La sensación de derrumbe y vacío que suele acompañar una pérdida significativa es una de las experiencias más difíciles de sostener. El duelo no nos ofrece redención, sino que es la emoción que marca el encuentro con lo terminal, con los límites de la vida que no podemos traspasar.
En nuestra cultura, hemos ido perdiendo los rituales que nos acompañaban en transitar esta experiencia universalmente humana, rituales que colocaban el duelo al centro de nuestras comunidades y les otorgaban un tiempo fuera del tiempo, donde poder recomponernos y procesar. Hoy en día nos encontramos por la mayor parte solas en este tránsito y muchas veces con la presión de tener que volver a estar operativas cuanto antes. Los portales del duelo En su maravilloso libro "El lado salvaje del duelo" el autor Francis Weller nos propone la tarea de recuperar el duelo y sus ritos como un proceso fundamental para nuestro desarrollo y maduración, aceptando su desafío en lugar de huir de él, y honrando los regalos que nos trae, aunque sean envueltos de negro. Para Weller, nos puede ser útil entender que el duelo es un aspecto que acompaña muchas experiencias de pérdida, lo que él llama los 5 portales del duelo. El primer portal consiste en las pérdidas vinculadas con la muerte o la enfermedad, experiencias que nos recuerdan, de manera abrupta y repentina, nuestra inpermanencia y la de todos los seres vivos en este planeta. Son las que más nos cuesta sostener, y, a la vez, las que templan nuestro pensamiento mágico de inmortalidad y, si las transitamos con humildad y apertura, nos recuerdan de manera irrefutable lo precioso que es cada instante de vida. El segundo portal se refiere a las experiencias de no haber recibido lo que todos seres humanos llegan al mundo esperando: aceptación, cuidado, protección, cariño, valoración y pertenencia. Al no vincular estas experiencias con el duelo, muchas veces lo que ocurre es que se llenan de vergüenza, llevándonos a pensar que algo está terriblemente mal con nosotros por no haber recibido aquello que esperábamos. El tercer portal tiene que ver con el duelo que nos invade cuando miramos el dolor y la destrucción de nuestro planeta. La palabra solastalgia fue cuñada por el filósofo Glenn Albrecht para designar el profundo dolor que nos sobrecoge al ver que la belleza y armonía de nuestros ecosistemas está siendo violentada y destruida por un sistema económico basado en la explotación y en la objetificación de todo aquello que para las culturas ancestrales era sagrado. El cuarto portal incluye el dolor de vivir en un mundo atomizado, individualizado, donde nuestras necesidades básicas y primordiales de vivir en armonía con nuestro entorno, sintiéndonos parte de él, son casi imposibles de satisfacer. Nuestros organismos mamíferos necesitan sentirse parte de un entorno donde la vida se manifiesta en toda su belleza a través de la multitud de especies vivas que lo componen. Nuestras ciudades y estilo de vida nos niegan la posibilidad de satisfacer este anhelo ancestral y nos condenan a vivir con un vacío existencial que no sabemos identificar. El quinto portal es él del duelo de nuestros antepasados, la larga línea de dolor acumulado durante siglos de guerras, genocidios, dominación, represión y explotación. Este dolor nos acompaña en las sombras de nuestra psique y nos conecta con la historia y destino de nuestras comunidades. Cómo transitar los portales del duelo. Tal vez el primer paso tenga que ver con reconocer y validar la existencia de estos 5 tipos de duelo. Negarlos, menospreciarlos o trivializarlos no hace nada más que perpetrar el dolor y nos impide avanzar en el camino de integración. Permitirnos sentir el dolor y reconocer que hemos perdido mucho, que llevamos unas cicatrices y unas heridas invisibilizadas por nuestro entorno social, nos puede ayudar a recuperar el sentido y el valor de estas experiencias. También necesitamos recuperar los espacios comunitarios donde el duelo no es una experiencia anómala e individual, sino un altar sagrado al cual acudimos para compartir nuestra vulnerabilidad, nuestro profundo amor por la vida y nuestra humanidad. Para transitar el duelo, necesitamos aprender a no huir del dolor, a no aplacarlo con falsos remedios y adicciones. Necesitamos hacernos expertos en el arte de acompañar nuestros cuerpos y sus sensaciones, para volver renovadas y más completas, desde nuestros descensos en el mundo de la oscuridad. Si te interesa explorar más en profundidad este tema, te invito a participar en el próximo seminario online el 27 de octubre 2024, de 11.00h a 14.00h. Toda la información en el botón aquí abajo.
0 Comments
Nuestra sociedad tiene una manera curiosa de relacionarse con las emociones.
La dicotomía entre intelecto y emoción nos hace pensar que estas dos facultades están separadas y algo opuestas, como gatos y perros. En una cultura basada en el axioma Cartesiano “Pienso, luego existo”, el intelecto se concibe como una facultad superior, dotada de objetividad, imparcialidad, sentido y lógica. Naturalmente, estas son facultades que se suelen vincular con el género masculino. Por ende, las emociones, femeninas, ocupan un lugar subalterno, y se consideran demasiado volátiles, impredecibles, inconsistentes, subjetivas e incontrolables como para merecerse nuestra confianza. Aun así, esta represión de la emoción no es sostenible, y esto se demuestra en la altísima incidencia de adicción, depresión y ansiedad que nuestra sociedad padece. La tiranía de la felicidad Además, hay emociones que se consideran positivas y otras negativas, lo cual genera cierta presión en intentar mantenernos en un estado de felicidad, equilibrio, calma y satisfacción constante. Cuando salimos de este estado algo está mal, pero no en el sentido de cuestionar el sistema social que nos afecta, sino que algo no está bien con nosotras. No lo estamos haciendo suficientemente bien. La depresión se considera un fracaso personal, la ansiedad un trastorno, el duelo algo que dura demasiado y qué ya tendríamos que haber superado, el miedo la marca de los débiles y la tristeza una cosa que habría de marchar lo más rápido posible. Parece que en nuestra cultura, el estado ideal en el que nos deberíamos encontrar siempre es el que sonríe desde los carteles publicitarios. Como querer que siempre sea verano, que el cielo siempre esté azul, que siempre seamos jóvenes y guapas. Un lugar estático, sin cambios inconvenientes. Nuestro sistema económico capitaliza estas creencias queriendo que compremos toda clase de cosas que nos salvarán del malestar, de la vejez, del miedo, de la incomodidad, de la incertidumbre y del dolor. No nos ofrece nada que nos ayude a aprender a sostener las emociones y transitarlas de manera constructiva. Lo queremos todo fácil, abundante, placentero y barato. La brújula perdida Curiosamente, la neurociencia está llegando a otras conclusiones, algunas de ellas tampoco muy nuevas, casi todas las culturas ancestrales ya lo sabían: nuestras emociones son una guía indispensable para orientarnos en el mundo, pero solo si sabemos como escucharlas. La dicotomía Cartesiana está siendo desacreditada por las observaciones científicas de los circuitos cerebrales, donde se observa una colaboración e interdependencia entre los circuitos considerados más racionales y los más emocionales. No podemos hacer pleno uso de nuestras facultades cognitivas sin tener en cuenta nuestras emociones. Las emociones son la evidencia más directa y fiable de cómo la experiencia presente está impactando nuestro organismo, nos guste o no nos guste. La emoción nos dice que, según nuestras creencias, experiencias, necesidades, recuerdos e imaginaciones, la situación actual nos está afectando de una cierta manera. Si el intelecto no aprende a aceptar esta información, antes de intentar cuestionar o redirigir nuestra respuesta, se generará un conflicto interno que muy probablemente resultará en una tensión muscular, en una alteración de las funciones vitales, en una confusión y lucha interna que, a largo plazo, desembocarán en un estado de enfermedad. El intelecto al servicio de la emoción La emoción es un mensajero fiable. Su función no es ofrecernos una visión objetiva y panorámica de la situación, sino ubicarnos en nuestra propia experiencia subjetiva. Esta información nos sirve para tener una visión realista de como nuestro organismo puede reaccionar a una situación. El papel del intelecto sería recibir esta información y tenerla en cuenta, descifrarla, validarla, explicitarla y regularla. No, como suele hacer, cuestionarla, juzgarla, reprimirla, o ignorarla. Para hacer esto, el intelecto necesita entender que la emoción es su aliada y que colaborar con ella traerá una respuesta más precisa y completa. Tolerar la emoción El campo de juego para esta colaboración entre emoción e intelecto es el cuerpo. Cuando el cuerpo es capaz de tolerar la emoción, sin tensarse, colapsar, desbordarse o disasociarse, entonces la emoción puede permanecer presente y dialogar con el intelecto. Pero esta capacidad, para la mayor parte de las personas que han sido educadas en nuestra cultura, o bien no se ha desarrollado o se ha perdido hace mucho tiempo. El síntoma más claro de esto es la manera en la que sobre pensamos las cosas y acabamos dando vueltas en bucles. Mientras tanto, nuestro cuerpo intenta decir cosas, con sus dolencias, su respiración cortada, su opresión en el pecho, su nudo en el estómago, pero no solemos hacerle mucho caso. Desarrollar la capacidad de tolerar las emociones implica ralentizar la actividad intelectual, prestar atención a lo que está pasando en el cuerpo y aprender a sostenerlo. Es un proceso que desafía casi todos nuestros mandatos culturales: nos invita a ralentizar en lugar de acelerar, a escuchar en lugar de llenar el espacio con ruido, a contactar con la vulnerabilidad en vez de protegernos, a hacer espacio para aquello que es incómodo en vez de eliminarlo, a aceptar la incertidumbre en vez de querer saberlo todo. La recompensa es una relación más auténtica, vital y coherente con todo lo que somos. Si te interesa explorar más, te invito a participar en el próximo seminario online. Toda la información en el botón aquí abajo. Alimentarse es uno de los procesos más fundamentales de cualquier organismo vivo, sin embargo, para muchas de las personas que viven en las sociedades occidentales, es un proceso cargado de emociones a veces muy complejas como la culpa, la ansiedad, el miedo y la frustración. Es frecuente pensar en esta relación compleja con la comida en términos de “trastornos”, como si de una enfermedad se tratara. Sin embargo, hay cada vez más estudios y evidencias que nos invitan a mirar la relación "des-ordenada" con la comida como la punta del iceberg de un sistema nervioso traumatizado. Esta mirada nos permite abordar la relación con la comida desde un lugar de compasión, apertura y, fundamentalmente, afecto, que nos permite transformar los patrones de control, desborde y privación en oportunidades para recuperar un vínculo seguro con nosotras mismas. Las mil facetas de la relación con la comida. Comer es un proceso que nos involucra a muchos niveles: fisiológico, emocional, afectivo, social y cultural. Por lo tanto, no podemos mirar la relación con la comida desde un solo punto de vista. Necesitamos ampliar la mirada y preguntarnos muchas cosas, como por ejemplo:
Recuperar la confianza en nostras mismas Una componente muy fuerte en la relación des-ordenada con la comida es la creencia de que nuestra manera de alimentarnos tiene que estar regulada por normas externas, de lo contrario, nuestros impulsos se descontrolarán y nos llevarán a la perdición, lo cual equivale a: comer demasiado, demasiado poco, comer alimentos “equivocados”, subir de peso, bajar de peso, enfermar. La "cultura de la dieta" es endémica en nuestra sociedad. Aunque se disfrace de "alimentación saludable", es un constructo que se rige sobre la premisa de que no podemos dejar nuestra alimentación a nuestros instintos. No podemos confiar en nuestro cuerpo, en nuestra intuición, no sea que nos desvíen hacia el descontrol. ¿En qué clase de cultura puede generarse este tipo de creencia? En una cultura que nos quiere separar de nuestros propios cuerpos y convertirlos en objetos que deben estar bajo el estricto control del raciocinio, del intelecto y del poder externo. Una cultura que no valora la emoción, la intuición, las curvas, los imprevistos, la vulnerabilidad y el descanso. Por lo tanto, una de las componentes necesaria de la sanación de la relación con la comida, es la sanación de nuestro vínculo con el cuerpo, y todo lo que esto simboliza. El placer de sanar la relación con la comida. Nuestros cuerpos se orientan y aprenden a través del placer. Es el placer que nos hace aprender a levantarnos y caminar cuando somos pequeñas, es el placer que nos guía en conocer el mundo. El placer va de la mano de la satisfacción, y la satisfacción marca el límite entre un ciclo de exploración y el siguiente. Cuando estamos cómodas con sentir y seguir nuestro placer, entonces también podemos experimentar la satisfacción de este placer y saber que ya podemos descansar y digerir la experiencia. Es la escucha atenta a esta señales internas de nuestro organismo que nos ayuda a regularnos y orientarnos. Cuando nuestra relación con el placer está distorsionada, por la intervención de creencias moralistas, por la intrusión de normas sociales rígidas y ajenas a nuestras necesidades, el organismo pierde la capacidad de orientarse a través del placer y este se convierte o bien en una obsesión o en un tabú. Reparar nuestra manera de experimentar el deseo, el placer y la satisfacción es una de las maneras más profundas de sanar la relación con la comida, y por ende, con nosotras mismas. Si quieres explorar más, puedes acceder a los materiales del seminario Transformar la relación con la comida: la gravación, los audios de las prácticas, los apuntes y el manual de ejercicios. El movimiento circular de nuestros pensamientos puede llegar a ser una presencia muy incómoda con la que convivir. Es como si alguien se hubiera dejado la radio encendida en nuestra cabeza y no hay manera de pararla, además, solo hay el mismo programa una y otra vez. Luchar en contra de este fenómeno suele ser agotador y fútil, más nos vale intentar entenderlo y aprender a transitarlo. El propósito del bucle Aunque parezca que no tiene ningún propósito, si nos detenemos un momento a observar, tal vez el bucle nos enseña algo. Todos los procesos que ocurren en nuestro organismo tienen un propósito, una intención, aunque no la consigan o tengan efectos colaterales desagradables. Es importante preguntarnos cuál podría ser esta función positiva que el bucle está intentando desempeñar. Hace unos años, haciéndome justamente esta pregunta, llegué a la imagen del compost. En el compost se están dando muchos procesos que tienen la finalidad de descomponer, procesar, integrar y transformar la materia. No es un proceso rápido ni agradable, implica putrefacción y mal olor, a la vez, si algo se tiene que convertir en tierra fértil, tiene que pasar por ahí. Cuando entendemos la función del bucle, podemos ayudarla y potenciarla, para sacarle el mejor provecho posible. Creaturas narrativas Nuestra psique organiza y da sentido a las experiencias a través de un proceso narrativo, donde nos vamos explicando, contando, imaginando y a veces incluso ensayando, las experiencias significativas que necesitamos integrar. Este proceso requiere de repetición. A los niños pequeños les gusta escuchar la misma historia una y otra vez, porque así pueden ir asimilando el contenido en diferentes capas. El propósito de esta narrativa no es aportar información nueva, si fuera así, con solo explicarla una vez bastaría, su propósito es ayudarnos a asimilar una realidad. Es comparable a una digestión. Si podemos alejarnos un poco y ver el bucle de esta manera, sin identificarnos tanto con él, tal vez es más fácil dejarle hacer su propio curso en el fondo de nuestra psique, mientras nosotras seguimos intentando tirar adelante con nuestra vida. Si observamos con atención, el bucle normalmente tiene 2 funciones: o bien quiere ayudarnos a asimilar una experiencia que ha sido difícil o bien está intentando buscar una solución. Cada una de estas funciones requiere un abordaje diferente. Asimilar la realidad En muchas ocasiones, nos encontramos con experiencias que son “duras de tragar” por varios motivos: nos producen pena, rabia o desconcierto. Lo más intensas las emociones, lo más difícil será integrar estas experiencias. Entonces el bucle comienza a revisitarlas una y otra vez, para entenderlas, para darle sentido, para repetirlas suficientemente veces como para qué nos quedemos convencidas de que esto realmente es así. El problema está en que nos esperamos algo más del bucle y nos lo tomamos muy en serio. Si lo que queremos es una nueva perspectiva, un nuevo entendimiento, una resolución, el bucle no nos lo va a dar porque no es este su propósito. El bucle hace compost, digiere, ayuda a asimilar lo que hay, no está para darnos nuevos atisbos de iluminación. También, el bucle es la manifestación de un sistema nervioso bajo estrés, que no consigue procesar del todo lo que le pasa y se estanca en la parte cognitiva, narrativa, en lugar de también procesar con el resto del cuerpo, con las emociones y las acciones. Entre la espada y la pared El otro tipo de bucle, el que se mueve constantemente entre 2 posiciones y no llega a ninguna resolución, tiene que ver con que hay una situación que interpela dos partes de nuestra psique, y que estas partes no se están escuchando entre ellas, no están llegando a un lugar de colaboración. Son como dos sordos que siguen repitiendo su discurso sin escuchar el discurso de la otra parte, y, por lo tanto, sin crear un relato común y una estrategia de acción compartida Bajar al cuerpo En trabajar con el bucle es importante aprender a mover nuestra atención desde los pensamientos al cuerpo. El cuerpo nos ofrece una experiencia directa y fiable, nos pone en contacto con nuestras emociones, nos invita a estar en el presente, nos pone en una relación auténtica con nosotras mismas. Volver al cuerpo y calmar, relajar, abrir, soltar y respirar nos ayuda a transitar las experiencias difíciles sin quedarnos estancadas en el disco roto. Para ayudarte en trabajar con el bucle, he preparado un pequeño ejercicio, si te interesa recibirlo, puedes rellenar el formulario de abajo. También, puedes acceder a mis videos sobre recursos somáticos para calmar el sistema nervioso, los encontrarás en mi canal de YouTube. Si te ha gustado este artículo y crees que podría ser útil a otras personas, no dudes en compartirlo, ¡gracias!
Mientras sigue el genocidio del pueblo Palestino en Gaza, el nivel de desesperación y frustración es casi intolerable para las personas que estamos relegadas al rol de espectadoras, plagadas por una sensación de impotencia y, tal vez, culpa, por no hacer nada para detenerlo. El deseo de paz nos impulsa a mirar con claridad y determinación las complejidades del ser humano, su psique, sus políticas y su economía, porque pedir paz, sin entender estos aspectos, se convierte en algo superficial e ingenuo. La situación en Israel puede ser una de las más complejas de la historia de la humanidad, ya que es el crisol de eventos y factores históricos que se remontan a hace 3000 años como mínimo. Es difícil imaginar una salida a esta maraña, una salida que no implique la perpetuación del trauma que, tal vez, es el núcleo de esta historia. En este artículo voy a intentar trazar mi recorrido en intentar entender y descifrar la situación. No soy especialista en historia, por lo tanto, la información en la que me baso es la que he podido encontrar en internet y en libros, lo cual hace probable que sea altamente incompleta. Tampoco pretendo presentar este análisis como el más cierto o completo. Comprensiblemente, es un artículo más largo del habitual, porque la complejidad de la situación no se puede resumir sin caer en simplificaciones reduccionistas. El pueblo judío La historia del pueblo judío es sinónimo con humillación, desposesión, opresión y genocidio. Desde las historias narradas en el Antiguo Testamento hasta los terroríficos eventos de la segunda guerra mundial, los judíos han ido acumulando experiencias de violencia e injusticia. Aun así, han podido también mantener una identidad cultural y religiosa muy clara, adaptable a las circunstancias a las que han tenido que moldearse a raíz de no tener un territorio propio. No conozco otra cultura que se haya encontrado en esta situación de exilio, a la vez manteniendo una identidad fuerte e impactante en las sociedades en las que se fue insiriendo. Los judíos no se absorbieron en las culturas de los países en los que vivieron desde la primera diáspora en 586 a.C, sino, mantuvieron comunidades propias que pudieron adquirir cierto estatus económico, a la vez incorporando elementos culturales y lingüísticos de los países que los alojaron (con más o menos tolerancia). Es una historia singular que tiene un valor metafórico muy potente, un pueblo expulsado de su tierra que, a lo largo de los siglos, no desiste en su intento de volver a casa. El intento de volver a su territorio original nunca cesó en los siglos entre la ocupación romana y la declaración del Estado de Israel en 1948. En este lapso de tiempo, el territorio conocido como Palestina fue sujeto de intensas disputas entre Europeos y Árabes que, según como, favorecieron el retorno de poblaciones judías, o no. En la historia más reciente, parece que en 1880, la población judía de Palestina ascendía a entre 20.000 y 25.000 personas. En 1947, había aproximadamente 630.000 judíos viviendo junto a aproximadamente 1,2 millones de árabes en Palestina. Mientras tanto, a finales del siglo XIX, se empezaba a formular la ideología Sionista, un pensamiento nacionalista que pretendía dar reconocimiento al derecho de las poblaciones Judías diseminadas por el mundo, de volver a su territorio ancestral (un concepto difícil de traducir en fronteras concretas) mediante la creación de un Estado de Israel. Desde el fin de la primera guerra mundial, el territorio conocido como Palestina estaba bajo el control militar del Reino Unido, que intentaba crear una base estable en Oriente Medio, a cambio del soporte militar de los países Árabes. El Reino Unido empezó una campaña de legalización de un Estado de Israel junto a un Estado Árabe, un plan claramente imperfecto para satisfacer las necesidades de las poblaciones Judías en su deseo de volver a su territorio ancestral, y de las poblaciones Árabes que también ocupaban este territorio desde siglos. El holocausto marcó el momento tal vez más horroroso de la historia del pueblo Judío que se vio, junto con otros grupos minoritarios cómo los gitanos, los homosexuales y los discapacitados, víctima de un genocidio premeditado a sangre fría y validado por toda una serie de teorías nacionalistas y racistas. El final de la segunda guerra mundial trajo un punto de inflexión en el cual la opinión pública de Europa y Estados Unidos vio como moralmente necesario apoyar la seguridad de las poblaciones Judías de Europa y Estados Unidos, favoreciendo su inmigración a Israel. A la vez, el inicio de la guerra fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos, también generó un interés geopolítico en favorecer la instauración de Judíos de proveniencia Europea y Americana en la región, para garantizar una alianza frente al bloque Soviético que, tradicionalmente, se había aliado con los países Árabes. Es bastante probable que haya varias imprecisiones en este relato, pero creo que para el propósito de entender el rol del trauma intergeneracional en la situación, tenemos una idea más o menos clara de que la historia de Israel y del territorio Palestino está cargada de violencia, dolor, injusticia y opresión por todas partes. Trauma y psicopatía El trauma se define como el registro que queda en el sistema nervioso de una persona después de haber vivido una o múltiples experiencias que han amenazado su integridad física y/o psicológica. Los efectos más notables del trauma son una alteración del funcionamiento del sistema nervioso que se queda atrapado en una percepción más o menos constante de peligro y amenaza y, consecuentemente, activa sus respuestas automáticas de lucha, huida o congelamiento. El trauma activa el sistema nervioso de una manera visceral, donde las facultades racionales, como la empatía, la tolerancia, la compasión y la capacidad de sostener la complejidad de la realidad, quedan perjudicadas. Así es más fácil caer en la venganza, el odio, la deshumanización del enemigo y relatos simplistas de "buenos" y "malos". Sabemos que en muchas ocasiones, las facultades racionales, frente a esta situación de desregulación, intentan buscar una explicación para justificar las respuestas emocionales, construyendo un relato que les dé validez. El intelecto humano es capaz de coger datos de distintas proveniencias y de organizarlos de muchas maneras, cada una aparentemente verosímil. Por esta razón, nos encontramos a menudo con lo que llamamos “bucle mental”, porque nuestra mente está organizando la percepción de la realidad de distintas maneras, cada una razonable, pero completamente incompatible. Esto da pie a una incongruencia intelectual que no nos permite aplicar la misma lógica en distintas situaciones. Consecuentemente, la razón, cuando está sujeta al trauma, no es una facultad tan fiable como nos esperaríamos, porque está subordenada al poder arrasador de las emociones viscerales que el trauma evoca. Así que, en este caso, el intelecto se convierte en una fuente de proyecciones, sesgos y, también, paranoias. El Sionismo, por ejemplo, es un fenómeno comprensible si lo vemos como el intento de reivindicar la legitimidad, dignidad y autonomía de un pueblo oprimido, pero también podemos ver cómo esta ideología se ha pasado al otro lado y se ha convertido en un pensamiento supremacista. Es difícil mantener el equilibrio cuando estamos traumatizados. La psicopatía es un trastorno complejo de la personalidad que caracteriza a individuos con déficits emocionales que carecen de respeto por las normas sociales, empatía y remordimiento. Se entiende la incapacidad de participar o comprender los aspectos emocionales de la humanidad como uno de los factores fundamentales de la psicopatía. Según un panel de 137 expertos, las características más destacadas que indican que podemos estar ante un psicópata son las siguientes:
Está ampliamente estudiado que hay una correlación muy alta entre experiencias traumáticas y el desarrollo de ciertas tendencias psicópatas. No todas las personas que han sido traumatizadas desarrollan rasgos psicópatas, pero, al parecer, una proporción muy alta (entre un 90 y un 98%) de personas con rasgos psicópatas han vivido experiencias traumáticas. Entonces nos puede resultar más comprensible como algunas personas pertenecientes a poblaciones muy traumatizadas, puedan perder sus facultades socializadoras y convertirse en agentes de terror. Adolf Hitler es tal vez el ejemplo más notable de psicopatía vinculada con el trauma. Es importante recordar que el trauma no solo afecta el funcionamiento psicológico de las personas, sino el funcionamiento fisiológico del sistema nervioso, dando lugar a una alteración de las facultades cognitivas y conceptuales. Además, sabemos que el trauma puede tener una dimensión intergeneracional, lo cual quiere decir que las experiencias traumáticas vividas por una generación, pueden dejar rasgos en las generaciones sucesivas, haciéndolas más propensa a desarrollar ciertos trastornos y dificultades, sean psicológicas que fisiológicas. Lo que caracteriza las personas que, aun habiendo vivido situaciones potencialmente traumáticas, no han desarrollado síntomas, es el tipo de apoyo que han recibido. Las personas que han podido explicar su historia, recibir empatía y comprensión, que han podido dar un sentido a su relato dentro de una cosmovisión de pertenencia y aceptación, no suelen desarrollar síntomas de trastornos vinculados con el trauma. Con toda esta información, creo que nos puede resultar bastante fácil hacer ciertas asociaciones entre la historia del pueblo judío y la situación actual en la región de Palestina. Si, además, tenemos en cuenta el trastorno intergeneracional de todas las poblaciones involucradas (Árabes, Europeas, Estadounidenses) y el hecho de que nuestro sistema social y político fomenta la competencia, la individualidad, el logro y el estatus, no es difícil imaginar como sean las personas con rasgos psicópatas que tengan más fácil acceso a posiciones de poder. No podemos olvidar, también, la dimensión económica y estratégica que Israel representa ahora en el tablero internacional, además cuando es una potencia nuclear en una región muy controvertida e inestable. Buscando la paz Qué puede hacer la ciudadanía, teniendo en cuenta todo esto? No es fácil imaginarlo. Cuando estamos frente a un individuo ( o un sistema) afectado por la psicopatología, la vía del dialogo no es muy practicable. Si además esta persona está armada y activamente empeñada en actos de violencia, la situación se hace extremadamente peligrosa. Es necesario parar la violencia, pero si esto implica más violencia también hay el riesgo de seguir perpetuando la rueda del trauma. Además, a estas alturas en la historia de la humanidad, no está claro quien exactamente está libre de trauma y por lo tanto capaz de actuar sin reproducir los patrones traumatizantes. La neutralidad tampoco es una opción, si queremos parar la violencia, ni el relativismo que equipara agresor y victima. Lo que pasa, es que en esta historia no sabemos donde empezar a marcar la diferencia entre victima y opresor. En la historía de los últimos 76 años es indiscutible que la población Palestina ha vivido y sigue viviendo, en estos mismos días, un nivel de trauma que es difícl de abarcar sin que se rompa el corazón. Recuperar la agresividad necesaria para defendernos es una parte importante en la sanación del trauma, y también en la defensa de nuestra autonomía y dignidad, sea como individuos que como poblaciones. Si no tenemos vías accesibles y resolutivas para una defensa agresiva pero constructiva, es bastante probable que nuestra agresividad se convierta en violencia y que partes de nuestra psique (o de nuestra población), caiga en la psicopatía. Y así, la rueda del trauma sigue girando y sembrando el caos en el mundo. Tal vez, en nuestro intento de poner un limite claro a la violencia, estaría bien hacerlo desde la comprensión que la mayor parte de agresores han sido a su vez agredidos. Esto no justifica ni legitima ningúna acción violenta que debe, imperativamente, ser parada, y con la fuerza si hace falta. Peró no confundamos esto con la venganza y el castigo. Entrar en competiciones sobre quien tiene más derecho a estar traumatizado, puede que no sea el camino más constructivo hacia una convivencia pacifica. Favorecer la reparación no es algo que se puede hacer desde la psicopatía. Ese artículo no pretende dar respuestas, ya que precisamente es la dificultad en encontrarlas que marca la tragedia de este momento histórico. Lo que espero, es que estas reflexiones nos ayuden a crear un marco desde el cual pensar, colectivamente y de manera organizada, cómo podemos actuar frente a la realidad de una humanidad profundamente dañada. Si este artículo te ha parecido útil, te agradezco compartirlo y comentar sobre lo que te ha aportado. Si quieres recibir más artículos, puedes suscribirte al boletín mensual y seguirme en Instagram. Compartir nuestro dolor puede ser una de las experiencias más terapéuticas que podamos tener, y a la vez, todo depende de la capacidad de escucha de las personas con las que compartimos. Muchos llegamos a la conclusión de que es mejor guardar nuestro dolor, ya que no hemos podido tener la experiencia de ser escuchados de una manera sanadora. Escuchar es un arte Muy a menudo, incluso con todas las buenas intenciones de ayudar a las personas que están atravesando un momento difícil, nuestra manera de escuchar puede ser muy poco facilitadora. Escuchar es una experiencia que nos implica muy íntimamente y nos remueve. Escuchar activa una serie de procesos en nosotras que, si no somos conscientes de ellos, pueden interferir con nuestra capacidad de hacer espacio para la otra persona. Hay algunas ideas que podemos intentar tener presente:
Sostener el dolor Uno de los efectos de entrar en contacto con el dolor de otra persona es que se remueva nuestro propio dolor. Si no estamos acostumbradas a sostener este dolor, es bastante probable que no sepamos sostener el de la otra persona. Una de las maneras más frecuentes de evitar sentir el dolor es intelectualizarlo. Cuando hacemos esto, entramos en conversaciones muy conceptuales y analíticas, nos reparamos en clichés del tipo “Todo ocurre por una razón” y especulamos sobre las causas y posibles desenlaces. Todo esto nos mantiene alejadas de sentir las emociones y, por lo general, nos vamos de estas conversaciones tal como hemos entrado, sin que haya cambiado mucho a nivel emocional. La otra manera de evitar sentir el dolor es intentar buscar una solución. Esto es lógico y, por supuesto, buscar una solución será un paso importante en el proceso, pero muchas veces nos apresuramos a buscar la solución porque no podemos sostener la incertidumbre y la intensidad de las emociones. Además, hay situaciones en las que realmente no se puede hacer mucho, y, sin embargo, sigue siendo valioso hacer espacio para las emociones. En estos casos, pasamos a la siguiente manera de evitar estar con el dolor: la filosofía moral. Esta es otra manera de “hacer algo”, pero internamente. Queremos hacer algo con el dolor para que, al menos, nos sirva o lo podamos explicar. Entonces decimos cosas como “Hay que ser pacientes”, “Hay que ver lo que se puede aprender de esto” etcétera. Otra vez, intentar darle sentido al dolor es perfectamente natural y útil, pero lo hacemos demasiado rápido, no dejamos el espacio para que este sentido surja desde la experiencia de estar en contacto con el dolor, sino aplicamos un sentido conceptual para tener algo al que agarrarnos en lugar de... ¡Sentir el dolor! Para qué sentir el dolor Probablemente, a estas alturas, quieres saber para qué insisto en la importancia de sentir el dolor. Parece algo completamente contra intuitivo. La emoción, principalmente, quiere ser sentida. Es muy frecuente en mis sesiones de acompañamiento que, cuando invito una persona a quedarse en silencio un tiempo con su emoción, diciéndole: “Hola emoción, te siento”, ya algo afloja. Tanta energía puesta en intentar huir de la emoción, cambiarla, racionalizarla o ignorarla y lo más eficaz es decirle “Hola”. A través de una emoción se está expresando una parte de la psique, una parte del Yo de la persona. Si podemos quedarnos con ella, descubriremos algo valioso que nos quiere decir. Por ejemplo, nos hablará de su miedo, de su desconfianza, de su cansancio o de su rabia. Entrar en contacto con esta parte, nos invita a generar un diálogo con ella, y en este diálogo, muchas veces, emerge información a la que no hubiéramos podido llegar rápidamente con nuestro intelecto. Como escuchar el dolor de otros Dicho todo esto, ¿cómo podemos escuchar el dolor de otras personas? Tomando tiempo. Haciendo espacio para el silencio. Aparcando nuestra ansia de hacer algo para que este dolor acabe o para que la otra persona haga algo o entienda algo. Aparcando nuestras ideas y haciendo un espacio para la curiosidad y la exploración. Dejando de lado consejos, moralejas, análisis, explicaciones y juicios. Entrando en la experiencia de la otra persona con ella. Confiando en que la otra persona tiene la capacidad de transitar lo que le pasa, a su manera y desde sus capacidades. Entonces, para escuchar el dolor de otra persona, nos ponemos cómodas y confiamos en que nuestra propia presencia, la atención e interés que tenemos, el cuidado y el deseo de aportar ya son suficientes. Algunas maneras de intervenir Ya que no tenemos muchas referencias prácticas sobre como intervenir en una conversación, pongo aquí algunos ejemplos. Su sentido está en que sean la expresión sincera de nuestra manera de escuchar y no unas frases mecánicas. “Me parece que hay mucha (tristeza, rabia, confusión) cuando hablas de esto, ¿es así?” “¿Cómo es para ti estar con estas emociones?” “Parece como si hubiera un conflicto entre (2 partes tuyas, 2 emociones tuyas, 2 necesidades tuyas, 2 deseos tuyos), ¿es así? “Entiendo que te ha (dolido, molestado, preocupado) lo que ha pasado porque....” “Suena como que te está costando (transitar, sostener, resolver, decidir) la situación, ¿verdad?” “Claro, puedo entender como has llegado a sentirte así.” “Parece que te hubiera gustado encontrar más (apoyo, respeto, disponibilidad, alivio) y no ha sido así, ¿correcto?” “Parece que te gustaría (entender, encontrar la manera de, soltar, sentir más...), ¿cierto?” "Mmh, no es fácil estar con todo esto, ¿cierto?” “¿Si tuvieras una barrita mágica, qué te gustaría hacer con esta situación?” “¿De qué manera te puedo servir ahora mismo, necesitas un espacio para descargar o quieres que te ayude en buscar alguna solución?” “No sé qué decirte ahora, pero quiero que sepas que me importas y que quiero estar a tu lado” “¿Te sirve ahora si te digo… si hago…?” “¿Te está sirviendo esta conversación? ¿Te estoy apoyando de la manera que necesitas o te iría mejor otra cosa?” “Te quiero, quiero acompañarte en esto, aunque sea difícil” “Siento tu dolor, me conecta con el mío y estoy contigo ahora en ello.” “¿Te gustaría un abrazo?” Hay muchas más maneras, pero lo que tienen en común es que no estamos intentando llevar la persona a ningún sitio preestablecido, sino que estamos entrando en la exploración con ella, siempre dejándole la posibilidad de decirnos si la estamos entendiendo bien y si nuestro apoyo le está sirviendo. En estos tiempos tan removidos, necesitamos más que nunca espacios seguros donde poder compartir nuestro dolor, desde lo personal a lo global. Es vital aprender a escucharnos bien. Si te ha gustado este artículo, te agradezco compartirlo y suscribirte al boletín mensual para recibir más. "Las fantasías promovidas por los defensores del modo de vida tecnológico e industrial durante los últimos cien años son ahora demostrablemente falsas. Eso no es lo que tenemos. Lo que tenemos es alienación, desorientación, destrucción del planeta, destrucción de los sistemas naturales, destrucción de la diversidad, homogeneización de culturas, crimen, falta de vivienda, enfermedades, colapso ambiental y una tremenda desigualdad. Tenemos un lío entre manos. Este sistema no ha estado a la altura de su publicidad." En algún momento creímos que tener un coche, una lavadora, un microondas, un avión o un smartphone nos ahorraría tiempo, para poder hacer lo que realmente queremos y no estar atadas a las tareas cotidianas. Ahora la última mentira es que la Inteligencia Artificial nos ahorrará tiempo, siempre para poder hacer lo que realmente queremos. Mientras tanto, estamos tan estresadas que ya no recordamos qué es lo que realmente queremos. Aquí te comparto un ejemplo de lo que yo realmente querría hacer en mi tiempo libre. ¿Qué hay detrás de lo que vemos en este video? Las mujeres que cantan aquí no son profesionales, pertenecen a un entorno social y cultural que le permite tener suficiente tiempo juntas para inventarse una cosa tan divertida y tan poco productiva. ¿Cuándo es la última vez que has tenido tiempo de inventarte alguna cosa divertida con tus amigos? La ansiedad, una crisis de tiempo La ansiedad es un estado de aceleración cronificada. El organismo se acelera porque percibe una amenaza y se pone en marcha para hacer frente a ella. Es lo que debería ocurrir si estuvieras cazando, huyendo de un depredador o caminando para llegar a casa antes de que se haga de noche. Todas estas situaciones tiene un principio y un final. Después, el organismo tiene tiempo para descomprimir y volver a un estado de relajación. Así podemos transitar de forma sana entre momentos de estrés y momentos de regeneración sin experimentar ansiedad. ¿Cuánto tiempo dedicas al descanso y la recuperación? Sin embargo, nuestras amenazas no tienen fin, ni sustancia, muchas de ellas. Se han convertido en una entidad abstracta, como la mayor parte de nuestra vida, un fantasma que nos persigue sin que le podamos ver la cara. Las amenazas de las múltiples crisis que golpean nuestro planeta están, para nosotras, todavía, lo suficientemente lejos para pensar que no nos afectan. A la vez, tenemos crisis cotidianas que interpelan nuestra sensación de pertenencia, sentido de vida, satisfacción y seguridad (material, emocional y relacional). Amenazas vinculadas con nuestra sociedad fragmentada e individualizada, la precariedad de nuestros trabajos y el acceso a recursos básicos como una alimentación sana (me refiero de proximidad y sin tóxicos) y un hogar (no una casa). Así, las amenazas se dilatan en el tiempo y se convierten en el ruido de fondo de nuestras vidas. ¿Cuáles son las amenazas que percibes en tu vida, en tu entorno? El sistema nervioso humano necesita de tiempo. Tiempo para ajustarse a las distintas situaciones que se presentan, tiempo para digerir las experiencias y aprender de ellas, tiempo para descansar y regenerarse y tiempo para crear. Sin este tiempo, el organismo entra en un estado de supervivencia que solo le permite seguir adelante en piloto automático, luchando, huyendo o congelándose. Un organismo que ya no tiene la vitalidad para rebelarse frente a un sistema que le roba constantemente el tiempo, mientras le vende todo tipo de promesas de humo. ¿Ves en tu comportamiento algún rastro de compulsividad? Actuar es el antídoto a la ansiedad. El precursor de la ansiedad es el miedo. Pero cuando el miedo no consigue descifrar cuál es la amenaza, o cuando tiene demasiadas amenazas y, especialmente, cuando no se ve capaz de hacer frente a estas amenazas, entonces aparece la ansiedad. Este estado está caracterizado por una situación aparentemente incongruente, el organismo está a la vez acelerado (con pensamientos en bucle, actividad compulsiva, dificultad para descansar) y a la vez bloqueado (sensación de desconexión, de no saber qué me pasa, de no poder enfocar la atención). Es un estado que no nos permite tener la calma para hacer un análisis exhaustivo de la situación en la que estamos y elegir una respuesta eficaz. Es el estado perfecto para convertirnos en consumidores compulsivos y miembros obedientes de una sociedad profundamente enferma. Entender que la ansiedad que sentimos no es una manifestación de nuestra enfermedad mental como individuos, sino de la enfermedad de nuestra cultura, nos ayuda, al menos, a poner el foco donde toca. Una de las razones principales para que las personas dicen que no pueden implicarse en actuar a favor de generar cambios sociales, es porque no tienen tiempo, están demasiado ocupadas en sobrevivir. Mientras esto siga así, las condiciones que generan nuestra ansiedad seguirán vigentes. En lugar de abrumarnos, necesitamos encontrar una manera de activarnos y canalizar la energía atrapada de la ansiedad. Para esto, primero necesitamos calmar el sistema nervioso. Suena como un pez que se muerde la cola. Trabajar con el cuerpo Para salir del bucle de la ansiedad, necesitamos movilizarnos, pero no de manera compulsiva y descontrolada, sino recuperando la sensación de agencia sobre nuestras acciones, por muy pequeñas que sean. Esto quiere decir prestar atención. Prestar atención a lo que estamos haciendo, sea conducir el coche o lavar los platos o tener una conversación. Empezar a estar presentes. Empezar a domar el mono enloquecido que ha tomado residencia en nuestra mente y nos hace saltar de una rama a otra sin saber para qué. Para recuperar algo de calma en el organismo necesitamos trabajar con el cuerpo, no solo con el intelecto. Decirnos cosas como “Todo saldrá bien” no suele ser muy eficaz porque hay una parte muy sabia y profunda de nuestro ser que entiende perfectamente que no podemos saber si todo saldrá bien o no. Lo que podemos hacer es intentar actuar para que las cosas salgan lo mejor posible. Podemos empezar a trabajar con nuestra respiración, una de las maneras más efectivas y comprobadas para facilitar a que el sistema nervioso entre en un estado parasimpático, en otras palabras, un estado de calma y receptividad. También podemos poner atención en no ingerir aquellas sustancias que acentúan el estado de alerta y agitación en el organismo, como el café, el azúcar y las grasas refinadas. En su lugar podemos ofrecer a nuestro cuerpo alimentos que ayudan a traer vitalidad y desinflamación como fruta, verdura, frutos secos, legumbres y algunas hierbas y especias como la cúrcuma, el jengibre y la canela. Es importante tener una práctica que nos ancle en nuestro propósito de salir de la ansiedad. Una práctica es una acción que repetimos a diario enfocándonos en la intención de darnos un tiempo para el cuidado o la creatividad. Todas estas son propuestas que nos ayudan a estar en un lugar mucho más centrado para poder evaluar nuestra situación, identificar las causas estructurales de nuestra ansiedad, y empezar a crear respuestas, grandes y pequeñas, que nos ayuden a reapropiarnos de nuestra vida y crear vínculos constructivos y creativos con otras personas. Si quieres acceder a recursos y materiales que he preparado específicamente para apoyarte en tu intención de trabajar con la ansiedad, te invito a rellenar el formulario aquí abajo. Por supuesto, te agradezco compartir este artículo con quien crees que podría beneficiarse. En el artículo anterior, nos planteamos algunas preguntas que nos pudieran ayudar a transitar conversaciones difíciles. En este artículo quiero profundizar un poco más en los recursos que nos pueden ayudar a afrontar el conflicto con más apertura y esperanza.
Transformar el miedo al conflicto En muchas ocasiones, el primer lugar donde podemos trabajar es nuestra propia actitud frente al conflicto. Frecuentemente, una de las cosas que nos dificulta tener un “buen” conflicto es el miedo que se dispara cuando algo no va bien. Si entramos en una conversación complicada con miedo, será muy difícil mantener una actitud abierta, curiosa, creativa y resolutiva. Saber que tenemos herramientas para transitar el conflicto de manera constructiva puede ayudar a suavizar este miedo. También ayuda recordar que el conflicto en sí no es una señal de que la relación no es sana o valiosa, ni es una señal de que la relación está en peligro. El conflicto es lo que ocurre cuando todavía no hemos encontrado una estrategia común, y es normal que haya momentos en los que no tenemos aún estrategias compartidas. Por lo tanto, podríamos mirar el conflicto como el proceso a través del cual podemos llegar a crear estrategias compartidas para el bienestar de todas las personas implicadas. No todos los conflictos se pueden resolver Dicho lo anterior, también es importante ser conscientes de que hay conflictos que pueden durar un buen tiempo, hasta que lleguemos a encontrar estas estrategias compartidas. Muchas veces esto depende de varios factores, como por ejemplo: el nivel de madurez y desarrollo de las personas implicadas, los traumas que tenemos todavía sin integrar, nuestras creencias y valores, los recursos que tenemos, el contexto en el que estamos, el nivel de desgaste de la relación, el valor que tiene la relación para cada persona, la disponibilidad que tenemos en hacer cambios y la relación de poder que enmarca el conflicto. Cuando varios de estos factores no están alineados, encontrar una solución se hace muy complejo, a veces incluso muy improbable. Digo esto porque creo que es importante reconocer que nuestros esfuerzos para resolver un conflicto no son el factor más determinante, y, por lo tanto, es valioso saber reconocer cuando las posibilidades de resolución son mínimas, para poder tomar decisiones adecuadas y no desgastarnos en un intento interminable de resolver la situación. Cuando hay disponibilidad hay más posibilidad En este artículo quiero abordar principalmente los conflictos que ocurren en un contexto donde el poder es equitativo (no hay nadie que tiene más poder que los demás) y donde hay una disposición sincera de resolver y encontrar acuerdos mutuamente beneficiosos. Parece increíble, pero incluso cuando se dan estas circunstancias, todavía puede ser desafiante transformar el conflicto en algo constructivo. Estar disponibles quiere decir principalmente:
Te invito a parar un momento y revisar algún conflicto que tienes por las manos para reflexionar sobre el nivel de disponibilidad que hay en ti y en las otras personas. Si no hay un nivel de disponibilidad medio/alto, es probable que el conflicto no se pueda resolver con la otra personas, sino que será una cuestión de preguntarte que quieres hacer con esta situación. Seguir insistiendo en una resolución cuando alguien no está disponible es muy desgastante y raras veces produce resultados. Poner ciertos límites, reducir la interacción, poner más distancia o incluso terminar una relación son todas opciones válidas en el caso de que no haya disponibilidad real para una resolución conjunta, dando por hecho que lo hemos intentado varias veces. Traer consciencia al conflicto Suponiendo que estamos en una situación donde hay disponibilidad, el siguiente aspecto al que nos sirve prestar atención es... ¡Prestar atención! Atravesar un conflicto y llegar al otro lado enteras es como pasar por tierras movedizas, no es algo que se pueda hacer en piloto automático. Tenemos que prestar atención. Prestar atención a lo que nos pasa y a lo que le pasa a la otra persona. El conflicto es, por excelencia, una situación en la cual nuestro sistema nervioso va a entrar en un estado de alerta, lo cual implica una alta probabilidad de reacciones viscerales como la lucha, la huida o el congelamiento. Es importante prestar atención y reconocer si estamos entrando en alguna de estas reacciones, de lo contrario, las probabilidades de mantenernos centradas, abiertas y disponibles se reducirán drásticamente. Por esta razón, es importante ralentizar los tiempos, dejar espacio para el silencio, la introspección y la elaboración de respuestas conscientes. Si empezamos a subir el tono de voz y acelerar las palabras, estas son indicaciones claras de que nuestro sistema nervioso ha entrado en un estado de lucha o huida. Si nos quedamos bloqueadas, sin saber lo que pensamos o lo que queremos decir, si queremos irnos o dejar de hablar, estas son señales de que estamos en huida o congelamiento. Podemos tomarnos estas señales como consignas para parar y volver a centrarnos. Recursos para centrarnos Es importante saber que sabemos qué hacer para no perder los papeles, esto nos da confianza y resiliencia. Los recursos se dividen principalmente en dos tipos: corporales y cognitivos. Los recursos corporales implican hacer algo con el cuerpo, los recursos cognitivos implican hacer algo con nuestros pensamientos e imaginación. Algunos recursos corporales podrían ser:
Por supuesto, hay más cosas que podemos hacer, dependiendo del contexto y la situación. Lo importante es recordar que el conflicto es un proceso que tiene un propósito concreto: encontrar estrategias para satisfacer las necesidades de las personas implicadas, de la mejor manera posible. Si el conflicto se convierte en otra cosa, mejor parar y retomarlo en otro momento. He creado un juego de cartas con recordatorios y preguntas que podemos tener a mano durante una conversación difícil, para mantenernos conscientes y no desviarnos hacia caminos poco constructivos. Si te gustaría recibirlas, puedes clicar en el botón de abajo. Por supuesto, te animo a compartir este artículo con todas las personas que crees podrían estar interesadas. También te animo a mirar mis propuestas de talleres y formaciones, si quieres profundizar en tus habilidades relacionales. Supongo que todas nos hemos encontrado en aquella conversación-ovillo, donde lo más se habla, lo más la cosa se complica. Las palabras toman diferentes significados y, en lugar de traer claridad, nos confunden y generan malentendidos. Empezamos a navegar en alta mar, las olas vienen demasiado rápidas y nos sobrepasan. Decimos cosas que no queremos decir, sacamos temas que no vienen a cuenta, entramos en el reproche y, si la cosa va muy mal, los insultos. Al final, nos encontramos agotadas, desanimadas, confundidas y no entendemos por qué es tan difícil tener una conversación constructiva.
Conversar es un arte Mantener una conversación cuando estamos cargadas de emoción, sea enfado, frustración, tristeza o miedo, es realmente un arte, una disciplina. Si no aprendemos a hacerlo poniéndole atención, intención y práctica, no nos va a salir de forma espontánea. Creo que esta es una de las ideas más contraproducentes que podamos tener, que conversar es algo innato que no necesita de práctica. Incluso cuando no estamos cargadas de emoción, una buena conversación necesita de una escucha activa, hacia fuera y hacia dentro, y de toda una serie de decisiones sobre como vamos a responder a cada interacción. Hay cosas que recoger, cosas que dejar ir, cosas que explorar, cosas que clarificar y cosas que simplemente necesitan ser recibidas y acogidas. Hay una serie de preguntas que creo nos pueden ayudar a navegar el tumultuoso mar de las conversaciones. ¿Estoy tranquila y disponible para esta conversación? Muchas veces, al no hacernos esta pregunta, entramos en una conversación cuando realmente no tenemos la disponibilidad para ella. Estamos removidas, cansadas, todavía enfadadas o no hemos tenido suficiente tiempo para procesar y aclararnos. En este caso, sería mejor posponer la conversación a otro momento, y mientras tanto hacer lo que podemos para prepararnos. El requisito fundamental para entrar en una conversación constructiva, creo que es el interés y la curiosidad. Si entramos en la conversación con las ideas demasiado firmes y rígidas, esto puede dificultar el diálogo y la creatividad. Aunque por supuesto está bien tener las ideas claras, si no estamos también dispuestas a que la conversación nos cambie un poco, tal vez nos podemos preguntar lo siguiente. ¿Qué me gustaría de esta conversación? Parece una pregunta un poco inútil, pero muchas veces entramos en conversación sin realmente saber "para que" y entonces luego nos vamos por las ramas y nos dejamos desviar por cualquier cosa que pueda aparecer. Saber qué es lo que nos gustaría nos ayuda a mantenernos centradas. Por ejemplo, en una conversación puedo tener el deseo o la necesidad de: expresar algo, clarificar algo, entender algo, averiguar algo, resolver algo, compartir algo, reparar algo o simplemente desahogarme. Cada una de estas cosas va a necesitar un enfoque distinto y es importante que lo tengamos presente. Si la respuesta a esta pregunta es que queremos demostrarle a la otra persona que se está equivocando, que nosotras tenemos la razón, si queremos forzar un cambio en la otra persona, si queremos que haga lo que nosotras queremos, es bastante probable que la conversación no acabará muy bien. Obviamente, aquí no me refiero a conversaciones que tienen que ver con situaciones de abuso o maltrato donde se tienen que poner unos límites claros. ¿Qué cosas estoy dando por hechas y podría averiguar? Una de las fuentes más abundantes de malentendidos en una conversación son las suposiciones e interpretaciones que no cuestionamos. Interpretar es inevitable y necesario, pero no todas las interpretaciones que hacemos serán acertadas, así que mantenernos atentas a este punto puede ayudar a salvar una conversación. Muchas veces, al dar por ciertas interpretaciones, construimos toda la conversación sobre unas bases muy poco fiables. Las cosas que más frecuentemente damos por hechas son: las intenciones detrás de una acción, las causas que han dado lugar a una acción, las consecuencias que tendrá una acción y el estado de ánimo de otra persona. Así que podemos empezar a crear la costumbre de hacer preguntas sobre estas cosas para averiguar si nuestras interpretaciones son fiables y hasta qué punto. ¿Estoy entendiendo lo que la otra persona me está comunicando? Otra muy buena pregunta que muy a menudo nos pasamos por alto. Muchas veces, aunque creamos que estamos entendiendo, si hacemos la prueba de preguntarle a la otra persona: “¿Me estás diciendo esto y esto y esto?", nos sorprenderá el número de veces que la respuesta será: “No” o “No exactamente” o "Sí, pero también esto que no has dicho”. Demasiadas veces pensamos que entendemos los demás, incluso más de lo que se entienden a sí mismos. Mantener una actitud humilde y abierta es muy útil para que se preserve la confianza y la honestidad. Igualmente, podemos hacernos la pregunta inversa. ¿Le está llegando a la otra persona lo que le quiero expresar? A veces, a pesar de nuestros mejores esfuerzos para comunicarnos de una manera clara, la otra persona no recibe lo que nos gustaría. Esto no necesariamente ocurre por qué no hay la intención de recibirlo (aunque esto sí que puede pasar si la relación está muy desgastada). A veces tenemos códigos distintos, asociamos ciertas palabras a cosas diferentes y tenemos experiencias previas distintas que nos hacen interpretar las cosas de maneras distintas. Así que si nos da la impresión que a la otra persona le está llegando algo diferente a lo que queremos que le llegue, podríamos decir algo como: “Espera, me da la impresión que te está llegando otra cosa a la que te quiero decir. Déjame ver si te lo puedo expresar de otra manera que sea más clara". Diría que estas son las preguntas preliminares que nos pueden ayudar a no perder completamente los papeles en una conversación. Aun así, por supuesto, no son una garantía de que todo acabará bien. En el próximo artículo, compartiré algunas preguntas más, para cuando las cosas se complican. Mientras tanto, te invito a poner en práctica estas preguntas en alguna conversación que tienes pendiente o que has tenido, pero no ha ido como te hubiera gustado. Si te surge alguna pregunta al respeto, te invito a compartirla en la sección de los comentarios. Por supuesto, si este artículo te ha parecido útil, te agradezco mucho que lo compartas con otras personas. Si quieres acceder al documento que he preparado con unas propuestas para practicar los conceptos de este artículo, puedes hacerlo clicando en el botón aquí abajo. Cuando alguien me pregunta sobre mi trabajo, me encuentro a menudo con la dificultad de explicar, en pocas palabras, en qué consiste. Muchas veces recurro a la respuesta: “soy terapeuta”, pero en realidad no creo que esto sea correcto, y ni siquiera me reconozco en esta etiqueta. Ser terapeuta implica de alguna manera que la persona con quien trabajo está enferma y mi intervención la sanará. No considero que esto sea el caso.
A veces me preguntan si soy coach y digo firmemente que no. Entonces, ¿qué hago? Cuando tengo un poco más de tiempo digo que “acompaño las personas en un proceso de autodescubrimiento y transformación”, algo que suena largo y bastante vago. Voy a intentar compartir mi experiencia, con la esperanza de que sirva para aclarar en qué consiste este camino de autodescubrimiento y transformación que propongo a través de la Integración Relacional. Acercarse - Cuando empiezo a trabajar con alguien, lo primero que intento hacer es acercarme a su mundo y conocerlo. Cada persona no solo tiene una serie de experiencias única que le han configurado, sino una manera muy personal de dar sentido a todas estas experiencias. Para poder acompañar, necesito entender y sentir de dónde viene la persona y a dónde quiere ir. No se trata de diagnosticar, opinar o aconsejar, se trata de humildemente acercarme a la experiencia de otro ser humano con la única intención de percibirla de la manera más precisa posible. Para ello, necesito que la persona me confirme en cada momento si lo que estoy entendiendo se corresponde a su experiencia. Ordenar - A menudo, durante este proceso, se produce una experiencia de orden y claridad. Son pocas las veces en las que tenemos la posibilidad de exponer los eventos que han sido significativos en nuestra vida y mirarlos con calma y atención, sin que nadie nos juzgue o nos intente dar consejos. A través de este proceso podemos empezar a ver las relaciones que hay entre nuestras experiencias y nuestras creencias, podemos identificar cuestiones profundas que subyacen a lo que está presente en nuestra vida actual. Hay algo muy precioso también en la experiencia de compartir la historia de nuestra vida y sentirnos vistas y acojidas. Esto nos permite empezar a dar valor a quienes somos, con todas nuestras limitaciones, miedos, equivocaciones, pero también con nuestros recursos y virtudes. Aquí es donde empieza a ocurrir el autodescubrimiento, no por qué de golpe aparezca algo que no sabíamos de nosotras, sino porque el hecho de ver las relaciones y cuestiones claves de nuestra vida nos permite percibirnos de una manera más profunda y fresca. Traer curiosidad - Muchas veces, cuando estamos muy implicadas en el fluir de la vida, nos cuesta tomar un paso atrás y mirar lo que ocurre con curiosidad. Solemos estar algo atrapadas en luchas internas, conflictos externos, contradicciones, dudas, emociones difíciles, bucles y confusión. Esto nos absorbe a tal punto que no podemos encontrar un lugar de calma desde donde observarnos con cierto cariño e interés. A la vez, esta actitud es necesaria si realmente queremos entendernos y transformar aquello que nos está dificultando vivir con más paz y satisfacción. Esta curiosidad es lo que intento aportar, ya que para mí es más fácil encontrarla, al no estar tan emocionalmente implicada. Qué curioso es que queramos avanzar en nuestra vida y a la vez nos encontremos estancadas, qué intrigante es que tengamos una voz critica que nos machaca constantemente, qué interesante que el mismo patrón de relación se reproduzca una y otra vez, que llamativo que algunas emociones se apoderen de nosotras de maneras tan abrumadoras. Cuando traemos curiosidad, nuestra vida deja de ser un problema que hay que resolver y se convierte en una obra de arte, única y apasionante, que podemos contemplar con intriga. Crear un laboratorio - A partir de todo esto, lo que hacemos en las sesiones es crear un laboratorio. Esto quiere decir un espacio seguro para la exploración. Un lugar donde no estamos para juzgar, sino para entender, para cuidar, para apoyar. En este laboratorio, colaboramos de una manera muy concreta: yo aporto mis conocimientos en el ámbito de la neurobiología, de la psicología, de la comunicación no violenta, de la filosofía budista, etc. y los comparto para que podamos tener un marco de referencia compartida para entender y leer lo que se manifiesta. La otra persona se encarga de proporcionar la información sobre su propia experiencia. Desde esta colaboración, nacen propuestas de exploración. Por ejemplo: “¿Qué ocurre en tu cuerpo cuando me hablas de esta experiencia?”, esta pregunta invita la persona a entrar en contacto directo con lo que le está ocurriendo, no con lo que piensa, sino con la experiencia sentida de su organismo. Aparecen sensaciones físicas, recuerdos, imágenes, emociones, aparecen partes de la psique que hablan cada una desde una perspectiva diferente, revelando anhelos, miedos, creencias, dificultades y también recursos. Hacer experimentos - Esta es la parte transformativa del proceso. Para los seres humanos, el aprendizaje solo se produce a través de experiencias vividas, no de conceptos adquiridos. Por esta razón, el foco del trabajo no es tanto en hablar sino en hacer. Cuando entramos en contacto con una emociones y en lugar de hablar de ella hablamos con ella, se está produciendo un encuentro real, una experiencia. Cuando prestamos atención al cuerpo, nos percatamos de mecanismos fisiológicos que subyacen nuestra experiencia: la tensión de los hombros que intenta frenar la expresión de la tristeza, el nudo en el estómago que nos impide conectar con el miedo, la sensación de vacío que nos invade cuando nos acercamos al dolor. Necesitamos hacer experimentos que nos permitan ver cuál es la manera más adecuada para acompañar el organismo a transitar todo esto. El organismo necesita aprender a gestionar sensaciones y emociones que hasta ahora ha intentado reprimir o que le han desbordado. La psique necesita aprender a cuidar de todas sus partes sin que haya víctimas y verdugos, dictadores y exiliados. En este proceso de aprendizaje no podemos solo hablar de lo que necesita ocurrir, sino hacerlo y ver empíricamente qué efecto tiene, si efectivamente nos ayuda a sentir más alivio, paz, coherencia y avance. Integrar - Poco a poco, a través de estos experimentos, se van generando nuevas capacidades, nuevas relaciones internas y nuevos patrones que están más alineados con los valores y deseos de la persona. Por supuesto, esto lleva tiempo y energía. Parte de este proceso es revisitar lugares desatendidos de nuestro ser, resignificarlos, aportar nuevos recursos, ofrecer empatía, presencia y amor incondicional. Mi presencia ofrece un contenedor para todo esto, pero el trabajo lo hace la persona, desde su propia voluntad de cuidar de sí misma. Así se produce una integración, lo cual también podría significar una aceptación amorosa de quienes somos y un compromiso con cuidar de nuestro proceso de desarrollo, no porque estamos rotas, sino porque la Vida nos invita a vivir con más autenticidad y plenitud. Lo que me apasiona de este trabajo es la posibilidad de que, al generar un espacio de seguridad donde aprender a atendernos, se desarrollen capacidades que luego irán en pro de todas las relaciones que tenemos: seremos más capaces de traer una escucha empática a quien nos rodea, de transitar el conflicto con respeto y cuidado, de aportar una presencia auténtica y amorosa a nuestro entorno. En esto consiste la dimensión social del acompañamiento, algo que me parece sumamente inspirador. No entiendo el desarrollo como un proceso individual, sino como algo que ocurre y pertenece a un contexto social, y que, por lo tanto, tendrá un efecto sobre él. Me apasiona pensar que un día mi trabajo será innecesario porque habremos construido un mundo de relaciones seguras y colaborativas que nos sostendrán y acompañarán en el tránsito por la Vida. Si te interesa esta propuesta, puedes solicitar una sesión de orientación gratuita o puedes estar atenta al espacio de formación en mi página, pronto abrirán las inscripciones para las formaciones anuales online y presencial en Barcelona. |
Conecta conmigo para explorar como te puedo apoyar en tu proceso de desarrollo Categories
All
Archives
October 2024
|