En el artículo anterior, nos planteamos algunas preguntas que nos pudieran ayudar a transitar conversaciones difíciles. En este artículo quiero profundizar un poco más en los recursos que nos pueden ayudar a afrontar el conflicto con más apertura y esperanza.
Transformar el miedo al conflicto En muchas ocasiones, el primer lugar donde podemos trabajar es nuestra propia actitud frente al conflicto. Frecuentemente, una de las cosas que nos dificulta tener un “buen” conflicto es el miedo que se dispara cuando algo no va bien. Si entramos en una conversación complicada con miedo, será muy difícil mantener una actitud abierta, curiosa, creativa y resolutiva. Saber que tenemos herramientas para transitar el conflicto de manera constructiva puede ayudar a suavizar este miedo. También ayuda recordar que el conflicto en sí no es una señal de que la relación no es sana o valiosa, ni es una señal de que la relación está en peligro. El conflicto es lo que ocurre cuando todavía no hemos encontrado una estrategia común, y es normal que haya momentos en los que no tenemos aún estrategias compartidas. Por lo tanto, podríamos mirar el conflicto como el proceso a través del cual podemos llegar a crear estrategias compartidas para el bienestar de todas las personas implicadas. No todos los conflictos se pueden resolver Dicho lo anterior, también es importante ser conscientes de que hay conflictos que pueden durar un buen tiempo, hasta que lleguemos a encontrar estas estrategias compartidas. Muchas veces esto depende de varios factores, como por ejemplo: el nivel de madurez y desarrollo de las personas implicadas, los traumas que tenemos todavía sin integrar, nuestras creencias y valores, los recursos que tenemos, el contexto en el que estamos, el nivel de desgaste de la relación, el valor que tiene la relación para cada persona, la disponibilidad que tenemos en hacer cambios y la relación de poder que enmarca el conflicto. Cuando varios de estos factores no están alineados, encontrar una solución se hace muy complejo, a veces incluso muy improbable. Digo esto porque creo que es importante reconocer que nuestros esfuerzos para resolver un conflicto no son el factor más determinante, y, por lo tanto, es valioso saber reconocer cuando las posibilidades de resolución son mínimas, para poder tomar decisiones adecuadas y no desgastarnos en un intento interminable de resolver la situación. Cuando hay disponibilidad hay más posibilidad En este artículo quiero abordar principalmente los conflictos que ocurren en un contexto donde el poder es equitativo (no hay nadie que tiene más poder que los demás) y donde hay una disposición sincera de resolver y encontrar acuerdos mutuamente beneficiosos. Parece increíble, pero incluso cuando se dan estas circunstancias, todavía puede ser desafiante transformar el conflicto en algo constructivo. Estar disponibles quiere decir principalmente:
Te invito a parar un momento y revisar algún conflicto que tienes por las manos para reflexionar sobre el nivel de disponibilidad que hay en ti y en las otras personas. Si no hay un nivel de disponibilidad medio/alto, es probable que el conflicto no se pueda resolver con la otra personas, sino que será una cuestión de preguntarte que quieres hacer con esta situación. Seguir insistiendo en una resolución cuando alguien no está disponible es muy desgastante y raras veces produce resultados. Poner ciertos límites, reducir la interacción, poner más distancia o incluso terminar una relación son todas opciones válidas en el caso de que no haya disponibilidad real para una resolución conjunta, dando por hecho que lo hemos intentado varias veces. Traer consciencia al conflicto Suponiendo que estamos en una situación donde hay disponibilidad, el siguiente aspecto al que nos sirve prestar atención es... ¡Prestar atención! Atravesar un conflicto y llegar al otro lado enteras es como pasar por tierras movedizas, no es algo que se pueda hacer en piloto automático. Tenemos que prestar atención. Prestar atención a lo que nos pasa y a lo que le pasa a la otra persona. El conflicto es, por excelencia, una situación en la cual nuestro sistema nervioso va a entrar en un estado de alerta, lo cual implica una alta probabilidad de reacciones viscerales como la lucha, la huida o el congelamiento. Es importante prestar atención y reconocer si estamos entrando en alguna de estas reacciones, de lo contrario, las probabilidades de mantenernos centradas, abiertas y disponibles se reducirán drásticamente. Por esta razón, es importante ralentizar los tiempos, dejar espacio para el silencio, la introspección y la elaboración de respuestas conscientes. Si empezamos a subir el tono de voz y acelerar las palabras, estas son indicaciones claras de que nuestro sistema nervioso ha entrado en un estado de lucha o huida. Si nos quedamos bloqueadas, sin saber lo que pensamos o lo que queremos decir, si queremos irnos o dejar de hablar, estas son señales de que estamos en huida o congelamiento. Podemos tomarnos estas señales como consignas para parar y volver a centrarnos. Recursos para centrarnos Es importante saber que sabemos qué hacer para no perder los papeles, esto nos da confianza y resiliencia. Los recursos se dividen principalmente en dos tipos: corporales y cognitivos. Los recursos corporales implican hacer algo con el cuerpo, los recursos cognitivos implican hacer algo con nuestros pensamientos e imaginación. Algunos recursos corporales podrían ser:
Por supuesto, hay más cosas que podemos hacer, dependiendo del contexto y la situación. Lo importante es recordar que el conflicto es un proceso que tiene un propósito concreto: encontrar estrategias para satisfacer las necesidades de las personas implicadas, de la mejor manera posible. Si el conflicto se convierte en otra cosa, mejor parar y retomarlo en otro momento. He creado un juego de cartas con recordatorios y preguntas que podemos tener a mano durante una conversación difícil, para mantenernos conscientes y no desviarnos hacia caminos poco constructivos. Si te gustaría recibirlas, puedes clicar en el botón de abajo. Por supuesto, te animo a compartir este artículo con todas las personas que crees podrían estar interesadas. También te animo a mirar mis propuestas de talleres y formaciones, si quieres profundizar en tus habilidades relacionales.
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Supongo que todas nos hemos encontrado en aquella conversación-ovillo, donde lo más se habla, lo más la cosa se complica. Las palabras toman diferentes significados y, en lugar de traer claridad, nos confunden y generan malentendidos. Empezamos a navegar en alta mar, las olas vienen demasiado rápidas y nos sobrepasan. Decimos cosas que no queremos decir, sacamos temas que no vienen a cuenta, entramos en el reproche y, si la cosa va muy mal, los insultos. Al final, nos encontramos agotadas, desanimadas, confundidas y no entendemos por qué es tan difícil tener una conversación constructiva.
Conversar es un arte Mantener una conversación cuando estamos cargadas de emoción, sea enfado, frustración, tristeza o miedo, es realmente un arte, una disciplina. Si no aprendemos a hacerlo poniéndole atención, intención y práctica, no nos va a salir de forma espontánea. Creo que esta es una de las ideas más contraproducentes que podamos tener, que conversar es algo innato que no necesita de práctica. Incluso cuando no estamos cargadas de emoción, una buena conversación necesita de una escucha activa, hacia fuera y hacia dentro, y de toda una serie de decisiones sobre como vamos a responder a cada interacción. Hay cosas que recoger, cosas que dejar ir, cosas que explorar, cosas que clarificar y cosas que simplemente necesitan ser recibidas y acogidas. Hay una serie de preguntas que creo nos pueden ayudar a navegar el tumultuoso mar de las conversaciones. ¿Estoy tranquila y disponible para esta conversación? Muchas veces, al no hacernos esta pregunta, entramos en una conversación cuando realmente no tenemos la disponibilidad para ella. Estamos removidas, cansadas, todavía enfadadas o no hemos tenido suficiente tiempo para procesar y aclararnos. En este caso, sería mejor posponer la conversación a otro momento, y mientras tanto hacer lo que podemos para prepararnos. El requisito fundamental para entrar en una conversación constructiva, creo que es el interés y la curiosidad. Si entramos en la conversación con las ideas demasiado firmes y rígidas, esto puede dificultar el diálogo y la creatividad. Aunque por supuesto está bien tener las ideas claras, si no estamos también dispuestas a que la conversación nos cambie un poco, tal vez nos podemos preguntar lo siguiente. ¿Qué me gustaría de esta conversación? Parece una pregunta un poco inútil, pero muchas veces entramos en conversación sin realmente saber "para que" y entonces luego nos vamos por las ramas y nos dejamos desviar por cualquier cosa que pueda aparecer. Saber qué es lo que nos gustaría nos ayuda a mantenernos centradas. Por ejemplo, en una conversación puedo tener el deseo o la necesidad de: expresar algo, clarificar algo, entender algo, averiguar algo, resolver algo, compartir algo, reparar algo o simplemente desahogarme. Cada una de estas cosas va a necesitar un enfoque distinto y es importante que lo tengamos presente. Si la respuesta a esta pregunta es que queremos demostrarle a la otra persona que se está equivocando, que nosotras tenemos la razón, si queremos forzar un cambio en la otra persona, si queremos que haga lo que nosotras queremos, es bastante probable que la conversación no acabará muy bien. Obviamente, aquí no me refiero a conversaciones que tienen que ver con situaciones de abuso o maltrato donde se tienen que poner unos límites claros. ¿Qué cosas estoy dando por hechas y podría averiguar? Una de las fuentes más abundantes de malentendidos en una conversación son las suposiciones e interpretaciones que no cuestionamos. Interpretar es inevitable y necesario, pero no todas las interpretaciones que hacemos serán acertadas, así que mantenernos atentas a este punto puede ayudar a salvar una conversación. Muchas veces, al dar por ciertas interpretaciones, construimos toda la conversación sobre unas bases muy poco fiables. Las cosas que más frecuentemente damos por hechas son: las intenciones detrás de una acción, las causas que han dado lugar a una acción, las consecuencias que tendrá una acción y el estado de ánimo de otra persona. Así que podemos empezar a crear la costumbre de hacer preguntas sobre estas cosas para averiguar si nuestras interpretaciones son fiables y hasta qué punto. ¿Estoy entendiendo lo que la otra persona me está comunicando? Otra muy buena pregunta que muy a menudo nos pasamos por alto. Muchas veces, aunque creamos que estamos entendiendo, si hacemos la prueba de preguntarle a la otra persona: “¿Me estás diciendo esto y esto y esto?", nos sorprenderá el número de veces que la respuesta será: “No” o “No exactamente” o "Sí, pero también esto que no has dicho”. Demasiadas veces pensamos que entendemos los demás, incluso más de lo que se entienden a sí mismos. Mantener una actitud humilde y abierta es muy útil para que se preserve la confianza y la honestidad. Igualmente, podemos hacernos la pregunta inversa. ¿Le está llegando a la otra persona lo que le quiero expresar? A veces, a pesar de nuestros mejores esfuerzos para comunicarnos de una manera clara, la otra persona no recibe lo que nos gustaría. Esto no necesariamente ocurre por qué no hay la intención de recibirlo (aunque esto sí que puede pasar si la relación está muy desgastada). A veces tenemos códigos distintos, asociamos ciertas palabras a cosas diferentes y tenemos experiencias previas distintas que nos hacen interpretar las cosas de maneras distintas. Así que si nos da la impresión que a la otra persona le está llegando algo diferente a lo que queremos que le llegue, podríamos decir algo como: “Espera, me da la impresión que te está llegando otra cosa a la que te quiero decir. Déjame ver si te lo puedo expresar de otra manera que sea más clara". Diría que estas son las preguntas preliminares que nos pueden ayudar a no perder completamente los papeles en una conversación. Aun así, por supuesto, no son una garantía de que todo acabará bien. En el próximo artículo, compartiré algunas preguntas más, para cuando las cosas se complican. Mientras tanto, te invito a poner en práctica estas preguntas en alguna conversación que tienes pendiente o que has tenido, pero no ha ido como te hubiera gustado. Si te surge alguna pregunta al respeto, te invito a compartirla en la sección de los comentarios. Por supuesto, si este artículo te ha parecido útil, te agradezco mucho que lo compartas con otras personas. Si quieres acceder al documento que he preparado con unas propuestas para practicar los conceptos de este artículo, puedes hacerlo clicando en el botón aquí abajo. Cuando alguien me pregunta sobre mi trabajo, me encuentro a menudo con la dificultad de explicar, en pocas palabras, en qué consiste. Muchas veces recurro a la respuesta: “soy terapeuta”, pero en realidad no creo que esto sea correcto, y ni siquiera me reconozco en esta etiqueta. Ser terapeuta implica de alguna manera que la persona con quien trabajo está enferma y mi intervención la sanará. No considero que esto sea el caso.
A veces me preguntan si soy coach y digo firmemente que no. Entonces, ¿qué hago? Cuando tengo un poco más de tiempo digo que “acompaño las personas en un proceso de autodescubrimiento y transformación”, algo que suena largo y bastante vago. Voy a intentar compartir mi experiencia, con la esperanza de que sirva para aclarar en qué consiste este camino de autodescubrimiento y transformación que propongo a través de la Integración Relacional. Acercarse - Cuando empiezo a trabajar con alguien, lo primero que intento hacer es acercarme a su mundo y conocerlo. Cada persona no solo tiene una serie de experiencias única que le han configurado, sino una manera muy personal de dar sentido a todas estas experiencias. Para poder acompañar, necesito entender y sentir de dónde viene la persona y a dónde quiere ir. No se trata de diagnosticar, opinar o aconsejar, se trata de humildemente acercarme a la experiencia de otro ser humano con la única intención de percibirla de la manera más precisa posible. Para ello, necesito que la persona me confirme en cada momento si lo que estoy entendiendo se corresponde a su experiencia. Ordenar - A menudo, durante este proceso, se produce una experiencia de orden y claridad. Son pocas las veces en las que tenemos la posibilidad de exponer los eventos que han sido significativos en nuestra vida y mirarlos con calma y atención, sin que nadie nos juzgue o nos intente dar consejos. A través de este proceso podemos empezar a ver las relaciones que hay entre nuestras experiencias y nuestras creencias, podemos identificar cuestiones profundas que subyacen a lo que está presente en nuestra vida actual. Hay algo muy precioso también en la experiencia de compartir la historia de nuestra vida y sentirnos vistas y acojidas. Esto nos permite empezar a dar valor a quienes somos, con todas nuestras limitaciones, miedos, equivocaciones, pero también con nuestros recursos y virtudes. Aquí es donde empieza a ocurrir el autodescubrimiento, no por qué de golpe aparezca algo que no sabíamos de nosotras, sino porque el hecho de ver las relaciones y cuestiones claves de nuestra vida nos permite percibirnos de una manera más profunda y fresca. Traer curiosidad - Muchas veces, cuando estamos muy implicadas en el fluir de la vida, nos cuesta tomar un paso atrás y mirar lo que ocurre con curiosidad. Solemos estar algo atrapadas en luchas internas, conflictos externos, contradicciones, dudas, emociones difíciles, bucles y confusión. Esto nos absorbe a tal punto que no podemos encontrar un lugar de calma desde donde observarnos con cierto cariño e interés. A la vez, esta actitud es necesaria si realmente queremos entendernos y transformar aquello que nos está dificultando vivir con más paz y satisfacción. Esta curiosidad es lo que intento aportar, ya que para mí es más fácil encontrarla, al no estar tan emocionalmente implicada. Qué curioso es que queramos avanzar en nuestra vida y a la vez nos encontremos estancadas, qué intrigante es que tengamos una voz critica que nos machaca constantemente, qué interesante que el mismo patrón de relación se reproduzca una y otra vez, que llamativo que algunas emociones se apoderen de nosotras de maneras tan abrumadoras. Cuando traemos curiosidad, nuestra vida deja de ser un problema que hay que resolver y se convierte en una obra de arte, única y apasionante, que podemos contemplar con intriga. Crear un laboratorio - A partir de todo esto, lo que hacemos en las sesiones es crear un laboratorio. Esto quiere decir un espacio seguro para la exploración. Un lugar donde no estamos para juzgar, sino para entender, para cuidar, para apoyar. En este laboratorio, colaboramos de una manera muy concreta: yo aporto mis conocimientos en el ámbito de la neurobiología, de la psicología, de la comunicación no violenta, de la filosofía budista, etc. y los comparto para que podamos tener un marco de referencia compartida para entender y leer lo que se manifiesta. La otra persona se encarga de proporcionar la información sobre su propia experiencia. Desde esta colaboración, nacen propuestas de exploración. Por ejemplo: “¿Qué ocurre en tu cuerpo cuando me hablas de esta experiencia?”, esta pregunta invita la persona a entrar en contacto directo con lo que le está ocurriendo, no con lo que piensa, sino con la experiencia sentida de su organismo. Aparecen sensaciones físicas, recuerdos, imágenes, emociones, aparecen partes de la psique que hablan cada una desde una perspectiva diferente, revelando anhelos, miedos, creencias, dificultades y también recursos. Hacer experimentos - Esta es la parte transformativa del proceso. Para los seres humanos, el aprendizaje solo se produce a través de experiencias vividas, no de conceptos adquiridos. Por esta razón, el foco del trabajo no es tanto en hablar sino en hacer. Cuando entramos en contacto con una emociones y en lugar de hablar de ella hablamos con ella, se está produciendo un encuentro real, una experiencia. Cuando prestamos atención al cuerpo, nos percatamos de mecanismos fisiológicos que subyacen nuestra experiencia: la tensión de los hombros que intenta frenar la expresión de la tristeza, el nudo en el estómago que nos impide conectar con el miedo, la sensación de vacío que nos invade cuando nos acercamos al dolor. Necesitamos hacer experimentos que nos permitan ver cuál es la manera más adecuada para acompañar el organismo a transitar todo esto. El organismo necesita aprender a gestionar sensaciones y emociones que hasta ahora ha intentado reprimir o que le han desbordado. La psique necesita aprender a cuidar de todas sus partes sin que haya víctimas y verdugos, dictadores y exiliados. En este proceso de aprendizaje no podemos solo hablar de lo que necesita ocurrir, sino hacerlo y ver empíricamente qué efecto tiene, si efectivamente nos ayuda a sentir más alivio, paz, coherencia y avance. Integrar - Poco a poco, a través de estos experimentos, se van generando nuevas capacidades, nuevas relaciones internas y nuevos patrones que están más alineados con los valores y deseos de la persona. Por supuesto, esto lleva tiempo y energía. Parte de este proceso es revisitar lugares desatendidos de nuestro ser, resignificarlos, aportar nuevos recursos, ofrecer empatía, presencia y amor incondicional. Mi presencia ofrece un contenedor para todo esto, pero el trabajo lo hace la persona, desde su propia voluntad de cuidar de sí misma. Así se produce una integración, lo cual también podría significar una aceptación amorosa de quienes somos y un compromiso con cuidar de nuestro proceso de desarrollo, no porque estamos rotas, sino porque la Vida nos invita a vivir con más autenticidad y plenitud. Lo que me apasiona de este trabajo es la posibilidad de que, al generar un espacio de seguridad donde aprender a atendernos, se desarrollen capacidades que luego irán en pro de todas las relaciones que tenemos: seremos más capaces de traer una escucha empática a quien nos rodea, de transitar el conflicto con respeto y cuidado, de aportar una presencia auténtica y amorosa a nuestro entorno. En esto consiste la dimensión social del acompañamiento, algo que me parece sumamente inspirador. No entiendo el desarrollo como un proceso individual, sino como algo que ocurre y pertenece a un contexto social, y que, por lo tanto, tendrá un efecto sobre él. Me apasiona pensar que un día mi trabajo será innecesario porque habremos construido un mundo de relaciones seguras y colaborativas que nos sostendrán y acompañarán en el tránsito por la Vida. Si te interesa esta propuesta, puedes solicitar una sesión de orientación gratuita o puedes estar atenta al espacio de formación en mi página, pronto abrirán las inscripciones para las formaciones anuales online y presencial en Barcelona. El título de este artículo hace una pregunta que te invito a considerar unos momentos. Hay capacidades, deseos, potenciales y cualidades tuyas que probablemente están siendo limitadas por la vergüenza crónica. También hay una serie de experiencias como la autoexigencia, la ansiedad, la falta de autoestima, la dificultad con tomar decisiones, el bloqueo y la depresión que, muchas veces, son el resultado de la vergüenza que se ha instalado en las profundidades de nuestra psique y de nuestro organismo. Vergüenza adaptativa y vergüenza crónica La vergüenza adaptativa es un proceso biológico que algunos de los mamíferos compartimos por una razón muy concreta, nos ayuda a generar cohesión social. Vemos este tipo de vergüenza en los perros y en los monos, que crean estructuras sociales, no tanto en los gatos, que tienden a tener vidas más bien independientes, incluso cuando están en grupo. La vergüenza adaptativa actúa como un freno para desactivar aquellos comportamientos que no encajan con el orden social del grupo y esto es necesario si se quiere mantener una estructura social cohesionada. En los animales este proceso no tiene muchas más consecuencias, el individuo que se sale de los parámetros establecidos experimenta esta sensación, se reubica, y vuelve a su funcionamiento en el grupo. En los humanos la situación es más compleja porque, a diferencia de los animales, hemos desarrollado dos cosas muy abstractas y elaboradas: el Yo y la cultura. Aun así, lo que realmente nos dificulta la experiencia de la vergüenza y la transforma en algo crónico y dañino, no son el Yo y la cultura en sí, sino ciertas maneras de interpretar estos fenómenos. Identificación y rigidez La cultura occidental se ha ido desarrollando a lo lago de los siglos en una dirección muy concreta, a diferencia de otras culturas: construyendo una percepción de separación (entre seres humanos y naturaleza, entre un ser humano y el otro, entre mente y cuerpo, entre arte y ciencia, etc.), una consecuente rigidez en mantener estas separaciones, lo cual lleva a la construcción de categorías mentales como "correcto/incorrecto", "bueno/malo", "mejor/peor" a través de las cuales vamos encasillando toda nuestra experiencia. A esto se suma la glorificación de la individualidad y del Yo, que genera una identificación muy fuerte de los individuos con sus propios pensamientos, emociones y acciones. Las consecuencias de todo esto en la experiencia de la vergüenza son bastante nefastas y aunque siguen teniendo una función social, el tipo de sociedad que la vergüenza crónica promueve es una basada en la dominación, la competitividad, la represión, la desigualdad y el autoritarismo. Repensar la vergüenza Aunque la vergüenza es una experiencia principalmente fisiológica, al ser criaturas tan altamente influenciadas por nuestra cultura, nos puede venir bien empezar a cuestionar las bases conceptuales de esta experiencia. Podríamos empezar con separar lo que somos de lo que hacemos, por ejemplo. Si actúo con rabia y acabo diciendo algo que puede ser dañino para otra persona, en lugar de pensar "soy mala persona", me sirve más pensar "no me gusta actuar de esta manera, quiero aprender a gestionar mi rabia de otra forma para no hacerle daño a las otras personas". Esto ya de entrada denota que me importan las demás personas, por lo tanto, tal vez, no soy tan mala persona. También, esta manera de pensar me invita a entrar en un proceso de aprendizaje y transformación, en lugar de atraparme en una percepción rígida sobre quien soy. Sanar la ruptura La vergüenza crónica es el resultado de una ruptura que se generó a lo largo de nuestra infancia y adolescencia cuando nuestro entorno social, en lugar de ayudarnos a reconducir nuestro comportamiento, nos atacó directamente en el centro de nuestra esencia, etiquetándonos de mil maneras y, muchas veces, retirando el afecto como forma de castigo. Esta ruptura se manifiesta con una voz crítica interna que no nos deja en paz, con inseguridades, miedos, ansiedad y con la sensación de que "algo está mal conmigo". Esto hace que nuestra experiencia social sea marcada por muchas dificultades y mecanismos protectivos y defensivos. Nuestra espontaneidad, creatividad, apertura y confianza son también víctimas de la vergüenza crónica, que las sustituye por hipervigilancia, crítica, rigidez, culpa, orgullo y tensión. Si podemos ver que, detrás de todo esto, hay alguna parte de nosotras que ha sido dañada por una mala gestión de los mecanismos sociales de nuestra cultura, tal vez nos resulte más fácil empezar a recuperar la confianza en nuestra integridad como personas, aunque queramos cambiar algunos de nuestros patrones de comportamiento. Para ello, necesitamos traer algo de comprensión, compasión, cariño y aceptación en nuestra manera de relacionarnos con nosotras mismas y convertirnos en buenas aliadas de nuestro proceso de aprendizaje y desarrollo en lugar de ser nuestras peores enemigas. Si te ha gustado este artículo, te invito a suscribirte a mi boletín mensual donde encontrarás meditaciones guiadas e información sobre mis cursos y formaciones. También te agradezco compartirlo con otras personas, ya que he decidido retirarme de las redes sociales comerciales. Es una manera muy sencilla de apoyar mi trabajo y te lo agradezco de corazón. ¡Gracias! En el camino del desarrollo personal, podemos encontrarnos con algunas ideas como la de que "no vamos a tener una relación satisfactoria hasta que no hemos sanado la niña interior". De pronto esto se puede convertir en un enigma, una misión, como podría ser encontrar el santo Graal. O en un hechizo que tenemos que romper. Entonces nos volcamos en la búsqueda de esta niña, y nos preguntamos cómo hacer para sanarla. Yo he pasado muchos años vagabundeando por los senderos impenetrables de mi psique, y a momentos he tirado la toalla, sintiéndome completamente incapaz de encontrar, y mucho menos sanar, esta mitológica parte de mi ser. Si te apetece leer, te cuento lo que he aprendido por el camino. No existe una niña interior Parece obvio, pero no hay una niña escondida en algún rincón oscuro de nuestro interior. Lo que hay son mecanismos de protección que se han desarrollado frente al dolor reiterado que hemos vivido cuando éramos niñas, y por ende, vulnerables. El dolor de no ser entendidas o de no entender, de no ser aceptadas, valoradas, de no ser bienvenidas, escuchadas, apoyadas, de no ser perdonadas, de no pertenecer o encajar, incluso a veces, el dolor de ser agredidas. Los recuerdos de estas experiencias se quedan grabados en el cuerpo y, con el tiempo, nos acostumbramos a protegernos de ellos, o bien con agresividad, luchando y controlando, o bien con pasividad, bloqueándonos o desconectando. Con los años tal vez nos olvidamos de donde viene todo esto o, si lo recordamos, ya no nos parece para tanto. Ya deberíamos haberlo superado. Pero algo se activa, en los momentos menos oportunos, y nos trae emociones de tristeza inconsolable, enfado, ansiedad o apatía que parecen venir desde un lugar profundo e impenetrable. Tal vez, podemos empezar a mirar todo esto con cierta compasión, sabiendo que detrás hay mucha vulnerabilidad. La vulnerabilidad es nuestra fortaleza Cuando podemos ver esta vulnerabilidad con ternura, sin juzgarla, castigarla, ridiculizarla, ignorarla o ahogarnos en ella, empezamos a aprender a sostenerla. Nos quedamos con ella sin tener que inmediatamente entrar en una reacción automática de protección. La escuchamos, recordamos que nos habla de heridas antiguas, tenemos paciencia con su manera de entrar en escenarios catastróficos y absolutistas. La acompañamos y le damos lo que no pudo tener en el pasado: cariño, comprensión, apoyo, tiempo y espacio. Cuando aprendemos a hacer esto, y dejamos de culpar las demás personas por nuestra incomodidad, algo cambia en nuestras relaciones. En lugar de estar a la defensiva, podemos entrar en intimidad, con nosotras mismas y las demás, podemos abrirnos a la empatía y al cuidado. Cuando las demás personas no sienten exigencia por nuestra parte, es más fácil que quieran atendernos. También, empezamos a ser más hábiles en reconocer las personas que quieren y pueden tener este tipo de relación con nosotras, y las que no. Nos hacemos menos dependientes de las demás y aprendemos a recibir con agradecimiento y a sostenernos a nosotras mismas cuando esto no se da. Disminuye el resentimiento, aumenta la ternura y la compasión. El mito de la recompensa Lo que me parece preocupante de estas ideas sobre la sanación de la niña interior como un prerrequisito para tener relaciones satisfactorias de cuidado y respeto, es que se basan todavía en el principio de castigo y recompensa. "Si no hemos encontrado una relación amable es porque no hemos sanado la niña interior”. «Cuando habremos sanado la niña interior, entonces encontraremos la buena relación». La idea de que tenemos que hacer algo, cambiar algo, para ser merecedoras de amor es, probablemente, como empezó todo el problema, así que me parece importante no alimentar esta creencia. Si no hemos encontrado una relación satisfactoria, tal vez sea porque, en esta sociedad tan traumatizada que tenemos, son pocas las personas que han hecho el trabajo necesario para ser buenas compañeras de viaje. O tal vez sea por mala suerte. Probablemente, el hecho de que nosotras también tengamos asuntos pendientes será un factor, pero no necesariamente el más determinante. Me gustaría proponer que la motivación para sanar estas partes dolidas y vulnerables, sea el cariño que le tenemos y no la recompensa que, supuestas¡mente, recibiremos por cuidarlas. Nuestra luz y nuestra sombra Aunque estas partes de nosotras nos ponen en contacto con experiencias dolorosas, también son ellas mismas las que nos permiten sentir alegría, espontaneidad, curiosidad, apertura y resiliencia. Si todavía nos apetece bailar o jugar, si nos emocionamos con una peli o un atardecer, es porque esta parte inocente y sensible todavía está viva. Reconocerla y celebrarla, hacerle espacio y compartirla con otras personas es, también, una manera de sanar la niña interior, recordándole que es preciosa y necesaria. Maternaje Fundamentalmente, lo que estamos aprendiendo es a convertirnos en buenas madres para nuestras niñas interiores. Una buena mamá escucha, intenta entender, ofrece apoyo y también pone límites cuando hace falta, con amor. En otras palabras, estamos aprendiendo a ser adultas, maduras y enteras. Te agradezco compartir este artículo si lo has encontrado útil. En mi página encontrarás más recursos para tu desarrollo y crecimiento. ¿Recuerdas cuando eras niña y tenías una pelea con alguien? ¿Y como los adultos tenían la costumbre de intervenir con la frase "¡Pídele perdón!"?
Tal vez no te pasó a tí, pero seguro que lo has visto, ya que es una práctica muy común en nuestra sociedad. Muy común y muy nefasta. Así enseñamos a lxs niñxs como reducir a algo superficial y vacío uno de los procesos relacionales más complejos que tenemos los seres humanos. ¿Qué quiere decir perdonar? El perdón es un tema que sale muy a menudo dentro de un proceso terapéutico. Normalmente en relación a los padres o alguna persona significativa para nuestro desarrollo y seguridad emocional. Sin embargo, parece que hay cierta confusión incluso en definir el significado de esta palabra. Tal vez sea porque utilizamos un sustantivo para algo que, en realidad, es un verbo. No creo que exista el perdón como un hecho en sí, más bien hay un proceso relacional que tiene que ver con la reparación y la aceptación. "Perdón" es una palabra que se queda muy corta. No recoge la variedad de matices y etapas en el proceso que puede resultar en la reparación de una ruptura o, por lo menos, en la aceptación de que la ruptura ocurrió. Me imagino que la mayor parte de personas tenemos una idea de que el perdón tiene que ver con aquel estado en el cual lo que pasó ya no nos remueve tanto, y podemos seguir con nuestra vida sin sentirnos agobiadxs. A veces incluimos en esta definición la reparación de la relación en la cual ocurrió el daño, imaginando poder seguir con ella de una manera armoniosa. El perdón es un proceso relacional Muchas veces tenemos la idea de que el perdón es algo que una persona otorga a la otra, una especie de sentencia positiva, como si una persona fuera jueza y absolviera a la otra de la condena. Esta idea es el fruto de nuestra cultura tan obsesionada con la culpa, el castigo y el juicio. Así que inevitablemente lo de "pedir perdón" nos coloca en un lugar de inferioridad, admitiendo nuestra culpa y aceptando nuestra condena. También a veces pensamos que la persona que otorga el perdón llega a este estado por su propia cuenta, independientemente de la/s otra/s personas implicadas. Esto también es fruto de nuestra cultura individualista y fragmentada, que ha perdido casi todo sentido de lo que es la interdependencia. Desde la perspectiva de la interdependencia, el perdón es un proceso que implica todas las personas, y en el que cada cual participa, así afectando el resultado del mismo. Entender las rupturas Si miramos las cosas desde otra perspectiva, una perspectiva relacional, donde el vínculo ocupa un lugar central, podemos descubrir otros significados. Es inevitable que en algún momento haya algún tipo de ruptura en una relación entre seres humanos. Esto se debe a la complejidad de nuestras interacciones que incluyen una componente cultural e interpretativa muy grande. La mayor parte del tiempo las rupturas ocurren porque percibimos el mundo, y nosotras en ello, de formas tan distintas que a veces resulta casi imposible tener una realidad compartida. Incluso cuando no hay mala intención, la ruptura puede ocurrir simplemente por no compartir los mismos valores y referencias culturales. Luego entran en juego nuestras emociones, y nuestra capacidad de acompañarlas. Más allá de todo esto, la ruptura ocurre dentro del contexto del vínculo que sostiene la relación, y esto es un factor determinante. Dependiendo de la fuerza, intensidad e historial de este vínculo, la ruptura se manifestará de una manera u otra. Las expectativas que cada persona tiene en relación al vínculo marcarán la manera de entender lo que ocurre. Reparar en lugar de perdonar Me gusta enfocar la mirada en la reparación más que en el perdón. La reparación nos invita a entrar en una actitud proactiva, creativa y empática. El perdón, en cambio, nos lleva a un lugar más estéril, marcado por una falta de equivalencia entre quien supuestamente otorga el perdón y quien lo pide y lo recibe. Es un lugar más pasivo, no invita a la colaboración, se parece más a presentar una solicitud al ayuntamiento y esperar la respuesta. Si queremos reparar, necesitamos arremangarnos y hacernos preguntas.
"Quiero que sepas que me ha dolido" Una componente fundamental para este proceso de reparación es el reconocimiento del dolor. Lo que normalmente nos impide "perdonar" es el hecho de no haber recibido este reconocimiento. Incluso cuando alguien nos "pide perdón", esto no necesariamente satisface la necesidad de saber que la otra persona se ha dado cuenta de nuestra experiencia en todas sus facetas; de la intensidad de nuestro dolor, de lo que esperábamos, de lo que hubiéramos necesitado. Todo esto solo se revela en un proceso donde aparece la vulnerabilidad y desaparece el "tener la razón". Así puede nacer el pesar, que no es lo mismo que la culpa. El pesar es lo que nos invita a considerar que nuestras acciones pueden haber tenido un efecto doloroso, y este mismo pesar nos anima a reparar. También en esta vulnerabilidad compartida, la persona que ha experimentado dolor puede llegar a ver las circunstancias que llevaron la otra persona a actuar, y desde ahí puede nacer la comprensión y la empatía. La reparación no incluye seguir con la relación Cuando no estamos disponibles para este tipo de proceso, es difícil que se pueda dar "el perdón". El proceso de perdonar, como hemos dicho, es relacional, se sostiene en la voluntad y capacidad de todas partes implicadas de reparar lo que ha ocurrido. Lo más difícil es llegar a este estado cuando el daño ha ocurrido por parte de instituciones o desconocidxs con lxs que no podemos dialogar, o con personas cercanas que no están abiertas a este tipo de diálogo. Entonces nos quedamos con nuestro dolor a solas, intentando gestionarlo de la mejor manera posible. Estas son las típicas situaciones donde aparecen los pensamientos en bucle, donde revisitamos la misma situación una y otra vez, intentando darle un sentido y una resolución que realmente sería mucho más rico hacer en compañía de las otras personas implicadas. Podemos llegar a una cierta paz con lo ocurrido, especialmente con la ayuda del tiempo, pero no habrá una reparación. Sin esto, la relación no puede crecer y entrar en un nivel más profundo de intimidad y conexión. Entonces podemos "perdonar" pero esto no implica que queramos seguir con la relación, ya que tal vez la confianza y la seguridad se han perdido. El proceso de perdonar, entonces, es complejo y requiere de distintos momentos. Necesitamos poder entrar en contacto con nuestra experiencia, sentir nuestras emociones, reconocer nuestras heridas y limitaciones, y luego necesitamos abrirnos a recibir la experiencia de la otra personas. Es un baile que probablemente se tiene que repetir varias veces para poder llegar a todas las capas que necesitan ser entendidas y reparadas. ¿Te resuena esta manera de entender el perdón y las relaciones? ¿Te gustaría aprender herramientas para cuidar de ti y tus relaciones? Te invito a curiosear por mí página donde encontrarás información sobre mi libro "Integración Relacional: un proceso de transformación individual y colectiva", mis formaciones y acompañamiento individual. Nos hemos acostumbrado a vivir en un entorno cultural que nos propone métodos y pautas para aprender a relajarnos, sin tal vez tener en cuenta que la relajación es algo completamente innato al organismo, algo que no debería necesitar ser aprendido. Pensar que tenemos que aprender a relajarnos puede reforzar la idea que el estado natural del organismo sea uno de no relajación y que la relajación sea algo ajeno que se tiene que aprender como ir en bicicleta. Pero esto normaliza el estado de no relajación, que es, en mi opinión, parte del problema en el que nos encontramos hoy en día.
La relajación es nuestra esencia Si piensas en un grupo de chimpancés ¿qué imagen te viene a la mente? O, si piensas en un grupo de personas pertenecientes a una comunidad indigena, todavía vinculados con su tierra y sus costumbres ¿cómo te las imaginas? Incluso si pienso en mis abuelos, que no tuvieron una vida muy fácil, los recuerdo, y los imagino de jóvenes, pasando los ratos que podían charlando con sus familiares o amigos, jugando a cartas, paseando o leyendo. Relajación no quiere necesariamente decir falta de actividad, es más bien el estado desde el cual entramos en acción. Los organismos vivos tienen ciertas características en común: quieren reproducirse de alguna manera e interactúan con sus entornos para obtener los recursos que les permitan mantenerse en vida hasta llegar, por lo menos, al punto de reproducirse. Para poder alcanzar estos objetivos, un organismo necesita estar en un estado de relativo equilibrio, o homeostasis, donde todas las funciones vitales puedan ocurrir sin demasiada interferencia. Podríamos llamar este estado de homeostasis relajación o paz. El organismo humano también busca naturalmente este equilibrio, en un diálogo constante con su entorno. un diálogo cuyo lenguaje son las impresiones sensoriales externas e internas. Cuando el entorno nos ofrece estímulos e información que transmite un mensaje de paz y seguridad, el organismo naturalmente se orienta hacia la relajación. Si has tenido la oportunidad de observar un bebé o niña pequeña, entre 0 y 3 años, tal vez te habrás percatado del exquisito estado de relajación de su cuerpo, aunque en el medio de la actividad. La musculatura permanece blanda, haciendo el esfuerzo mínimo necesario para realizar las acciones elegidas, la cara se mantiene abierta y suave, los ojos atentos y curiosos, las emociones frescas y móviles. Esto es, por supuesto, si el entorno propicia suficiente paz y seguridad. Interferencias en nuestra esencia ¿Cuándo fue la primera vez que fuiste consciente de estar en un estado de estrés? Para algunas personas, desafortunadamente, esta experiencia vino muy pronto, tal vez incluso al nacer. Transitar un estado de estrés no es, de por si, algo negativo, siempre y cuando el organismo tenga suficiente tiempo y oportunidades para recuperarse después. Esta recuperación incluye todos los aspectos del ser humano: cognitivo, emocional y corporal. Si el entorno no favorece esta recuperación, porqué los estímulos estresantes permanecen, porqué no hay suficiente tiempo o porque no hay un acompañamiento cariñoso y empático, el organismo poco a poco va perdiendo su capacidad de orientarse hacia la relajación y empieza a generar estrategias adaptativas a la situación de estrés permanente. Estas estrategias buscan alivio y descanso pero de una manera poco congenial para el organismo, por ejemplo: utilizando sustancias como el tabaco, la comida, el café, el azúcar, las sustancias psicotrópicas; o a través de comportamientos como la búsqueda del riesgo, de la sobreestimulación, el colapso, la desconexión. Es importante que podamos ver tods estas estrategias como un intento desesperado de nuestro organismo de buscar algo que ya no sabe como encontrar. La cultura del esfuerzo En los últimos 100 años, o más, un tema general de nuestra sociedad ha sido el desarrollo de la tecnología para supuestamente liberarnos del trabajo manual, lo cual nos daría más tiempo para disfrutar y relajarnos. ¿Qué te parece el experimento, ha sido exitoso? Es paradójico, desde mi punto de vista, escuchar que una de las quejas más frecuentes en las personas que viven en las sociedades "desarrolladas" es la de no tener tiempo. Los niveles de estrés, ansiedad y depresión parecen estar a niveles sin precedentes, entre muchas otras dolencias. Nuestra sociedad promete grandes recompensas a quien está preparado para esforzarse mucho, en la línea del famoso sueño americano. Incluso las personas que hemos intentado desvincularnos de este modelo para redimensionar nuestras vidas, reduciendo nuestras expectativas de ganancias materiales, nos vemos afectadas por la mentalidad del esfuerzo en aspectos más sutiles. Un ejemplo de esto sería la incapacidad de parar y descansar porque tenemos la sensación de que "debería estar haciendo algo" aunque no sepamos qué. Es como si nuestro sistema nervioso se hubiese quedado atrapado en "on", considerando de valor únicamente las actividades que producen algo, aunque sea intangible como "la iluminación". Estamos muy condicionadas hacia la idea de lograr, cumplir, alcanzar, mejorar, desarrollar, y esto no nos permite descansar. Recuperar la relajación ¿Por dónde podemos empezar? Muchas veces, el mejor lugar es el más cercano, en este caso, nuestra mente. Relajarse no es equivalente a no hacer nada. ¿Cuántas veces estamos tumbadas en el sofá o en la playa y aún así todo el cuerpo está en tensión? Para poder ofrecernos la posibilidad de relajarnos necesitamos calmar la mente primero. Podemos aprender a reconocer las señales de nuestra agitación en los pensamientos que nos empujan a permanecer en acción, en alerta, en urgencia. La exigencia es una modalidad que podemos aprender a suavizar cada vez que aparece. "¿Y si no lo hago, qué pasa?" Sería una buena pregunta a hacernos cuando vemos que estamos priorizando la acción sobre el cuidado de nuestro ritmo. Esto no quiere decir irnos al otro extremo y convertirnos en personas perezosas y descuidadas, quiere decir aprender a encontrar el equilibrio. Fundamentalmente, el mensaje que podemos empezar a contemplar sería: "Soy suficiente, con mis limitaciones y faltas, soy digna de vivir mi vida con suavidad y cariño.". Desde este lugar, todo lo que nos proponemos hacer tiene otro sabor, es un añadido, algo que elegimos desde la amplitud y el deseo de enriquecer, no desde la ansiedad de llenar una carencia. El cuerpo, entonces, puede empezar a recuperar sus ritmos: descansar cuando tiene sueño, comer cuando tiene hambre, movilizarse cuando tiene energía. Escuchar los mensajes del cuerpo es fundamental en recuperar nuestra capacidad de relajarnos, y confiar en la sabiduría de nuestro organismo. Aprender a escuchar nuestra musculatura e invitarla a hacerse más blanda, escuchar nuestras vísceras y aprender a traer suavidad, escuchar nuestra respiración y permitir la amplitud y la exhalación. Todos estos son caminos hacia la recuperación de nuestra capacidad innata de estar en paz con nosotras mismas. Este artículo es un extracto desde el módulo de Julio del curso Cuid-arte, una propuesta que te invita a explorar distintos temas relacionados con el bienestar a través de artículos, meditaciones, ejercicios y poesias. Si quieres saber más ssobre esta propuesta haz click aquí. Desde mi punto de vista, el crecimiento personal y la política van de la mano.
¿Para qué queremos desarrollarnos como personas? En general, para sentirnos mejor con nosotras mismas y con las demás personas. Encontrar maneras saludables de relacionarnos es, aunque no lo parezca mucho, el propósito fundamental de nuestra organización social. Hacer política debería querer decir saber encontrar maneras saludables de crear relaciones entre personas con necesidades y estrategias muy distintas. Hacer política debería ser, en mi opinión, un ejercicio de empatía, creatividad y mediación. Pero, en la realidad, es todo lo contrario. Tal vez recuerdas estudiar los romanos en la escuela. El imperio tan devastador que nos trajo, entre otras cosas, el circo. En este espacio de supuesto entretenimiento, algunos esclavos se ganaban su única y penosa oportunidad de libertad a través de un combate a muerte entre ellos, mientras los otros miembros de una sociedad altamente opresiva, descargában sus emociones de frustración y privación de derechos en el espantoso voyeurismo de tal espectáculo. No me parece que la situación haya cambiado mucho. En las últimas semanas he prestado una atención esporádica y francamente demoledora a los discursos electorales, y me he preguntado ¿Qué entendemos por democracia? La lucha a muerte entre gladiadores, cuya única expectativa es la destrucción del otro. Ganar la batalla, aniquilar al oponente. Y todas nosotras ahí mirando, animando y aplaudiendo a nuestro gladiador preferido. Un circo, un partido de fútbol. Tal vez nos olvidamos que lo que estamos viendo es la miserable muestra de nuestra incapacidad, como cultura y sociedad, de evolucionar hacia relaciones basadas en la comprensión y la colaboración. La victoria del Partido Popular en Madrid se ha analizado de mil maneras. Como se hace con los partidos de fútbol, se ha analizado la estrategia de cada equipo. Nadie pone en cuestión que tal vez no deberíamos hacer política como si se tratara de un partido de fútbol. Si la democracia quiere decir una lucha para ver quien tiene el derecho de imponer sus estrategias sobre otras personas, sin tener que prestar la más mínima atención a sus necesidades, preferencias y peticiones, yo, personalmente, no tengo ningún interés en ella. Estoy cansada, desanimada, asustada y profundamente frustrada con este circo. Estoy cansada de escuchar nuestros supuestos representantes tomar la palabra en un espacio que debería ser de negociación y colaboración, para insultarse, humillarse y atacarse en un intercambio totalmente estéril. Lo más frustrante es ver como los representantes de partidos que se declaran progresistas, a favor de la tolerancia, la inclusión y la multiculturalidad, juegan exactamente según las mismas reglas, no traen nada nuevo, no ejemplifican ninguno de los valores que declaran en sus manifiestos. Siguen con la retórica de siempre. Es aplastador ver que, al día de hoy, con las cuestiones complejas que tenemos que enfrentar en la convivencia planetaria, no sabemos hacer nada más que pelearnos. No me convence tampoco la narrativa de : "Con ellos no se puede hablar", "Ellos no se merecen un espacio, una plataforma". No creo que se pueda combatir al racismo, la codicia, la intolerancia y la rigidez simplemente diciendo: "Vosotros no deberíais existir y no tenéis un lugar aquí". ¿Qué esperamos de este discurso? ¿De verdad pensamos que el otro bando dirá "ah, pues vale, nos vamos."? ¿Qué nivel de esfuerzo y represión se tiene que ejercer para mantener estas ideologías fuera de los espacios comunes? Si realmente fuéramos un poquito más coherentes con nuestros valores haríamos el esfuerzo de entender de dónde vienen ciertas posturas, qué necesidades hay detrás, qué creencias, experiencias y referencias las han formado. Y haríamos el esfuerzo de encontrar respuestas que puedan contemplar las necesidades ajenas. Cuando una representante de un partido de derecha dice: "Quiero elegir a quien invito a mi casa", con referencia a las políticas sobre la immigración ¿no podríamos recoger ahí una preocupación legítima sin tacharla de fascismo y de odio? No podríamos decir, "Entiendo que esto te preocupe, no es tan sencillo lidiar con esta situación. Quiero cuidar de estas necesidades de seguridad y a la vez ofrecer ayuda y apoyo a personas que vienen de entornos más desfavorecidos. ¿Cómo lo podríamos hacer juntes?". Presta atención a la voz en tu cabeza que dice: "Ay, qué ingenua esta Tatiana." Esta voz te dice que no es posible salir del paradigma de la lucha. Tal vez sea ingenua, pero cómo me gustaría probar a responder de esta manera y ver qué pasa en lugar de hacer lo de siempre. Estoy desilusionada con la política y a la vez no me convence la posición abstencionista. Pensar que sea posible abstraernos del contexto colectivo y vivir en una burbuja, esto sí que me parece muy ingenuo. El abstencionismo es el privilegio de quien no tiene que vivir en su propia piel las consecuencias de políticas opresivas y de marginalización. ¿Qué podemos hacer para convertir nuestros espacios políticos en lugares de real transformación cultural y social, donde forjar la colaboración y la creatividad para encontrar soluciones que puedan satisfacer el mayor número de necesidades? Para mi, el primer paso, es dejar de normalizar el circo como si fuera politica de verdad. Hoy se celebra el día de las personas trabajadoras. La fecha fue elegida en 1889 por el Congreso Marxista Internacional Socialista, que aprobó una resolución para una "gran manifestación internacional" en apoyo de las demandas de la clase trabajadora por la jornada de 8 horas. Curiosamente, el 1 de Mayo, en las culturas celtas de Europa, era el día de Bealtaine, que marcaba el comienzo de la temporada de verano pastoral, cuando las manadas de ganado se llevaban hacia los pastos verdes y a las tierras de pasto de las montañas. Un contraste, y cambio, interesantes en nuestra narrativa colectiva. El día de las personas trabajadoras se enmarca dentro de un cambio muy profundo en la cultura y la sociedad: la revolución industrial. Tal vez podríamos celebrar esta fecha haciendo una revisión de este cambio para ver hasta qué punto ha sido realmente favorecedor para la humanidad.
Pertenencia y libertad La revolución industrial ha significado el éxodo masivo de comunidades que hasta entonces vivían, y no de manera idílica, en el campo. No estoy haciendo una apología romántica a la vida campesina. Ser campesino/a en un sistema feudal era muy poco agradable, estoy segura. A la vez, la cultura campesina ofrecía a sus integrantes un rico tapiz de tradiciones, rituales, costumbres que principalmente satisfacían una necesidad muy profunda del ser humano: la pertenencia. Muchas de estas costumbres y tradiciones eran, por supuesto, increíblemente "limitantes" para el individuo, especialmente las mujeres. La liberación del individuo se ha producido a través de la fragmentación de la familia y de la comunidad, empezando una era "nuclear", que está ahora en un punto de culminación. En la realidad que nos rodea, cada individuo se relaciona en gran parte a través de métodos virtuales que producen una extraña conexión aislada. La promesa de la felicidad La promesa de la revolución industrial era una vida más cómoda con mucho más tiempo a nuestra disposición. No sé si parte de esta promesa era también una vida más feliz. Sería oportuno evaluar los resultados en relación a estas promesas, ya que ahora se sigue prometiendo lo mismo con el advento de la Inteligencia Artificial. Como es el caso en todas las situaciones que implican a la humanidad, las cosas no son sencillas. No es fácil hacer una evaluación utilizando categorías simplistas. Las cosas muy raramente son blancas y negras. Sin embargo, una reflexión me parece necesaria. ¿Te consideras feliz? ¿Tienes a tu disposición suficiente tiempo para descansar, cuidarte y cuidar de tus relaciones? ¿Sientes que perteneces a una red que te ofrece sustento, cobijo y sentido? Explorar estas preguntas nos puede llevar a cuestionar profundamente nuestra manera de entender el trabajo y por ende, el contexto social, cultural y económico que lo enmarca. Más allá de una mirada que identifica las grandes carencias en el mundo laboral con respecto a la precariedad, la desigualdad y las oportunidades, podríamos cuestionar el paradigma del trabajo asalariado en el contexto de fragmentación del ser humano. Por supuesto no soy yo la primera a plantear estas preguntas y esta revisión. Afortunadamente hay un movimiento, pequeño pero creciente, de personas que comparten la perspectiva que comparto aquí. La salud mental y el trabajo La cantidad de personas que experimentan los inquietantes síntomas del estrés, ansiedad, insomnio, ataques de pánico etc. está en constante subida. El modelo productivo de nuestra sociedad tiene un efecto profundo en la educación y las relaciones. La exigencia, el esfuerzo, la insatisfacción, ya son rasgos muy arraigados en nuestra psique. El "no parar" se ha convertido en un estilo de vida, incluso para las personas que se consideran más conscientes y dedicadas a un proceso de crecimiento personal. Siempre hay algo que arreglar, algo que podría ser mejor, algo que alcanzar. No nos ofrecimos, la mayoría, descanso y silencio, vacío y aburrimiento, sino huimos de estas cosas, incluso en nuestro "tiempo libre". Esto, además de ser un problema "externo" es un problema muy "interno", de nuestra manera de relacionarnos con nosotras mismas. El impacto que años de educación forzada y trabajo degradante han tenido en nuestra psique es inmenso. Reproducimos estos mismos patrones en nuestro espacio interior, incluso cuando queremos liberarnos de la opresión externa. Repensar el trabajo Por esta razón me parece urgente que, a nivel individual y colectivo, podamos repensar el trabajo, y todo lo que esto conlleva a nivel de fragmentación de nuestra psique, nuestras relaciones y nuestro entorno. Estamos en un punto muy delicado de nuestra historia. No parar, parece cada vez más claro, nos llevará a una colisión. Entonces, además de las luchas sociales que podamos emprender de forma colectiva, me parece necesario revisar esta voz interna que nos exige "hacer" constantemente, que, en nuestro afán de cambiar el mundo y mejorarnos, nos convierte en robots en una cadena de montaje que nunca acaba. Escribo estas palabras desde Menorca, dónde he venido a “trabajar” unos días, ofreciendo un retiro. El otro día, caminando por un acantilado, se me ocurrió esta poesía, la dejo aquí con la esperanza de que te hable. EXIGENTES Todos son exigentes los que no han sido amados: producir, conseguir demonstrar, ganar los demonios que les sacan de la cama y le apresuran el desayuno. No es el coche, el trabajo la casa más bonita. No, esto era lo más fácil. Son las horas sentada en el cojín meditando, bailando con urgencia, leyendo con hambre controlando las calorías, las palabras siempre con la sensación que algo no es suficiente. Siempre con la obligación de ser mejores y mejorar el mundo. Las gaviotas surgen del acantilado como si una mano invisible las hubiera arrojado al aire y otra, las mantuviera ahí apoyadas en la corriente. Te juro que están jugando estas gaviotas no saben lo que es trabajar hicieron un voto a lo invisible y ahora vuelan casi sin mover las alas. Me pregunto si hasta los peces les saltan en la boca. ![]() En la lentitud se abre un paisaje rico de información sensorial que nos ofrece la posibilidad de disfrutar. Parece una obviedad pero tal vez nos cuesta recordar que en un ritmo rápido es prácticamente imposible encontrar disfrute y sentir satisfacción. Lentitud y placer Cuando vamos con prisa, con el reloj persiguiéndonos, solo podemos atender a nuestra experiencia de la forma más genérica y resumida. No podemos prestar atención a los detalles, sin embargo, en los detalles está el placer. Lalita Devi, una reclusa que vivió una vida hermética escondida durante años en la naturaleza dijo: “La lentitud es algo universal. Solo nos hemos desacostumbrado a ello. Lentitud, constancia y armonía de movimiento ... y surge nuestra conciencia. El cuerpo comienza a encontrar alegría en cada pequeña cosa. Estamos atentos y despiertos. Sentimos la frescura total y absoluta del mundo. Comunicamos. Abrimos nuestros sentidos a la abundancia del ser ”. En la lentitud empezamos a descifrar los matices sutiles de nuestra percepción, y esto nos proporciona placer. Imagina comer un rico y jugoso melocotón. Lo puedes comer rápidamente, mientras te preparas el desayuno, apresurada por el tiempo y las miles tareas todavía por hacer. O puedes tomarte un tiempo para oler la fragancia del fruto, pasar tus dedos por su sedosa piel, notar su textura, y poco a poco hundir los dientes en la pulpa, percibiendo como esta desprende un abanico de sabores que estallan por tu boca. No hay comparación entre las dos experiencias. Nuestro sistema nervioso es incapaz de procesar demasiados estímulos a la vez y, si se ve obligado a ello, lo que hace es cerrar la puerta. Los sentidos se apagan y nuestra percepción, en lugar de mantenerse abierta y receptiva, se refugia en una evaluación resumida de la información, lo suficiente para seguir adelante pero no para sentir presencia, curiosidad, satisfacción, placer y creatividad. El subversivo arte de ir despacio En el libro “Elogio a la lentitud”, Carl Honre nos dice: “La velocidad puede darte una gran sensación de emoción, y hay un lugar para eso en la vida y en la música, pero tienes que trazar la línea y no siempre usar la velocidad. Es una estupidez beber una copa de vino rápidamente. Y es una estupidez tocar Mozart demasiado rápido ". El bienestar está directamente vinculado con la posibilidad de experimentar, de forma regular y reiterada, momentos de lentitud, donde las metas desaparecen y el foco de la atención está en el proceso, en la calidad y no en la cantidad. Si esto te parece inalcanzable, te animo a encontrar en ti la determinación para insistir en este derecho fundamental de tu organismo. Conviértete en una activista de la lentitud, en tu familia, en tu lugar de trabajo, con tus amistades. Reclama el derecho a terminar una cosa antes de empezar con otra, afirma la belleza de cuidar de los detalles, permite a tu sistema nervioso, intoxicado por un exceso de adrenalina, de recuperarse en la experiencia de pequeños placeres. Este artículo es un extracto del programa "Cuid-arte", un boletín mensual que te ofrece un texto para reflexionar sobre los asuntos importantes del bienestar y desarrollo personal, un audio con una meditación guiada, unas poesías para inspirarte y unas propuestas para poner en práctica las ideas tratadas en tu día a día, con creatividad y cariño hacia ti misma. Si te interesa saber más, ya sabes qué hacer :) |
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