontrar estos espacios de sanación también fuera de la consulta terapéutica. Vivimos en un mundo donde se han profesionalizado muchas de las funciones que antes ocurrían en contextos más informales y comunitarios. Si esto ha traído más habilidad y conocimiento, también ha generado más dependencia y la sensación de "no ser capaz" de hacer algo que es, esencialmente, humano. Ponerse a disposición de otro ser humano para acompañarle en un momento difícil o transitar un conflicto, requiere de algunas competencias y conocimientos, es cierto, a la vez creo que nuestras sociedades serían más resilientes, pacíficas y armoniosas si estas habilidades fueran cultivadas más extensamente, ya que relacionarnos es inevitable y mucho de nuestro mal estar o bien estar depende de como nos relacionamos. Sencillamente, lo que todos seres humanos necesitamos es poder expresar y compartir nuestras experiencias. Necesitamos articular nuestras emociones, nuestros anhelos y nuestras inquietudes. Necesitamos saber 3 cosas: que importamos, que lo que nos pasa tiene sentido, que somos queridas. Algo que parece tan sencillo es, a la vez, tan difícil de encontrar. Encontrar una escucha libre de opinión, juicio, consejo y castigo es un regalo que pocas veces nos hacemos. Por supuesto, es mucho más difícil ofrecer este regalo cuando estamos implicadas en primera persona en el relato que escuchamos; sin embargo, estas capacidades se pueden desarrollar y cultivar para que aparezcan con más frecuencia en nuestras interacciones. Escuchar de esta manera quiere decir aparcar por un tiempo nuestras ideas y perspectivas para poder entrar en el mundo de la otra persona, no para juzgarlo, sino para entenderlo y, más importante aún, para que la otra persona tenga la posibilidad de entenderse a sí misma a través de nuestra escucha. Cuando escuchamos sin opinar, sin dar consejos, cuando escuchamos para poder devolver a quien nos habla su propio reflejo, estamos satisfaciendo una necesidad imperiosa del ser humano, la de ser visto, reconocido y aceptado. Aunque esto parezca sencillo, mi experiencia me ha enseñado que es algo que realmente necesita práctica. A menudo ni somos conscientes de que estamos emitiendo juicios, de que estamos dando consejos que no nos han pedido, de que estamos escuchando desde nuestra perspectiva. Necesitamos aprender a escuchar, a cuidar de este proceso, a tomar consciencia del enorme potencial que la escucha tiene de sanar o dañar nuestras relaciones. Expresarnos y escucharnos son los dos procesos que sostienen nuestras interacciones cotidianas; sin embargo, son las dos habilidades que menos cultivamos. Desde estas reflexiones y el deseo de ofrecer una experiencia de aprendizaje, nacen los Círculos de Solidaridad Emocional, un espacio para aprender juntas a escucharnos y crear comunidad. El 22 de diciembre 2023 a las 19.30 ofreceré un encuentro en zoom para presentar esta propuesta. Si quieres saber más, te invito a clicar en el botón de abajo. |
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